Seguimos conociendo más de los creadores culturales de México y el mundo. Después de charlar con exponentes del cine y la papelería ecológica hoy damos el salto al universo de la escritura. Tuvimos el gusto de platicar con alguien que no necesita presentación: Sylvia Aguilar Zéleny, originaria de Hermosillo, Sonora.
Al mismo tiempo que cursaba la licenciatura en Literatura Hispánica, en la Universidad de Sonora, comenzó a colaborar para varios medios impresos. En 1999 publicó su primera colección de cuentos Gente Menuda y desde entonces no ha parado. Ganadora del concurso de libro sonorense 2003 por No son gente como uno, del Premio Literario Estatal La Paz 2013 con Nenitas y del Premio Nacional de Novela Tamaulipas 2014 con Todo eso es yo —sólo por mencionar algunos—, la escritura íntima y desgarradora de Sylvia Aguilar tiene un espacio en el corazón de sus lectores.
La también lectora nos hizo un espacio en su agenda —además de escribir da clases y dirige el Programa de Escritura Creativa en Línea de la Universidad de Texas en El Paso, amén de coordinar Casa Octavia (residencia para escritoras)— para contarnos sobre sus inicios, sus temas, motivaciones e inquietudes y qué podemos esperar de su producción en el futuro. Acompáñanos a conocer un poco más a Sylvia Aguilar Zéleny.
Sylvia, un gusto que hayas aceptado la invitación. Incursionaste en la escena literaria con dos antologías de cuentos: Gente Menuda y No son gente como uno. Compártenos un poco sobre estas obras y tus inicios en la escritura
En mis planes nunca estuvo ser escritora: yo era maestra de inglés. Estudié letras porque quería ser traductora, no sabía ni de qué; para ingresar al programa que quería uno de los requisitos era contar con un año de estudios universitarios, así fue como terminé en letras. Una de las materias de la licenciatura —un taller de creación literaria— fue dónde comencé a escribir cuento. No digo que no me interesaba, yo era una gran lectora, pero no estaba en mi cabeza ser escritora.
Creo que tampoco tenía conciencia de que yo ya escribía y que era una lectora formándome como escritora. En esa época publicaba en El Independiente —periódico de Hermosillo— y cuando no tenía reseñas o artículos mandaba un cuento. Eventualmente el periódico fundó una editorial y me propusieron publicar mis cuentos como un libro. En ese momento pensé “va, pues los junto todos”. Un poco el libro se siente así, pero siento que inconscientemente ya había en mi la idea de los libros de cuento como conjunto de algo —no nada más como chile, tomate y cebolla— sino el libro como un todo. Así fue como nació Gente menuda (Voces del Desierto, 1999).
En Gente menuda, libro al que le tengo cariño aunque no sé si regresaría a él jamás, aposté, como ocurre en Nenitas (Nitropress, 2012), por cuentos que narran la vida de niñes o adultes pensando en la infancia, con la idea de que para un adulte la pérdida de alguien, por ejemplo, la pareja es terrible y, para una niña, que se pierda la muñeca es igual de terrible: los problemas no son menores porque son niñes. Esto es un poco lo que ocurre en este libro: un acercamiento a la infancia, que es un tema recurrente para mí.
Por su parte, No son gente como uno (Instituto Sonorense de Cultura, 2001) es una colección de cuentos sobre ser o la oveja negra o la oveja blanca de la familia: recolecta historias de personajes que rompen la norma o se ven obligados a romper la norma o les rompen la norma (o la madre).
Considero que en estos dos libros, estamos hablando de principios del 2000, mi manera de mostrar que sí podía ser escritora, a pesar de que no era mi plan, era hacer voces masculinas. Algo que recuerdo mucho de estos dos libros es que hay muchos niños y hombres —incluso relaciones entre hombres—: hay cuentos de parejas y personajes femeninos, pero especialmente hay una exploración del ser masculino, aunque más que por una preocupación de entender, para demostrar. Me queda claro que yo estaba intentando demostrar que podía escribir y para escribir debía poder escribir voces masculinas.
Hay cuentos en los dos libros que rescataría. ‘Zapatos’, el primer cuento que escribí, no lo editaría, quedé muy a gusto con él: se puede leer en la antología Sin límites imaginarios, Antología de Cuentos del norte de México (UNAM, 2006), de Miguel G. Rodríguez Lozano. ‘Todos queremos ver a Olga’—publicado en No son gente como uno—, también es un cuento muy querido para mí: es juguetón y ya estaba ahí mi interés por queerificar la personalidad de un personaje.
Dice Ricardo Piglia “Por supuesto que no hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida, aunque si no hubiera empezado a escribir mi diario no habría escrito nada más”. En más de una ocasión has reivindicado el formato del diario como herramienta para narrar, ¿cómo fue tu primer acercamiento al diario?
Fíjate que a mí me hubiera gustado escribir diarios, no sé porque nunca escribí uno, no se me ocurrió hasta después. Le decía a unes amigues que a principio del año inicio un diario: presto atención a los primeros doce días del año —si los demás días no los registro no importa—, pero ese primer día es representativo de enero, el segundo de febrero y así sucesivamente. El caso es que yo nunca hice diario, de verás que me hubiera gustado hacerlo.
Una no habla de esto (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2007), mi primer acercamiento a la forma de diario, surgió de lo que yo ponía en mi blog Un alma cercana . Alguien me invitó a escribir una novela, las estaban solicitando para un proyecto editorial y yo respondí: “yo no escribo novela, yo solamente escribo cuento”. Sin embargo, pensándolo y dándole vueltas a cómo armar una novela dije: “bueno, ¿y si me bajo el blog, ficcionalizo y juego?”. Pensé que la única forma en que podía escribir una novela era haciendo trampa y la trampa fue utilizar fragmentos del blog y ficcionalizarlos como entradas de diario.
Además, algo que tenía claro para esa novela, ahora entiendo que es autoficción, es que respondía a la necesidad del personaje. Una/Sylvia (narradora de Una no habla de esto) estaba en un momento difícil en su vida, tratando de reorganizarse, pensando en el futuro, intentado reencontrarse, yendo a terapia; se me ocurrió que un personaje con esas características llevaría un diario. Eso para el caso de Una no habla de esto.
“Olga Breeskin. El programa nocturno. A nosotras no nos lo dejan ver pero Susana ya lo había visto. Yo no. Pero quería. Quiero. Se que algo se esconde en el canal 2 por la noche.”
“Todos queremos ver a Olga”, en No son gente como uno
Años después, con Todo eso es yo (Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes (Agua Firme), 2016), quería escribir sobre la violencia en Ciudad Juárez durante el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012) y sabía que era muy arriesgado tener un personaje adulte: corría el riesgo de hacer literatura del narco, algo que detestó absolutamente, amén de caer en un ejercicio de victimización medio absurda. Ahí fue cuando descubrí que una niña podía ser la mejor voz para observar esto desde su lugar. Pensé que una niña llevaría un diario, un registro de esos acontecimientos: aquí el formato de diario fue en función de lo que quería contar y quién quería que lo contara.
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A fin de cuenta ambos personajes necesitaban una manera de entender el mundo y yo creo que el diario es una manera de entenderlo. Ahora que me encuentro en la reescritura de Una no habla de esto regreso a la idea de que ojalá hubiera escrito un diario —todavía puedo hacerlo—, porque aunque está el blog y tengo registro de ciertos años de mi vida, me gustaría poder volver a ellos y observarlos. Encontré en el diario como forma una manera de hablar de ciertas cosas, pero al mismo tiempo de profundizar en quién es el personaje, quién escribe y en la conciencia de que se está escribiendo.
Un escenario común en tu escritura —Todo eso es yo (2016), Basura (2018), — es la frontera México-Estados Unidos. ¿Qué elementos han llamado tu atención de este espacio que ha servido de fondo para tus textos?
Para mi hay un antes y un después en la escritura y como persona a partir de venirme a vivir a la frontera. Viví una temporada muy corta en la frontera Tijuana-San Diego (por cierto, ahí fue donde empecé a trabajar en El libro de Aisha). Ese habitar Tijuana me voló la cabeza, había muchos detonadores visuales y narrativos: lo que oía, las personas que cruzaban, la gente que vivía allí… Ese fue mi primer acercamiento a la frontera y en algunos de los cuentos de No son Gente como uno (‘Fasten your seat-belt’, ‘Siempre habrá una línea’) se encuentran mis impresiones.
Sin embargo, vivir en la frontera El Paso-Ciudad Juárez me cambió mucho la perspectiva del espacio, el bilingüismo y la multiculturalidad. En general fue como una invitación a cruzar todo el tiempo a ese espacio (Estados Unidos) en donde se supone que no debes estar o en el que sólo puedes estar si tienes permiso. Entonces creo que habitarlo, cruzar a diario, o tenerlo aquí —poder ver Ciudad Juárez desde la ventana— es algo que no te puedo explicar, incluso se siente en el cuerpo.
Algo que tiene esta frontera, a diferencia de la de Tijuana-San Diego es que la gente es lindísima. No digo que allá no lo sean, pero aquí la gente, antes de que llegues a la esquina, ya te está dando las buenas tardes. Entonces me parecía muy extraño que lugares que te pintaban hostiles (Ciudad Juárez) o terribles (Estados Unidos) fueran tan cálidos y carismáticos, tan llenos de historias: aquí te subes a un camión y dices que estudias escritura creativa y te responden “yo tengo una historia para ti”.
Este es un lugar que pide ser escrito en muchos sentidos y creo que lo que me ocurrió aquí —porque yo no llegué aquí a dar clases— fue que aprendí a escuchar. Sé que soy una buena escucha pero aquí aprendí a escuchar activamente y a prestar atención a la cotidianeidad. La ciudad, la gente, el clima, el ambiente político, migratorio y social de la frontera para mí fueron parteaguas: me hicieron observar cómo el cruce diario que hace la gente también lo lleva, lo tenemos, en nuestro interior.
Tanto en Basura (Nitro Press, 2018) como en Todo eso es yo encontré en este espacio el lugar en el que quería que se desenvolvieran los personajes: Julia —protagonista de Todo eso es yo— pierde casa, país, idioma, todo. Por su parte, Alicia, Gris y Reyna Grande, narradoras de Basura —novela que un primer momento concebí como la historia de dos niñes en un basurero municipal—, están atravesados por un basurero municipal en la frontera: ¡imagínate lo que hay ahí! En los basureros municipales hay una política, existe un sindicato, pero ¿qué pasa si está en la frontera? Colocar la historia aquí ya tiene otras implicaciones.
En Todo eso es yo narras como la violencia asoló el norte del país durante el primer decenio del siglo XX, a través de una voz infantil. En Nenitas encontramos la combinación entre ternura y crueldad, igual en voz infantil: ¿cómo logras esta combinación sin que alguno de los elementos absorba al otro?
Este semestre imparto una clase de licenciatura y justo estoy revisando con mis alumnes narrativas híbridas: están jugando con formas, lenguajes… En algunos de los textos que han presentado existen personajes femeninos que están en situaciones particulares. Yo les comenté que si bien sus exploraciones son interesantes, sus personajes son demasiado buenos: hay edades en las que nos portamos mal, momentos en los que dudamos, situaciones en las que sabemos que la estamos regando pero nos mantenemos en nuestra postura.
Me parece que la manera de acercarme a mis personajes es desde ese sitio. No trato de hacerlo desde un lugar pedagógico ni de enseñanza, incluso intento mostrar posturas. Algo que me parece encantador de Julia, mi narradora de Todo eso es yo, es que no es una perita en dulce, aunque por su apariencia se piense que sí: la mamá esta ausente, existe favoritismo por el hermano, pero ella también es una cabroncilla y no se deja. Ella tiene una personalidad que ya hubiera querido yo de niña: establece sus límites y, aunque a veces resulten absurdos, los mantiene.
La manera de entrarle a los personajes es no asumir lo bueno y lo malo, sino reconocer toda la escala de grises y de emociones que podemos tener como personas. Mi trabajo en caracterización es lo que más me gusta de escribir, independientemente de la trama y el conflicto. Los seres humanos somos ultra complejos, contradictorios y podemos cambiar de opinión a cada segundo. Yo permito que eso sea lo que dicta la historia: en el diario de Todo eso es yo hay entradas larguísimas y luego días en los que Una/Sylvia escribe “hoy no quiero escribir” y está bien. Yo permito al personaje que tenga emociones, estados de ánimo y que los viva sin juicios.
En Basura y El libro de Aisha abordas temas que en 2021 se consideran delicados: en la primera novela tienes una narradora trans, Reyna Grande, mientras que la segunda muestras una cara del islam poco visible. ¿Consideraste en algún momento que no te correspondía hablar de esto? ¿Cómo lograste construir personajes sólidos sin caer en lugares comunes?
Me hice esas preguntas en ambas novelas: tuve miedo y creo que lo sigo teniendo. En el caso de El libro de Aisha (Penguin Random House, 2021) fue más fuerte, por eso estuvo tanto tiempo en el cajón: me preguntaba “¿me toca?, ¿puedo?, esta no es mi historia sino la de mi hermana” hasta que eventualmente alguien me dijo: “está no es la historia de tu hermana, esta es tu historia extrañando a tu hermana y averiguando de ella”. Eso me ayudó bastante.
Además, yo no estaba lista en estrategias narrativas para hacer el libro y en ese lapso era una constante preguntarme “¿me corresponde?”. Mi solución fue pensar que era mi historia: desde lo que vi y a partir de testimonios, construir lo que los demás vemos de la otra persona. Fue un poco más sencillo que con Basura, aunque fueron más años.
Con Basura también me ocurrió, aunque no tuve tanto tiempo para cuestionarme, porque tenía un periodo de entrega muy corto, simplemente lo hice. De cualquier forma, la duda estuvo cuando escribía sobre Reyna Grande: “¿me toca?, ¿no me toca?, ¿cómo hago esto?”. Mi respuesta, que es la que le doy a todo el mundo y que me voy a seguir dando es: “si lo voy a hacer, tengo que hacerlo responsablemente”. Hacerme responsable implicó leer un montón —incluso textos de no ficción y artículos sobre transición—, ver películas y consultar otros recursos, no podía escribir sin preparación.
La cuestión es que mis referentes son estadounidenses, porque hasta la fecha no existe suficiente historia literaria de las personas transgénero en Latinoamérica: apenas lo comenzamos a ver con Las malas (Tusquets, 2019), de Camila Sosa Villada. Existe también una novela sonorense Brenda Berenice o el diario de una loca (Editorial domés, 1985), de Luis Montaño, que casi nadie conoce. No tenemos referentes visibles en la región. Y, aunque los míos son estadounidenses, pensé en cómo se viviría esa experiencia en Ciudad Juárez.
Por otra parte, tuve que asumir que existiría una pérdida, como cuando traduces, algo se pierde. Seguramente algo perdí, pero a mí me parece que Reyna Grande es la mejor narradora de la novela y es la que más disfruté escribir, a pesar de que el reto era grande: sabía que estaba tocando un tema que no me correspondía, pero al que le quería corresponder. Busqué ser justa en la medida de lo posible y por eso mi ejercicio con ella fue dejarla hablar: de ahí que sus capítulos sean párrafos larguísimos, ella nos cuenta y nos dice lo que quiere, en lugar de tener un narrador omnisciente: ahí habría tenido basura en el sentido más literal. Quiero creer que se logró algo.
Aunque han pasado años me sigo cuestionando y algo que me ayudó fue ver ‘Veneno’ y leer Las malas porque me di cuenta de que no estaba tan errada sobre los principios y enfrentamientos de la comunidad trans. Ahora, JD Pluecker se encuentra trabajando en la traducción de la novela y hemos hablado del tema: si nos toca, si no nos toca, cómo hacerlo. Lo que JD ha hecho es compartir el trabajo con personas trans para ver cómo se sienten con el personaje y la traducción porque queremos y tenemos que ser respetuoses.
Existen temas recurrentes en tu producción: el duelo (Nenitas, Una no habla de esto), la pérdida, la identidad, (El libro de Aisha, Todo eso es yo), incluso existe más de un padre personaje que le dice a su hija que si estudia letras a ver quién le va a comprar los libros: ¿tu escritura esta permeada por tus temas de interés o es más bien que tu producción se aboca a temas recurrentes en un ejercicio de (auto)descubrimiento?
Sí, son esos los temas, sin duda: identidad, duelo, la figura del padre, lo visual: escribí narradoras fotógrafas (‘Sobreexpuestos’, contenido en Nenitas), periodistas (El libro de Aisha), artistas visuales. Algo que digo a veces sobre mis clases, un poco en broma, un poco en serio es: “doy clases sobre temas de los que quiero aprender más, de los que necesito aprender más”. Estoy escribiendo de lo que necesito saber más, de lo que necesito entender un poco más.
Hay quien dice que en la ficción hay obsesión y en la no ficción curiosidad. Para mí en ambos terrenos hay curiosidad, entró con preguntas y no es necesariamente que al escribir las pueda responder, pero me acerco a sus posibilidades, aunque sea un poquito. Me quedo con lo que dice Phillip Lopate: “el auge de la no ficción es respuesta a la crisis, en todo sentido, que se vive en el mundo, entre ellas la crisis de identidad”.
Todavía no sabemos que significa perder a alguien, que significa ser mujer realmente o no queremos que lo implica ser mujer sea la norma y estas cuestiones con las que yo batallo en el día a día son las que exploro en la escritura. Vivian Gornick dice que en la ficción los personajes son subrogados de nuestras ideas y en la no ficción somos nosotros. Creo que, absolutamente, pongo a mis personajes a hablar y discutir sobre cosas que tengo en la cabeza: afortunadamente yo no crecí en un basurero municipal (Alicia) ni tengo que ser trabajadora sexual para poder sobrevivir (Reyna Grande), pero hay algo de ellas en mí: sus ganas de luchar contra lo que existe, su proceso para aprender a gestionar afectos. Los temas están porque son parte de mi vida y son algo que observo y tienen que ver con preguntas que tengo.
Quienes seguimos tu trabajo encontramos que cada vez apuestas más por el fragmento para narrar: ¿es esta una experimentación del lenguaje o tu estilo?, ¿lo consideras tu legado?
Te voy a explicar con Basura, porque me va a ser mucho más fácil. Generalmente en cuento —en novela también— me gusta mucho la voz en primera persona, sé que tiene sus retos pero tiene un efecto bien especial. Mi temor es que los personajes se oigan iguales. En Basura consideré que cada una habla distinto pero me fui a la sintaxis para marcar a diferencia.
Pensé: “Alicia, que ha crecido prácticamente sola, autista en cierto sentido, que no ha podido socializar porque no quiere y no le interesa, habla en oraciones cortas, oraciones simples, como balazo. Gris, que ha estudiado y es una persona de ciencia habla en operaciones coordenadas y subordinadas, oraciones largas. Y en el caso de Reina Grande su personalidad abarca el espacio. Ella habla en lo que yo llamo encabalgamiento: oraciones larguísimas, párrafos gigantescos, hay otra persona escuchando, pero no sabemos de ella”.
“Esta será tu esquina. Nadie tiene derecho a ella más que tú. Ponte lista, ponte muuuy lista porque nunca falta una pinche abusona que trata de robarle la esquina a las nuevas. No hay muchas en realidad. El oficio ha ido despareciendo junto con las mujeres…”
Basura
Considero que la sintaxis, la forma, el fragmento responden a la personalidad de los personajes y a formas de concretar cómo son como personas, cómo socializan o cómo se introvierten. Creo que el fragmento, las oraciones cortas, esta especie de concreción responde a una manera de apuntalar, de hacer declaraciones, de decir las cosas, pero pienso que también juego con lo contrario: con escribir desbordadamente.
Yo no sé si es estilo, dudo que vaya a ser legado, pero creo que es una manera de aproximarme al personaje, a cómo somos. En la página el personaje se desenvuelve como nosotres en la oralidad: estoy hablando de esto contigo y de repente cambio de tema o hago gestos y demás. Entonces, creo que la sintaxis, el fragmento, la concreción y el desbordamiento son maneras de imitar el habla y cómo nos relacionamos con le otre.
Para cerrar esta sección, tu escritura esta permeada por experiencias que la familia mexicana considera como indecibles: ¿cómo logras escribir sobre emociones tan terribles y universales como la ausencia, la familia, la violencia…?
A mí me pasa algo muy curioso, soy muy miedosa para muchas cosas, pero en los parques de diversiones me gustan los juegos rápidos y altos. Me da miedo y por eso lo hago, sé que voy a gritar pero no quiero quedarme con las ganas y que sea el miedo lo que me detenga. Hace poco alguien me recordó algo que escribí en El libro de Aisha sobre asomarse y ver el abismo, eso me interesa.
“Cesare Pavese decía que el único modo de escapar al abismo es mirarlo, medirlo, sondearlo, descender a él. Descender en el abismo. Medir. Sondear. Sé que va a sonar exagerado pero escribir de ti es el abismo.”
El libro de Aisha
Me interesa mucho asomarme a esos abismos y ver que a veces son construidos por nosotres mismes, porque los aceptamos y no los negociamos: no sabemos qué podemos hacerlo. Entonces el tema de la violencia en todas sus dimensiones y su normalización me interesan muchísimo, porque es lo que nos tiene dónde estamos en más de un sentido. No es que lo vaya a resolver escribiendo, pero a veces comprendiéndolo es mucho más sencillo encontrar soluciones.
A lo que le temo busco observarlo, habitarlo; me da medio, pero si me meto voy a dejar de temerle, sabré negociarlo. Cuando era niña me daba mucho miedo el mar, hasta que una tía me dijo: “no te va a arrastrar, el mar seguirá en su sito y tu estarás en él”. No fue hasta que estuve en el mar, que lo habité, que comprendí que las emociones son como olas.
De ahí que el duelo, la ausencia, la perdida y los rompimientos amorosos sean temas constantes para mí: a esas experiencias les tememos todes. Hablar de estos temas en novela, cuento o no ficción es una forma de ver que son sentimientos y experiencias de la vida: son como oleadas, son parte de la vida, pero no son lo último y no nos van a derrotar.
Ahora, compártenos un poco de ti: ¿quién es Sylvia?
En estos momentos estoy en la reescritura de Una no habla de esto y hay un pasaje donde el personaje va a terapia y en un momento la terapeuta le pregunta “¿quién eres?, ¿qué quieres?”. Esas dos preguntas, que parecen muy sencillas, son bien complicadas para mi personaje, casi que dice: “pregúntame lo que quieras, menos eso”. A diferencia de ella yo sí sé quién soy.
Durante mucho tiempo dije “soy profesora y escribo” y ahora puedo decir cómodamente que soy profesora y escritora; además, la una alimenta a la otra. Estar en aula enseñando justo de lo que escribo y los temas que me interesan me hace sentir afortunada, es un constante aprender. Yo no sé si mis alumnos aprenden, pero yo aprendo con las clases que doy. Eso es muy chido. Para mí son muy importantes la docencia y la escritura y cómo se alimentan y se entrelazan y negocian, no se pelean.
Disfruto mucho ayudar. Escucho a alguien —en un aula o fuera— decir “quiero escribir un libro” o “quiero hacer esto” y mi cerebro empieza a pensar en soluciones. No sé si es porque soy la menor, pero me interesa mucho ayudar y mi esencia, mis talleres, Casa Octavia y mi escritura son eso. Eso sí, busco que haya un vaivén: las cosas que hago no las regalo, son un intercambio de algo. Yo sé que lo que hice por alguien en Casa Octavia lo va a replicar porque va a dar un taller o va a compartir libros u otras cosas.
Me gusta pensar que mi vida se lleva a cabo, como dominó: siempre digo “cambia una al mundo un lector a la vez”, entonces es un destino a la vez, una persona a la vez, hacer pequeñas cosas que eventualmente tengan un pequeño impacto, ya sea escribir, dar clases, conversar… eso es muy importante para mí, porque mientras escribía El libro de Aisha tenía que plasmar situaciones muy duras que vivió mi hermana; en esos momentos difíciles hubo gente que la ayudó.
Mi constante dar es un constante corresponder lo que mi madre, mi hermana, recibieron en algún momento. Esa soy yo, aunque de repente me excedo, soy una workaholic, priorizo a todes, menos a mí; es algo muy común. También practico mucho la empatía y la compasión: a veces puedo, otras no.
En otro nivel, descubrí hace ocho años que me gusta estar en la naturaleza, me gusta hacer senderismo y caminar. Como me encuentro en proceso de escritura de libro siento la necesidad de salir de casa, caminar, tomar el sol, que el viento me de en la cara. Disfruto muchísimo estar en casa: puedo estar horas trabajando o leyendo en mi cama o en mi escritorio o en el comedor, pero me gusta pensar que el cuerpo es mi casa y para cuidarlo tengo que realizar actividad física: solía nadar y andar en bicicleta, y ahora practico yoga y meditación.
Soy virgo, eso ya debería contestar todo lo demás. Soy mamá poco común y tengo un hijo poco común: ¡eso me encanta! La manera en que le materne fue, para mí, una liberación. La vida divertida empezó a raíz de que nació mi hijo, porque me permití más cosas, me habité y empecé a negociar mi lugar de otra manera. El ser mamá es algo muy importante para mí, no es algo de lo que necesariamente he escrito, pero está ahí, mis personajes generalmente maternan: en Basura la mejor mamá es Reyna Grande y es la que se supone que no puede ser mamá.
¿Cuál de todos tus libros fue el más desafiante y cuál es tu favorito?
El libro de Aisha, sin duda, fue el más desafiante, me llevó mucho tiempo. Aunque ya había recurrido a la primera persona en Una no habla de esto aquí era distinto, me enfrentaba a la cuestión familiar: estaban mis padres, mi hijo, mis hermanos. Otra cuestión fue que la primera parte del libro se escribió sin mi hermana: ella no estaba en nuestras vidas y cuando regresó, lo hizo molida.
A nivel personal fue una novela que constantemente me decía no, todavía no. Lo he dicho en otros espacios, El libro de Aisha esperó a que yo estuviera lista. En muchos sentidos es la obra que más me ha costado y con la que ahora me siento más segura: esta exactamente lo que quería y cómo quería. Con la edición de Enjambre literario (2018) estaba contenta, pero con la de Penguin Random House lo estoy mucho más: aunque los cambios son pequeños, son importantes; pude cerrar la novela de otra manera. Además, resume todo lo que aprendí en narrativa y no ficción —teoría de ficción y no ficción, construcción de personajes, historiografía— en los últimos diez años, para mi ese libro podría ser una tesis.
Mi obra favorita es Basura, aunque está muy cercana The Everything I Have Lost (Cinco Puntos Press, 2020) —versión en inglés de Todo eso es yo. Basura es la primera novela completamente de ficción que escribí. Me gusta mucho porque fue como jugar al laboratorio: ponerle, quitarle, experimentar con las voces y la forma durante el proceso la escritura… Originalmente eran tres bloques, primero todo lo de la Alicia, luego todo lo de Gris y por último lo de Reyna Grande: al final decidí trenzarlo y fui muy feliz con la estructura.
Aunque tuve que escribir la novela en seis meses, disfruté mucho el proceso: habité conmigo los personajes, se me ocurrían ideas, al compartir la novela con alguien entendía cosas y políticamente me gusta lo que ocurre: esta mucho de lo que me interesa como persona, escritora y profesora.
“¿Cómo que qué quiere Sylvia?” Ella me explica una vez más que debo responder como si Sylvia fuera una amiga, a quien conozco de sobra y con quien acabo de platicar. “¿Qué quiere Sylvia?, “Qué quiere Sylvia […]»
Una no habla de esto
Compártenos un poco de Inventario Podcast, el programa de libros y amistad que grabas con Isabel Díaz Alanís. Con dos temporadas ya icónicas, ¿qué sorpresas podemos esperar de Inventario?
Inventario comenzó como todo lo bueno en la vida, como una ocurrencia. Empezó porque después de que Isabel fue residente en Casa Octavia nos escribíamos sobre libros y chismes. Cuando comentábamos Her Body and Other Parties (Greywolf Press, 2017), de Carmen Maria Machado, que prácticamente leímos juntas, nuestra correspondencia aumentó. No recordamos quien de las dos dijo: “deberíamos tener un programa” y la otra contestó “podcast”. Leímos otro libro y volvió a salir el tema.
Durante la pandemia le pregunté a Isa “si hacemos el podcast, ¿qué necesitaríamos?”. Isabel investigó qué necesitábamos —micrófonos y demás— y comenzó a tomar forma algo que ni sabíamos que tendría temporadas. Entramos sin saber absolutamente nada de producción, pero sabíamos hacia donde íbamos. Después del tercer programa nos sentamos a pensar en estructura y en la segunda temporada tuvimos un formato más definido y tres preguntas base: ¿qué hubiera querido más?, ¿qué hubiera querido menos?, ¿qué extrañé?
Inventario Podcast es un proyecto bien lindo y más allá de que me acercó con Isa, es el momento en que habló de libros como me gusta hablar de libros. Aunque comparto un par de mensajes sobre el libro con Isa yo nunca sé que es lo que va a decir sobre el libro ni ella sabe lo que yo diré. Me gusta que realmente todo es muy genuino y que ambas compartimos la idea de la importancia del acompañamiento: poder rebotar con alguien más lo que estoy leyendo, compartir qué siento, qué me detona como escritora, como persona…
Es un proyecto literario muy chulo porque privilegia compartir la lectura y apreciar la opinión de la otra: no siempre coincidimos y en el intercambio modificamos nuestra visión: de repente algo que dice Isa amplía mi percepción del libro. Descubrimos más los libros porque lo compartimos entre nosotras y lo disfrutamos muchísimo, imagino que el día que no lo disfrutemos cambiará, pero mientras tanto es una experiencia hermosa: no sólo leemos acompañadas sino que vemos la respuesta de la audiencia: ¡nunca imaginamos que alguien aparte de la mamá de Isa y mi hijo nos escucharían!
Algo que tenemos pensado es que no necesariamente vamos a hablar siempre de libros. Queremos invitar a Alaíde Ventura —residente de Casa Octavia en 2018, quien ganó el Premio Mauricio Achar 2019 con Entre los rotos, obra que trabajo con Sylvia— a un episodio especial para platicar de escritura y procesos; también queremos hacer entrevistas: en esta temporada algunas autoras leyeron cachitos de sus obras (comentadas en Inventario) pero quisiéramos hacer entrevistas. Otro sueño que tenemos es ir a ferias de libro y estar en contacto directo con escritores; por otro lado, que Revista Este País nos invitara a sumarnos a su plataforma nos abrió puertas con editoriales para tener libros y un poco más de contacto con escritores, pero queremos evolucionar más.
También nos gustaría tener a alguien que nos ayude, porque de pronto nos hacemos bolas las dos con la cuestión técnica y, por supuesto, seguir leyendo lo que nos interesa. Y aunque planemos nuestros programas, nos permitimos ser orgánicas y nutrirnos con la coyuntura. Por ejemplo, ahora que Granta compartió su lista de los 25 narradores en español más importantes dijimos “hay que hacer un programa de esto”.
Para las personas que escriben, pero especialmente para las escritoras y la comunidad sexodiversa, cuéntanos de Casa Octavia
Ayer le comenté a Isabel que Casa Octavia surgió porque tengo sister issues: crecí sin mi hermana y aunque ahora viven Alaíde y otras amigas escritoras en El Paso, hubo una temporada en la que me sentí bien sola en Estados Unidos, no tenía con quien dialogar de escritura ni de nada.
Por otro lado, cuando estaba haciendo mi tesis, mi amiga Sabina Bautista —eventualmente vino a Casa Octavia— me ofreció su hogar para trabajar: me dio hospedaje y comida. Yo lo consideré muy chulo y pensé que sería increíble darle eso a alguien más. Así empezó esta ocurrencia de que alguien pudiera desatenderse de todo y dedicarse a escribir. Primero fueron amigas las que vinieron —Itzel Guevara y Sabina Bautista— y luego abrí la convocatoria para escritoras y comunidad LGBT+.
Está centrada en estos dos grupos por dos razones: primero, porque los hombres en México tienen todas las posibilidades en becas, premios y demás y aunque se supone que la situación está cambiando, yo todavía tengo mis dudas. Además, como autora también se que en los encuentros de escritores —como el FONCA— siempre hay momentos de acoso, violencia e incomodidad para nosotras, por eso pensé en principio una residencia para escritoras. Segundo, yo soy bisexual y me pareció importante que Casa Octavia fuera un espacio para todxs, así que lo abrí con esa idea, escritoras y comunidad LGBT+ porque, de nuevo, siento que somos más vulnerables y vulnerades.
Empecé con la idea de que fueran dos escritoras al año, pero como era mi casa dije “¡ay, bueno admitamos tres, bueno cuatro!”. Hubo experiencias geniales, otras no tanto, pero todas de aprendizaje. Con la pandemia, para no quedarnos en silencio y para apoyar a mis amigas que se quedaron sin ingreso, empezaron los talleres —que son un espacio de acompañamiento, de compartir, intercambiar ideas y de estar ahí— con exresidentes y amigas cercanas de Casa Octavia.
Lo único que yo cobró a las residentes es el taller de edición, de acompañamiento. Así ocurrió con Isabel Díaz Alanís, Alaíde Ventura, Itzel Guevara y otras chavas que dejaron un poco proyectos a medias: la idea fue acompañarlas y ayudarlas a terminar y formar su libro. Otra razón por la que hago esto es porque soy una gran lectora y a través de Casa Octavia puedo ver y estar en los libros que se están escribiendo, además de observar el proceso.
En 2019 conversé con Nicolás Cuellar —director de Dharma Books— en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Oaxaca y él me preguntó que necesitaba para Casa Octavia. Yo contesté que un estipendio para las residentes, pues si bien aquí tienen techo y comida, dejan de trabajar y tienen que seguir pagando renta. Así fue como nació la Beca Casa Octavia-Dharma Books: la escritora recibe un estipendio y un boleto de avión para llegar acá, yo recibo remuneración económica por editar su libro y Dharma Books recibe un libro sólido y trabajado, casi preparado para la imprenta. Es un ganar-ganar para todes. Isabel Díaz Alanís fue la primera beneficiaria de esta beca y la segunda será Lilian López Camberos.
Además de la reescritura de Una no habla de esto ¿estás desarrollando algún proyecto?
Estoy trabajando un libro sobre mi mamá, que es ficción, no ficción, autoficción y que va hacia la autoetnografía. Inició con la idea de hacer una lista de datos de mi mamá y estos se convirtieron en anécdotas, recuerdos y la huella de su vida en la mía. En el proceso me he dado cuenta de que hay muchas cosas de mi mamá que conozco y otras que desconozco; ambas están atravesadas por la sociedad.
Escribir el libro de mi mamá es escribir, en parte, la historia de la mujer en México. Ella fue maestra de primaria a finales de 1950; en esa época las mujeres solo podíamos ser secretarias, profesoras o enfermeras. Mi mamá a los 21 ya tenía tres hijos y luchaba contra el machismo en la sociedad, igual que la mayoría de las mexicanas. Para distraerme un poco, le he pedido a mis amigas que me compartan datos de sus madres y estos me llevan de vuelta a mi mamá.
Aparte de hablar de mi mamá, hablo de cosas que tienen que ver con ser mujer en México: lo que significa ser mujer, madre, hija, la historia de las mujeres que trabajan en la maquiladora; además, abordó otros temas como la vida en la frontera y la escuela normal en México. Esta obra lleva por título tentativo As a mother of fact. Por cierto, en el proceso me he encontrado con documentos, un recetario, fotos y demás, así que va a ser un libro un poco raro y me va a llevar bastante tiempo armarlo.
“Pues si no puedes decir Parangaricutirimícuaro tres veces rápido sin equivocarte cuando te mueras no te vas a ir al cielo. Vanesa me miró con miedo […] De pronto Vanesa abrió la boca y dijo: paran, paranga…”
“Mi prima”, en Gente Menuda
¿Volverás a escribir cuentos?
Tengo un libro de cuentos que empecé a tallerear con Alaíde el año pasado. El libro ya está, tiene título y todo, aunque necesita mucho trabajo de edición. No sé qué me pasa que mi atención está puesta en textos de largo aliento, que exploran varias cosas a la vez, y de pronto siento que el cuento no me cumple. El género no me permite decir todo lo que tengo que decir.
De pronto veo algunos de los cuentos del libro y pienso “esto puede ser una novela”, sé que mi mente está pensando en función de algo mayor, atravesado por varias cosas y formas. Eventualmente terminaré de editarlo y le buscaré casa, pero siento que si lo sacó será lo último que hare en materia de cuento, porque tengo muchas ideas para novela y no ficción que están ahí esperando.
Por último ¿qué cosas interesantes estás viendo, leyendo o consumiendo de las industrias culturales?
Generalmente leo dos libros al mismo tiempo, uno en la mañana y uno en la noche: uno responde a las novedades y el otro alimenta algo en lo que estoy trabajando. De la primera categoría estoy terminado Los abismos (Alfaguara, 2021), de Pilar Quintana. En la segunda categoría estoy leyendo Obit (Copper Canyon Press, 2020), de Victoria Chang, quien juega con la idea del obituario y la búsqueda de la mamá.
Gracias a Isabel descubrí a Trixie Mattel y Katya. Vimos el documental ‘Moving Parts’ y ahora estamos viendo UNHhhh y ha sido una delicia: no sólo es muy divertido, también te pone a pensar en muchísimas cosas porque hay una crítica a quiénes somos y cómo vivimos. Lo estoy disfrutando mucho, es como leer pequeños ensayos agudísimos sobre lo que significa ser mujer, hombre, humano, perro, gato, enfermera y demás. Lo más chulo y con lo que me quedo de este programa es que una puede hablar de lo que se le dé su gana.
Ahora imparto una clase que tiene que ver con no ficción así que hice una relectura de Natalia Ginzburg, Vivían Gornick, Julian Herbert, autores que las personas interesadas en la construcción de la memoria, la memoria personal, la memoria familiar y la memoria social, disfrutarán mucho.
Redes sociales de Sylvia Aguilar Zéleny, de sus proyectos y enlaces a sus libros
- Redes sociales: Sylvia Aguilar Zéleny Twitter e Instagram. Casa Octavia en Twitter e Instagram. Inventario en Instagram y Twitter
- Leela mensualmente en: ‘Seis grados de separación’.
- Descargas: ‘No son gente como uno’ y ‘Señorita ansiedad y otras manías’
- Dónde comprar: ‘Nenitas’ y ‘Basura’ pueden comprarse en Nitropress; ‘El libro de Aisha’ se encuentra a la venta en las principales librerías (Gandhi, El sótano, El péndulo) y tiendas departamentales (Sanborns) del país. Un fragmento de la novela se puede leer aquí.
- Puedes escuchar ‘Inventario’ en: Spotify.