En todo el mundo, suceden fenómenos inexplicables, situaciones cuya existencia nos gusta negar por temor o por incredulidad. Son muchos los que aseguran que es mejor no meterse en situaciones que justamente no entendemos, o con las que simplemente nos involucramos por un mero momento de rabia.
Hace algunos años me sucedió algo que me llevó a tomar malas decisiones, y todo porque necesitaba quitar de mi camino un obstáculo que estaba eclipsándome. A mí, se me prometió eso; quitarlo de mi camino, mediante atajos; atajos que, por cierto, se acortan aún más, si ciertos tratos los haces con ese ángel caído que alguna vez estuvo tan cerca de Dios, como para ver su rostro.
Mi nombre es Clementina; y era bailarina de ballet, una de las mejores, con modestia, lo aseguro. Trabajaba en una de las compañías más importantes de Nueva York, era mexicana, pero llevaba mucho tiempo viviendo en los Estados Unidos. Abandoné todo en mi país, con tal de cumplir mis sueños. Dejé atrás comodidades para enfrentarme a una vida de constante esfuerzo y carencias, pero después de tantos años, no podía seguirme quejando, no cuando yo ahora era la estrella. no cuando todos los ojos de los asistentes se posaban en mí, dándome lo que más amaba recibir; atención y halagos.
Un día, mi ego se vio herido con la llegada de una chica, una bailarina originaría también de México, de un estado que para mí era irrelevante, la miraba con desdén porque, para empezar, no tenía la apariencia “digna” de una bailarina; su piel era morena, y su rostro, evidenciaba sus raíces indígenas; por esos motivos como esos, la creía una basura que, debía sentirse privilegiada de que mis ojos se posasen de vez en cuando sobre ella; pero, ¿por qué la mirada? Porque desgraciadamente poseía un extraordinario talento que a mí me irritaba. Porque fue ese talento, el que hizo que la atención de todos se voltease a su favor; mientras que yo, quedaba en el olvido, cada vez más.
Podía contener esos deseos de querer verla desaparecer, podía sonreírle de forma falsa, y hacerle creer a todos que me agradaba, pero “la gota que derramó el vaso”; aquel hecho que terminó por evidenciar mi odio por ella, fue cuando se le dio el protagónico de una obra que yo siempre había querido protagonizar, estaba furiosa, totalmente descontrolada, fuera de mí, pero consciente de lo que quería hacer; deshacerme de ella, para ser yo la que la remplazase en la obra, eso era lo que quería hacer, pero era demasiado cobarde como para hacerlo por mi cuenta, por esa razón es que estaba desesperaba, porque no me sentía con la suficiente valentía para librarme de ella de una buena vez con mis propias manos.
Todo sucedió después de uno de mis constantes y desvividos ensayos particulares que me llevaron a salir en plena madrugada. De alguna forma, practicar sola me ayudaba a reprimir toda mi rabia por esa chica. Pero todo cambio cuando ella apareció; era una mujer de larga gabardina negra, y piel sumamente blanca, bastante imponente y atractiva, debía reconocer. Sus labios eran rojos y su cabello rizado caía por debajo de sus hombros, ella, me detuvo tras haber doblado por una esquina; me llamó por mi nombre, lo cual en un inicio me pareció bastante raro; no me di cuenta en qué momento fue exactamente, pero en cuestión de minutos comenzamos a charlar. Me dijo que era una buscadora de talentos, y que llevaba tiempo rondando la compañía en búsqueda de uno que valiese la pena, me confesó que yo había llamado su atención, pero la verdad, es que me negué a todas las ofertas que ella puso a mi disposición, lo hice porque yo amaba estar en la compañía, y porque después de todo lo que me había costado estar ahí, no iba renunciar a ella, me sinceré con esa mujer, platicándole sin más mi problema; fue entonces cuando me ofreció un trato diferente. Un trato que poco a poco fue convenciéndome.
En mis manos, puso una pequeña caja de música, de la cual, al abrirla, una hermosa y diminuta bailarina que giraba armoniosa al compás de la melodía. Esa mujer, me aseguró que mi gran problema desaparecería definitivamente, y que, además, mi talento incrementaría desmedidamente en el escenario. Todo lo que debía hacer, era darle una vida a cambio, durante las noches de luna llena. Se trataría en realidad de darle una vida pequeña, la de un animal, por ejemplo; no le vi mayor problema; eso sí, me dijo que esa caja de música, debía estar en todo momento conmigo, y que jamás debería ser abierta por alguien más, de lo contrario, me advertía que, lo que más amaba, me sería arrebatado, además de pagar algunas consecuencias de las que jamás me habló; me dijo que esa caja era sagrada, porque dentro de ella, quedarían los espíritus de todos aquellos que matase. La caja, su prisión, evitaría que me atormentasen y que empañasen mi felicidad; pero no lo tomé muy enserio; pese a eso, acepté el trato.
Al día siguiente, nos fue informado que mi gran competencia; esa odiosa marginada que se describía a sí misma como bailarina, había sido atropellada, y que había muerto al instante. Estaba tan asombrada, pero no menos complacida. Yo pagué como lo prometí, con la vida de un gato negro; mi talento incrementó tal y como esa mujer lo aseguró; ya no era una estrella, ahora era un sol. Desgraciadamente, sus exigencias fueron incrementando también, ya no se conformaba con la vida de un animal, pronto fueron niños, y después adultos; entre ellos, hasta mi propia madre, quien había ido a visitarme, y la misma que me condenaría sin querer, al abrir mi caja de música curiosa por su belleza. Intenté deshacerme de la caja de música, quise romper el trato, pero ya no había mucho que hacer. Ahora, sigo siendo la estrella, pero para ese público que nadie ve, dentro de mi solitaria habitación de paredes acolchadas, en la que constantemente me medican, especialmente cuando se me aparece esa mujer de negro.
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