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‘La niña del rosario rojo’. Primera parte

Fue hace mucho tiempo, tanto que la verdad poco recuerdo. Sucedió hace muchos años, cuando yo apenas me iniciaba como profesor de educación física. Me encontraba en búsqueda de mi primer trabajo oficial, pues la experiencia laboral que hasta ese momento tenía era demasiado escasa. Ni siquiera la consideraban relevante. Muchos, de hecho, aún me consideraban un novato en temas de docencia. Pese a los malos comentarios, ciertamente me mostré siempre optimista y positivo. Esperanzado en que encontraría un buen empleo. Por supuesto que, al cabo de algunos meses de completo silencio de parte de todas esas escuelas a las que había metido solicitudes, comencé a perder la fe. Fue justo en ese momento, cuando la negatividad ya hacía de las suyas dentro de mi cabeza que, cierta escuela me llamó. Era un colegio que fungía como medio internado. Albergaba en un horario de 7 am a 9 pm a niños de diversas edades, hasta que a sus padres básicamente les fuera posible recogerlos.

En fin, para no hacer esta historia más larga de lo que podría ser. Solo diré que quedé muy satisfecho con el trato que recibí durante mi entrevista, y al parecer la reclutadora también se sintió así respecto al entusiasmo con el que me presenté aquel día, pues tan solo en cuestión de un par de horas me pidieron mi documentación y me asignaron mi horario laboral. Las semanas transcurrieron, y yo fui con gran facilidad adaptándome a mi nuevo empleo. Iniciaba siempre puntual a las 9 de la mañana y salía de la institución casi a las 5 de la tarde. En una ocasión, durante mi cuarta semana de labor algo muy extraño ocurrió. Mientras me encontraba impartiendo la última clase del día, una niña nueva se unió al grupo de tercer grado de primaria. Era una niña bastante delgadita y pálida. Para ser honestos, tenía un aspecto delicado y frágil. Llamó bastante mi atención, pero sobre todo, creo que hasta cierto punto me perturbó. Tenía una mirada hundida, como si un gran padecimiento estuviera azolándola por dentro. La peor de las características y que hasta la fecha me persigue en sueños, es esa manera suya de observar, de mirar. Miraba como si al interior de su cabeza estuvieran formulándose miles de planes malévolos y sinestros. Como si dentro de ella, se escondiera la más sanguinaria bestia.

– Esa niña se llama Josefita, profesor. Es una niña que ante los ojos de todos los profesores resulta ser bastante extraña-decía ese ancianito. El conserje de la escuela que hasta muy tarde acostumbraba quedarse.

– Hace un año esa niña llegó a la escuela. Era una pequeña muy alegre y bastante participativa en clases, pero desde hace unas semanas…ha cambiado radicalmente.

– Nadie sabe lo que le ocurrió, pero desde que en una ocasión, se quedó hasta entrada la noche…ella jamás volvió a ser la misma.

– Se volvió callada…y bastante enfermiza…

– Tanto que, con gran frecuencia suele faltar.

Esa descripción que el conserje me había brindado, me dejó más inquieto que tranquilo. Por supuesto que no quise involucrarme más con ese asunto, así que mejor decidí olvidarlo y solamente considerar a esa niña como una alumna más. Pero me sería complicado. Esa misma tarde, yo había demorado un poco más en concluir con mi última clase. Me encontraba solo, casi y completamente solo en la escuela. O al menos eso era lo que creía.

– ¡Hey!

– ¡Niña!, ¡¿Qué haces aquí todavía?! -justo en la parte superior de las escaleras, esas que conectaban mi salón con las oficinas administrativas. Se podía distinguir la pequeña imagen de una niña entre las penumbras. Una pequeña de aspecto menudito quien, al parecer, sostenía lo que a simple vista, parecía ser un collar de cuentas.

Yo insistí en que me respondiera. En que una explicación me fuera dada, pero eso no ocurría. Supongo que el verse presionada o intimidada por mi cuestionamiento, la hizo huir de ahí, salir presurosa rumbo a ese corredor que llevaba al patio trasero de la escuela.

– ¿Profesor? -decía una voz repentinamente apareciendo a mis espaldas.

– Ah…-tocaba mi pecho, sintiendo que ante semejante y repentina intromisión, el corazón se me escaparía del pecho-eres tú, Josefita.

– Pero qué buen susto me diste, ¿Qué es lo que hacías allá arriba? -miraba en dirección a las escaleras.

– Bien sabes que ninguno de ustedes puede permanecer aquí después de las clases, Josefita. Está prohibido.

– Pero yo no estaba en las escaleras, profesor. Yo estaba jugando con miss Sandy, allá abajo. Cerca de la entrada.

– Pero qué dices, Josefita. Si yo te vi.

– No, profesor-repentinamente, los labios de la niña denotan una sonrisa. Una sonrisa que al instante me crispa los nervios.

– No era yo…era mi amiguita….Cristina.

– ¿Cristina? -le cuestionaba yo con suspicacia-pero es que yo no sabía que otra niña se quedaría en la escuela esta tarde.

– De hecho, no recordaba que alguna niña se llamara así, Josefita.

– No…es que ninguna de las niñas tiene ese nombre…lo que pasa es que usted no conocía a mi amiga…ella es muy tímida…no le gusta mucho estar con personas.

– ¿Ah no?, ¿Y por qué no le gustan las personas? -le interrogaba con ingenuidad, pensando en una posible respuesta inocente.

– Porque son malas con ella…le dicen cosas muy feas.

– ¿Enserio, Josefita?, ¿Y qué es lo que le dicen?

– Que está muerta…-contestaba la niña con inquietante y macabra sonrisa.

La niña del rosario rojo