El domingo 23 de junio de este año, Valeria Martínez, de menos de dos años, murió ahogada junto con su padre en el Río Bravo. Ambos escapaban de la violencia de su país, El Salvador, amén de buscar una mejor calidad de vida, eterna promesa del american dream que poco a poco se está convirtiendo, especialmente para los grupos que no comparten las características físicas del estadounidense “tradicional”, en el american nigthmare. Hay que señalar que la imagen de la niña y su padre ahogados generó la indignación de gran parte de la comunidad internacional. Empero, también ayudó a poner en perspectiva la gravedad de la crisis migratoria centroamericana, la cual se materializa en las tristemente célebres caravanas migrantes. Sin embargo, ya se tenía el antecedente de un caso similar.
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El 2 de septiembre de 2015 la sociedad civil mostraba su asombro ante las fotografías del cuerpo sin vida de Aylan Kurdi, de tres años, frente a las costas de la República de Turquía. Al igual que Valeria, Aylan migraba para escapar de la violencia de su país de origen, la República Árabe de Siria, la cual en esos momentos estaba siendo atacada por el grupo terrorista Daesh. En dicha coyuntura, la imagen sirvió para poner en perspectiva la crisis humanitaria siria, amén de visibilizar la criminalización de la migración existente en varios países europeos.
Casos como estos hay miles. Los migrantes indocumentados del suroccidente y sureste de Asia que buscan llegar a la Mancomunidad de Australia y son interceptados por las patrullas fronterizas australianas terminan en los centros de procesamiento de inmigración de Australia, los cuales son administrados de forma privada y se encuentran en la República de Nauru y el Estado Independiente de Papúa Nueva Guinea. Es el centro de procesamiento de inmigración de Nauru el que saltó a los reflectores internacionales en septiembre del año pasado, cuando se hizo de conocimiento público que los niños detenidos en este sitio presentaban el síndrome de resignación, además de autoflagelarse e intentar suicidarse. El documental de Eva Orner, ‘Chasing Asylum’, muestra el interior de este centro y el trato que se le da a los buscadores de asilo.
Si nos movemos hacia el sur de Europa la situación no cambia en exceso. La República Italiana tiene una política migratoria extremadamente dura y no teme meter a prisión a quien sea sorprendido ayudando a un inmigrante a llegar a su territorio. Ya es famoso el centro de recepción de inmigrantes de Lampedusa, isla italiana donde llegan migrantes indocumentados procedentes de África. Una vez más el tema gana relevancia mundial en la zona, pues Carola Rackete, capitana del ‘Sea Watch 3’, tras no recibir respuesta de su estado de necesidad decidió atracar en las costas de la isla siciliana para desembarcar a los 40 migrantes que había salvado de morir ahogados en el Mar Mediterráneo, con quienes llevaba a la deriva 17 días. Ahora, la alemana (en arresto domiciliario) ésta en espera de la decisión del gobierno italiano, pero la situación podría terminar en que cumpla diez años de prisión más el pago de una multa de hasta 50, 000 euros.
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Ahora, si la atención se pone en los centros migratorios de Estados Unidos, el cambio tampoco es mucho. Desde la separación de padres e hijos que migran, hasta las imágenes donde se puede apreciar como los migrantes se encuentran recluidos en jaulas donde ya no cabe nadie más, este tema es sensible y polariza a la sociedad estadounidense. A nadie sorprendió que muchas personas señalaran la existencia de campos de concentración en el país norteamericano. Quizá el caso más emblemático es el del centro fronterizo de Texas, donde se tiene a los niños gravemente descuidados y en la misma celda comen, viven y realizan sus necesidades fisiológicas (en un inodoro en el centro de la instalación). Además, desde abogados que han visitado el lugar hasta miembros de organizaciones civiles han denunciado que los niños duermen en colchonetas en el piso y que son víctimas de una rápida propagación de gripe y piojos.
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Lo que tienen en común los casos de estas personas que migran es que se encuentran huyendo de la violencia para preservar la vida, a diferencia de las primeras oleadas migratorias. Ya en otros espacios he discutido las principales figuras en materia migratoria (La Crisis Migratoria del Siglo XXI), por lo que en esta ocasión sólo señalaré que preservar la vida, el fin último de la crisis migratoria del siglo XXI, no es un delito e incluso migrar está consagrado y protegido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos en sus artículos 13 y 14.
De esta manera, es momento de descriminalizar la migración, lo cual no es una tarea sencilla. Por ejemplo, desde los principales medios de comunicación e información se habla de migración y migrantes ilegales. Empero, atendiendo a lo expuesto en el párrafo anterior —amén de señalar que todos los seres humanos, por el simple el simple hecho de existir, gozan de los derechos humanos— dicha categoría es equivocada: el migrar para preservar la vida no es ilegal y ninguna persona por el hecho de desplazarse de un país a otro debería ser criminalizada.
Sin embargo, este no es el único desafío que presenta la crisis migratoria del siglo XXI. De los casos aquí expuestos se debe señalar que los discursos antiinmigrantes de los jefes de Estado y/o de gobierno de Australia, Italia y Estados Unidos presentan una gran aceptación por los ciudadanos. Lo anterior se da porque es sencillo culpar de los problemas internos de un país al extranjero: roban empleos, se utiliza el dinero de las arcas nacionales para brindarles servicios básicos, engrosan las filas de la delincuencia y el crimen organizados y un largo etcétera. Dicha retórica es en extremo peligrosa, pues deshumaniza al otro, favoreciendo que los ciudadanos no tengan problema con que se violen las garantías básicas del migrante, el cual ya no es percibido como persona.
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Para el caso de México, es necesario se aprenda de la experiencia internacional en la manera en que se maneja el fenómeno migratorio. Este, como ya hemos señalado, no es nuevo (México, País de Trasnmigrantes), y el abandono de la frontera sur del país ha favorecido la migración indocumentada, amén de la proliferación de grupos criminales, con énfasis en la trata de personas. Así, aunque se envíe a la recién creada Guardia Nacional a mitigar la cuestión, el problema no se está atendiendo de raíz: no existe ni paz ni estabilidad en los territorios expulsores de personas.
Lo anterior lo confirman las muertes de Aylan Kurdi y Valeria Martínez (y de las miles personas que mueren migrando y cuyos nombres no llegamos a conocer). A pesar de atraer la atención de diversos sectores, la migración no se detuvo. La migración del siglo XXI es extremadamente compleja y las personas que salen de sus lugares de origen están conscientes de que pueden perder la vida, pero prefieren tomar el riesgo a quedarse a morir en el sitio donde se encuentran. Por ello, es momento de repensar el trato que se le da a la migración, especialmente para evitar caer en xenofobia y discriminación.
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Para cerrar este espacio se propone un ejercicio de imaginación: frente a la debilidad institucional-estatal y ante el auge de grupos criminales y delincuenciales que cooptan a los jóvenes y violan a las señoritas, amén de extorsionar a la población ¿usted se quedaría ahí o buscaría llegar a otro Estado?, ¿si su país fuera invadido por grupos terroristas se quedaría en su hogar, el cual puede sufrir de bombardeos, o se arriesgaría a llegar a otro continente incluso si para ello tiene que poner en riesgo su vida?. Haga un esfuerzo de imaginación.