Durante toda la noche, Manolo, no dejó de pensar en lo que esa extraña mujer le había dicho, y no por el tema de la brujeria, en el que, por cierto, seguía sin creer pese a las insistencias de la tía de Sebastián por demostrarle su veracidad. Manolo, más bien, y por decirlo de alguna manera se sentía desafiado, y ese era uno de los peores gestos que podían cometerse en su contra, junto con el rechazo, por supuesto. Para su buena suerte, resultaba ser que a Rayan y a Sebastián, los tarros de cervezas que habían ingerido esa noche se habían subido demás a sus mentes, haciéndolos quedar en un estado de vulnerabilidad absoluta. Las intenciones de Manolo, quien para mala suerte de sus acompañantes se encontraba de lo más sobrio, eran simplemente llevar a sus amigos consigo, hasta su casa, donde sin objeción alguna por parte de sus padres, podrían pasar la noche. No obstante, el chico optó por otra opción. Manolo, estaba cegado por el enojo de haber sido “subestimado” por la tía de Sebastián al repetirle en más de una ocasión que las cosas relacionadas a la brujería no eran para niños, pues él se creía lo suficientemente mayor como para entender y confrontar cualquier tipo de problemática que se le pusiese enfrente. Esa noche, planearía dejar a Sebastián en su casa, tomando esa “generosa” acción como pretexto para darle un merecido a Orna. Uno que le ensañara a nunca más a “insultarlo”.
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Luego de llegar a la casa de Sebastián, Manolo, se dispuso a llevarlo a su habitación, aprovechando que su madre y tía se encontraban dormidas. Tras dejarlo en su cama, en casi un estado de inconsciencia absoluta, Manolo, se dirige a la sala con la esperanza de encontrar el libro que tan celosamente Orna parecía cuidar. Para su mala suerte, y tal como era de suponerse, ni el bolso de esa mujer, ni el libro que en su interior se encontraba yacían en ese sofá frente a él. Haciendo uso de una de las pocas virtudes que poseía, el adolescente proclamándose desafiado por simplemente querer darle una respuesta a aquella bruja que se había esmerado en alejarlo de esos escritos que él se había propuesto a leer solo por mera replica a esas creencias tan pobres. Conociendo a detalle el interior de esa casa, Manolo sube confiado al segundo nivel, en donde las habitaciones se ubicaban. Despacio, y dando pasos casi insonoros, se desplaza rumbo a cada puerta con la que ahí su mirada se topaba. Justo, está por llegar a la puerta tras la cual se situaban los aposentos de Sebastián, cuando en ese instante, una de las puertas detrás de él se abre repentinamente, dejando entre ver y apenas perceptible por las penumbras de la madrugada, la sombra de una mujer de largo camisón negro que lentamente caminaba por ese corredor rumbo al sanitario. Tan solo bastaba un solo murmullo para que la presencia de tan osado chico fuera descubierta, sin embargo, la mujer se notaba lo suficientemente somnolienta como para notarlo a sus espaldas, y apenas a unos cuantos metros de ella. Orna, ingresa a la puerta frente a su habitación asignada, dejando que el chico tuviera la oportunidad exacta para entrar a ella, y así tomar el libro que se encontraba sobre el pequeño mueble junto a su cama. De ahí, su mano tira del bolso con sumo cuidado, tomando el libro que sutilmente volvía a asomarse. Con sonrisa soberbia y que no se molestaba en lo más mínimo a limitarse, Manolo, sale de la recamara justo antes de que Orna regresara. Con el libro en mano, huye de la casa, logrando que nadie si quiera pudiera sospechar de su maliciosa travesura.
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Ansioso, contando los kilómetros a recorrer para llegar a su ostentosa mansión, Manolo, coloca el libro en el asiento del copiloto. Sus ojos, invadidos por el resplandor de la burla y de una victoria impuesta por su propia personalidad vanidosa, se dirigían hacia ese libro; pero sin imaginar lo que entre sus páginas hallaría. Una serie de hechizos y rituales que prometían facilitarle la vida y brindarle todo aquello que cualquier adolescente de su edad podría desear. A mitad de su recamara, sin ninguna luz que pudiera darle gran vista de lo que en ese libro había, Manolo, comienza a ver los símbolos grabados ahí, sintiéndose intrigado por algunos y también por algunos encantamientos que garantizaban conseguir el amor de una persona en específico. Una de las cosas que Manolo más necesitaba y que seguramente ayudaría a reparar su ego herido. Solo bastó con leer algunas líneas para que esas ideas tan insulsas que tenía con relación a la brujería, cambiaran radicalmente. Pronto, ya no le pareció tan fantasiosa. Ahora la veía como un atractivo medio por el que podía conseguir todo aquello que le había sido prohibido.