Hay quienes consideran que la poesía o el acto de escribirla consiste sólo en seleccionar las palabras precisas y urdir versos sonoros y complejos. Aún cuando el análisis de la forma es intrínseco en la poesía, muchas veces es más que un juego de palabras. La poesía provoca sensaciones, crea imágenes y desentraña recuerdos. Sin embargo, lo anterior es solo una apreciación personal —aunque puede ser compartida— pues la experiencia de lectura es distinta en cada uno de nosotros.
Cada aproximación hacia la escritora Alejandra Pizarnik resulta diferente, es indudable que todos hallamos en sus letras la intensidad de una mujer que en las palabras encuentra un espacio de introspección y exteriorización de su intimidad. En sus diarios muchas veces refiere lo que representan las letras en su vida: nombrar y nombrarse; vivir.
«¿Posibilidad de vivir? Sí, hay una. Es una hoja en blanco, es despeñarme sobre el papel, es salir fuera de mí misma y viajar en una hoja en blanco»
(Diarios 1957-1960).
Mucha de la crítica literaria se ha enfocado en hablar del destierro, abandono y soledad que sufrió Alejandra Pizarnik durante su vida, y que está presente en su obra. También se han concentrado en asociarla con otras mujeres poetas que tras llevar una vida abrumadora y solitaria decidieron quitarse la vida. No obstante este acercamiento resulta bastante injusto, ya que ceñir y reducir el estudio de su obra a la cuestión de su suicidio es anular su escritura y peor aún, no nombrarla a ella.
Flora Alejandra Pizarnik nació el 29 de abril de 1936 en Avellaneda, Argentina. Estudió filosofía en la Universidad de Buenos Aires, y a la par periodismo y pintura; sin lograr concluir alguna de estas. Su primer libro, ‘La tierra más ajena’, fue publicado en 1955. ‘La última inocencia’ en 1956 y ‘Las aventuras perdidas’ en 1958. En 1961 viajó a Francia y vivió ahí durante tres años. Tiempo en el que publicó ‘Árbol de Diana’ y se considera adquirió un estilo definido. Asimismo estuvo en contacto con Julio Cortázar, Ivonne Bordelois y Octavio Paz. En su regresó a Argentina, durante 1965 aparecieron ‘Los trabajos y las noches’ y ‘La condesa sangrienta’. Falleció a los 36 años, el 25 de septiembre de 1972, tras ingerir 50 pastillas.
La migración de sus padres de origen judío durante el nazismo y su posterior llegada a Argentina fue algo que siempre tuvo presente Pizarnik. Los tópicos de la búsqueda del origen, la huida y la vida como un constante éxodo son recurrentes en su escritura. Tal como deja ver en el siguiente fragmento de sus Diarios.
«Heredé de mis antepasados las ansias de huir. Dicen que mi sangre es europea. Yo siento que cada glóbulo procede de un punto distinto. De cada nación, de cada provincia, de cada isla, golfo, accidente, archipiélago, oasis. De cada trozo de tierra o de mar han usurpado algo y así me formaron, condenándome a la eterna búsqueda de un lugar de origen. Con las manos tendidas y el pájaro herido balbuceante y sangriento. Con los labios expresamente dibujados para exhalar quejas. Con la frente estrujada por todas las dudas. Con el rostro anhelante y el pelo rodante. Con mi acoplado sin freno. Con la malicia instintiva de la prohibición. Con el hálito negro a fuer de tanto llanto. Heredé el paso vacilante con el objeto de no estatizarme nunca con firmeza en lugar alguno. ¡En todo y en nada! ¡En nada y en todo!» (Diarios junio y julio 1955).
Leer a Pizarnik es sentir las palabras, los silencios, la ausencia, la soledad, la muerte y el placer: la vida. Sus poemas y sus diarios condensan la brevedad o profusión de un instante, una conversación, una ruptura o una pérdida. Y es que para ella: “Las imágenes solas no emocionan, deben ir referidas a nuestra herida: la vida, la muerte, el amor, el deseo, la angustia”(Diarios 1957-1960). Acercarse a sus letras resulta doloroso, pues nos podemos reconocer en ellas.
5 poemas para recordarla:
Solamente
ya comprendo la verdad
estalla en mis deseos
y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios
ya comprendo la verdad
ahora
a buscar la vida.
La última Inocencia
Partir
en cuerpo y alma
partir.
Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.
He de partir
no más inercia bajo el sol
no más sangre anonadada
no más formar fila para morir.
He de partir
Pero arremete, ¡viajera!
35
Vida, mi vida, déjate caer,
déjate doler, mi vida, déjate enlazar de fuego,
de silencio ingenuo,
de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.
Quién alumbra
Cuando me miras
mis ojos son llaves,
el muro tiene secretos,
mi temor palabras, poemas. Sólo tú haces de mi memoria una viajera fascinada,
un fuego incesante.
Yo soy…
Mis alas?
dos pétalos podridos
mi razón?
copitas de vino agrio
mi vida?
vacío bien pensado
mi cuerpo?
un tajo en la silla
mi vaivén?
un gong infantil
mi rostro?
un cero disimulado
mis ojos?
ah! trozos de infinito
-
Foto portada: especial