Bermudas es un territorio autónomo británico en el océano atlántico, con una población de más de 63,000 personas. De todas ellas, no hay ninguna que no conozca la historia de Johnny Barnes. No es algo raro, ya que todos en la isla amaban a este hombre, y hasta la fecha lo siguen haciendo. De la misma forma, Barnes también amaba Bermudas y a todos aquellos que viven en la isla. Tanto, que se dedicó por más de 30 años de su vida a saludar, sonreír y bendecir a todos los habitantes de esta isla, todos los días sin descansar, hasta el fin de los suyos.
En aquella glorieta
Johnny se despertaba todos los días cerca de las 2 de la mañana. Se vestía, tomaba su desayuno, y salía de su casa aproximadamente a las 4 de la mañana. Caminaba hasta llegar la glorieta de Crow Lane, se ponía de frente a la calle, y se quedaba ahí parado. Podía esperar incluso horas hasta que pasara el primer auto o los primeros peatones por la glorieta, y cuando lo hacían, Johnny sonreía. «Los amo», «Dios los ama», «Tengan un hermoso día», eran algunas de las frases que Barnes decía a todos aquellos que pasaran frente a él. Se mantenía ahí por horas, con el clima que hubiese, pero no se hartaba ni se cansaba, siempre estaba feliz, siempre estaba sonriendo.
La primera vez que los habitantes de Bermudas vieron a Johnny saludarlos, y deséandoles buen día sin ningún motivo aparente fue en 1986. Al principio algunos no entendían bien lo que sucedía, y es probable que hayan pensado que solo estuviera loco. Sin embargo, no tardaron en sentir la sinceridad con la que aquel hombre soltaba palabras de cariño, y se sintieron halagados con ello. La gente empezó a darse cuenta que aquel hombre estaba todos los días, sin falta en aquella glorieta, esperándolos para saludarlos, entonces fue cuando empezó a volverse algo significativo para ellos.
En poco tiempo, Johnny Barnes se volvió un personaje conocido en la isla, y la gente comenzó a apreciar al hombre barbudo y de sombrero que no dejaba de saludarlos. Así, aquel hombre se volvió todo un ícono de Bermudas.
Aquel hombre
En poco tiempo Bermudas se enamoró de aquel hombre sonriente, a pesar de que podría considerarse como un loco en cualquier otro lado. Sin embargo, Barnes se consideraba a sí mismo como simplemente un «hombre de Dios». Pertenecía a la Iglesia Adventista del Séptimo Día, donde más allá que cualquier otra enseñanza, aprendió la frase de «Aprender a amarnos entre las personas de la tierra». Y como una revelación, se quedó con ello y lo ejerció el resto de su vida. Johnny tal vez no iba a poder nunca hacerlo con literalmente todo el mundo, sin embargo, se dedicó a amar su pequeña isla.
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Cuando Johnny empezó a ir a aquella glorieta, ya era un hombre jubilado y con la salud un poco deteriorada. Esto provocó que después de un tiempo su esposa Belvina tuviera que llevarlo hasta allá, y tuviera que llevar con él un pequeño banco para descansar de vez en cuando. Muy pocas veces fueron las que Barnes faltaba a su puesto, y cuando lo hacía, toda la isla se alarmaba por ello, comenzaban a preocuparse por su salud o su condición física. Sin embargo, siempre aparecía al día siguiente o un par después con la misma sonrisa.
Después de un tiempo, la gente empezó a transitar por esa glorieta sin ningún propósito mas que saludar a Johnny. Ahora eran ellos quienes no podían esperar por desearle buen día y sonreírle. Después, incluso turistas y otros extranjeros empezaron a saber de él, y se volvió uno de los íconos más importantes de ese pequeño lugar.
Su legado
«Me gusta hacer a la gente feliz», «Debemos amarnos como seres humanos», eran las frases que siempre respondía Johnny cuando le preguntaban el porqué dedicaba todos los días de su vida a saludar a gente extraña por la calle sin ninguna razón. Sin embargo para él siempre hubo una razón para hacerlo, y para él, todos aquellos que pasaban diario eran igual de importantes. Muchas veces se le entrevistó, e incluso se hizo un pequeño documental sobre él con el fin de entender sus acciones de amor desinteresadas, algo que muy pocas veces puede verse en cualquier parte del mundo.
La isla quedó marcada para siempre por sus acciones. Tanto que apenas unos años después de su inicio, en 1991, el gobierno de Bermudas lo reconoció como un patrimonio de la isla, y los primeros ministros no dejaban de reconocer su importante labor en sus sociedad. Su impacto llegó hasta la misma reina Isabel II, quien también reconoció la labor de aquel hombre. Para 1998 el gobierno de la isla construyó una estatua en su honor en la glorieta donde él siempre saludaba. Barnes seguía vivo, y haciendo su labor junto a su estatua, que hace los mismos gestos que él hacía hacia los carros.
Barnes llegó a edad avanzada, y aunque su salud decaía, la gente de Bermudas se preocupaba por él, le donaban cosas si lo llegaba a necesitar y estaban siempre al pendiente de su estado de salud. En 2016, después de que cumpliera 93 años de edad, fue la última vez que se le vio en su glorieta, y fue el último día que la gente pudo saludarlo, para morir unos pocos días después. A las más de 63,000 personas de la isla, ese momento les dolió más que casi cualquier otro en su historia.
Aún sigue siendo un enigma para muchos como un hombre pudo sacrificar tanto tiempo en un acto desinteresado para personas que tal vez nunca notarían su existencia. El cómo pudo pasar es otro de esos enigmas, sin embargo en Bermudas pasó. Tal vez sea por su pequeño tamaño y por su ubicación aislada en medio del océano, pero todas las personas de ahí pudieron notar el cariño que les tenía aquel hombre y pudieron devolvérselo. Es probable que ahí afuera allá más personas como lo fue Johnny Barnes y que no las hallamos notado. Puede ser difícil pero probable, aunque en medio de las enormes ciudades y entre tantas ocupaciones, tal vez no podamos darnos cuenta de lo que hacen.