La covida continúa y si bien la atención está centrada en el desarrollo de la vacuna que promete regresar la vida a su(s) dinámica(s) anterior(es), en la periferia se encuentran notas bastante interesantes que dicen mucho sobre lo que nuestra especie ha hecho con el planeta. En esta línea encontramos la matanza de visones que sucedió en Dinamarca.
En caso de que no te hayas enterado, la semana pasada en el Reino de Dinamarca se dio la orden de exterminar 17 millones de visones porque algunos eran portadores de una mutación del SARS-CoV-2 que se podía transmitir a homo sapiens y, que por supuesto, ponía en peligro el desarrollo de la vacuna, así que la respuesta fue acabar con los vectores. Pero ¿qué hacían 17 millones de visones en cautiverio?
El país europeo reporta grandes beneficios económicos por la exportación de pieles: el Consejo Danés para la Agricultura y la Alimentación reporta que el estimado anual de producción y exportación de pieles de visón es de 19 millones y representa ingresos al país de 1,100 millones de euros (1,300 millones de dólares). De lo anterior podemos suponer que miles de personas dedicadas a la crianza de visón verán sus ingresos comprometidos, por lo que la administración danesa compensará a los dueños de los criaderos afectados.
Ahora es necesario hacer varios matices. En primer lugar, que esos visones iban a ser sacrificados (más tarde, pero no iba a quedar no uno vivo); la razón por la que la situación llamó nuestra atención es que por su entrecruce con la pandemia se pidió que se sacrificarán todos al mismo tiempo. Los abrigos de piel de visón, popularmente conocidos como abrigos de piel de mink, son un éxito de ventas y esta es una de las principales razones de la existencia de estos criaderos. Ergo, de cualquier forma, el destino de estos simpáticos animales estaba echado.
[Te puede interesar ‘Los monumentos de Yugoslavia: un recuerdo silente‘]
Como segundo punto, que la interconexión del mundo obliga a los tomadores de decisiones y a los políticos a actuar en la inmediatez y, en ocasiones, su actuar no es el más acertado. En este tenor, encontramos las recientes declaraciones de la primer ministro Mette Fredkerisen, quien señaló que no tenía sustento jurídico para ordenar la matanza de los 17 millones de visones. Si bien se estima que hasta el momento sólo han perecido dos millones, se desconoce si los dueños de estos animales continuaran con los sacrificios.
En tercer lugar, y este punto lo tenemos que tratar con bastantes reservas, encontramos la cuestión de la propagación y mutación de la covid-19, enfermedad de la que desconocemos bastante todavía. Así, aunque se puede comprobar que el visón es el único animal al que le podemos transmitir la enfermedad (y ellos retransmitírnosla mutada de vuelta), necesitamos esperar posicionamientos claros y no dejar que se propaguen las fake news y el miedo se apoderen de nosotrxs (como cuando se reportó un alza en la tasa de abandono de animales domésticos porque se creía que podían transmitir el coronavirus).
Por ello, y tomando como base las últimas declaraciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), es necesario señalar varias cuestiones. La primera, que se reportaron 12 personas cuyo contagio de covid-19 fue por exposición de hurones contagiados; sin embargo, siguiendo con la línea de contagio, se considera que al menos 200 casos de personas con coronavirus pueden rastrearse a los visones. Lo segundo, que todos los virus mutan y que las mutaciones no significan que se vuelvan más letales; además, por el momento no conocemos que tan peligrosa es la mutación del SARS-CoV-2 que presentan los visones. Como tercer y último punto, si bien la matanza de visones de Dinamarca es la que más llamó la atención, en Países Bajos, Suecia, Italia, España y Estados Unidos sucedió lo mismo.
Ahora, tal vez parezca que es un hecho aislado lo de los visones, pero no es la primera vez que las granjas o criaderos ocasionan desequilibrios. Recuperando la introducción de ‘Arts of Living on a Damaged Planet: Monster: of the Anthropocene’ (2017) encontramos el caso de los criaderos de salmón en Noruega, que tiene como fin de impulsar la acuicultura comercial. Empero, la alta concentración de salmones en un solo lugar ocasionó una plaga de piojos de mar, que mermó la salud de los peces. La primera línea de acción de los criadores fueron baños químicos y alimentos medicados que, aunque funcionaron en un primer momento, no pudieron con la resistencia que desarrollaron los piojos de mar.
Por ello, la segunda parte de defensa fue introducir a pejerreyes, conocidos por ser “peces limpiadores”, en el estanque de los salmones para acabar con la plaga de los piojos de mar. Sin embargo, la reproducción de los pejerreyes no cumplía con las demandas de la industria acuícola, por lo que se fundaron criaderos de esta especie. El único inconveniente es que este pez sólo se alimenta de piojos de mar cuando es adulto, durante su desarrollo su alimentación se basa en copépodos, pequeños crustáceos, que son difíciles de recolectar. Por ello, se crearon granjas de esta última especie para alimentar a los pejerreyes que se comerán a los piojos de mar que atacan a los salmones y así la humanidad podrá seguir disfrutando de este último pez en su plato.
Con lo anterior queda más que claro que de natural la acuicultura no tiene nada y que los intereses privado-corporativos priman sobre ecosistemas completos. ¿Cuáles son las repercusiones de reproducir a estas especies en cautiverio? Porque tal vez no sean susceptibles de transmitir la covid-19, pero se nos ha advertido desde inicios de siglo que los riesgos para nuestra especie son biológicos (bioseguridad).
Y si bien podríamos ahondar en más casos —como el de las medusas peine en el mar Negro, que al comer diez veces al día acabaron con prácticamente toda la vida del lugar, pues no sólo son una especie invasora que llegó en los lastres de los barcos en 1980, sino que supieron aprovechar los mares cálidos y vacíos a causa de la sobrepesca, amén de contaminados por la agricultura industrial— no tenemos que ir muy lejos: la teoría más aceptada sobre la propagación de la covid-19 es de murciélago-humano.
Por ello, es momento de pensar en nuevas formas de relacionarnos con las demás especies, pues como bien señala Heather Swanson en ‘Arts of Living on a Damaged Plantet…’ <<Sufrir los males de otra especie: esta es la condición del Antropoceno, tanto para humanos como para no humanos. Este sufrimiento es una cuestión no sólo de empatía sino también de interdependencia material. Estamos mezclados con otras especies; no podemos vivir sin ellas […]>>. Así que sea esta la invitación para pensar en nuevas formas de interacción, o de lo contrario acostumbremos a vivir con enfermedades (e incluso pandemias) nuevas. Y si bien tenemos que vivir con el problema —diría Donna Haraway— eso no significa que el porvenir sea aterrador: de nosotrxs depende el futuro que se quiera construir.