Una película dirigida por Aaron Hann y Mario Miscione, estrenándose en el 2015, sorprende por su capacidad de poner en situación varias cuestiones actuales, todas metidas al vapor de los calores provocados por el encierro. Cincuenta personas aisladas, cada una representando temáticamente una cuestión social; racismo, egoísmo, homofobia, proletariado, religión, migrante, etc.
Lo que se resalta es la capacidad de captar la atención por medio de una confrontación constante entre los prisioneros. Han llegado ahí de manera arbitraria. Aquí lo que se expone son escenarios actuales. Un diálogo desde el encierro, en donde se vea crudamente lo que está pasando en nuestros días.
Los actores no pueden moverse de su círculo porque mueren de manera inmediata. Cada uno representa en su propia identidad, los juicios que cargan a cuestas en la sociedad. Voces de desesperación emanando de máscaras esculpidas por palabras de otros.
Se desprende una moralidad con el juicio colectivo. ¿Quiénes deben vivir? El tiempo pasa, y cada dos minutos alguien muere porque hay un núcleo en el centro que expele un rayo mortal. Las palabras se agolpan en la garganta de los prisioneros por justificar su existencia. Están a merced del otro, Dios ha guardado silencio.
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¿Cómo condensar tantas situaciones en un espacio tan pequeño? La vida pende de la capacidad de resolver la situación, los que se afanan en juzgar rapazmente a los otros, son despreciados, se aniquilan solos.
Las personas que normalmente quedarían fuera de todo sacrificio o posibilidad de morir (una niña, una mujer embarazada) son presa constante de los intereses de otros. Estando adentro, las cosas cambian.
La muerte se ha vuelto algo a administrar, se vota por quién debe morir. No decidir, no hablar, es ya de entrada, sentencia segura. Aquí nadie puede rehuir de la situación. Todos, desde sus propias capacidades, tendrán que asumir lo que está pasando.
En todo esto, existe un hombre de fe en la ecuación. Cuando habla, hay burlas e incredulidad de su buena intención. Refleja el sentir moderno del hombre: es más difícil hoy en día, tener fe verdadera, que ser ateo o escéptico. Tanto es así, que el hombre de fe, ha muerto.
Con esto se afirma lo efímero del espíritu humano para enfrentar una situación que lo desborda. Todo hombre tiene miedo de una misma cosa: decir sus propias palabras, diría Dostoievski. Decidir, siempre implica a otros. Nadie puede escapar de la libertad pese a que estén encerrados.