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Diáspora africana. La vida de las mujeres africanas en la Nueva España

Se estima que llegaron al continente americano, provenientes de África, entre treinta y cuarenta millones de personas en situación de esclavos. Los primeros grupos de cautivos en ingresar a la Nueva España fueron extraídos durante la primera mitad del siglo XV y no cesaron hasta el año de 1873, cuando se desembarcó el último “cargamento de ébano” en Cuba. A lo largo de la historia el tráfico de personas se convirtió en un importante negocio que generaba cuantiosos recursos económicos a las potencias europeas.

El primer acarreo masivo del que se tiene registro se realizó en 1501 cuando se introduce un considerable número de africanos a  la isla La Española. Nicolás de Ovando, gobernador de la isla, tenía la instrucción de no permitir la entrada a judíos, moros o conversos. Aunque podían ingresar los negros que estuvieran convertidos al cristianismo y, sobre todo, bautizados; acción que se efectuaba desde antes de su salida de la Península Ibérica. Muy probable este sistema no logró funcionar, puesto que el mismo Ovando en 1503 declaró que no se dejará ingresar a nadie más. Aunque el ingreso de esclavos provenientes de África realmente no cesó.

Los primeros esclavos que llegaron a la Nueva España fueron traídos por la empresa al mando de Hernán Cortés. El capitán originario de Extremadura, tenía por lo menos un par bajo su custodia; así mismo sus subordinados, Juan Núñez Sedeño o Pánfilo de Narváez, traían consigo negros cautivos; inclusive se le atribuye a uno de los cautivos de Narváez, Francisco de Eguía, la introducción de la viruela al continente.

La situación de las mujeres africanas en la Nueva España

La cifra de las mujeres que ingresaron a la Nueva España desde África es muy significativa. Estas fueron despojadas de su lugar de origen y trasladadas a uno totalmente nuevo en contra de su voluntad. Sin embargo, se convirtieron en una importante influencia cultural para los amerindios y europeos instalados en la Colonia. Si bien las tareas que desempeñaron en el espacio doméstico, ya sea como amas de leche o nodrizas, cocineras, lavanderas o curanderas, no solo produjeron ingresos a la economía local, sino que la reproducción de la vida cotidiana se vio sumergida en un proceso sincrético donde la transmisión de ciertos rasgos culturales, originaron la creación de otros nuevos.

Estas mujeres dieron forma y nuevas significaciones al engranaje de la sociedad novohispana. En relación a esto, Gonzalo Aguirre Beltrán, pionero en los estudios afromexicanos, señala lo siguiente:

Es posible identificar como africanos algunos hábitos motores, como el de llevar al niño a horcajadas sobre la cadera, o el de cargar pesos sobre la cabeza. [En] el sistema de parentesco [en] crisis del ciclo vital; religión y aun en la lengua, es posible reconocer formas inequívocas africanas.

El grueso de la población femenina, en estos años de la colonia, estaba conformado por mestizas, indígenas y negras. Las mujeres españolas dirigían encomiendas, eran dueñas de empresas, minas u obrajes, en varias ocasiones fungían como las administradoras de los negocios familiares. Dentro del ámbito privado su función recaía en la educación de los hijos, siendo quienes transmitían los valores morales y religiosos.

Las mujeres mestizas se dedicaban principalmente a las labores domésticas, a la creación de artesanías, al comercio de menor escala y actividades agrícolas. Respecto a las indígenas sus labores dependían del sector social al que pertenecieran. Existía un pequeño grupo de élite que gozaba de privilegios menores, la gran mayoría se encargaba de las labores domésticas en condición de servidumbre y al comercio local.

Mientras tanto, las mujeres negras, la mayoría se encontraba en condición de esclava, pertenecían a la mano de obra sobreexplotada, dedicándose al área de la agricultura y los servicios más pesados de las haciendas. Eran consideradas como simples objetos. El empleo de éstas mujeres en la vida cotidiana fue el medio para la disminución de la carga de trabajo doméstica; una familia española, con cierta opulenta, asentada en el Nuevo Mundo tenía en promedio entre dos y tres esclavas.

La lavandera de Francisco Laso

Las descendientes de origen africano se distinguieron de las demás mujeres coloniales, incluso su vestimenta era diferente. Según Francisco de Ajofrín “El traje de las negras y mulatas es una saya de embrocar (a modo de una basquiña pequeña de seda, con sus corchetes de plata, y por ruedo una buena cinta o listón), la cual traen sobre la cabeza por lo angosto o cintura de la saya…”.

Algunos viajeros relatan por su paso por la Nueva España:

[…] las mestizas, mulatas y negras, que forman la mayor parte de la población, no pudíendo usar manto, ni vestir a la española y desdeñando el traje de los indios, andan por la ciudad vestidas de un modo extravagante, pues llevan una como enagua atravesada sobre la espalda, o en la cabeza a manera de manto, que las hace parecer otros tantos diablos […].

La forma de vestir de las africanas escandalizó a más de uno. El uso abundante de adornos como collares, brazaletes o pulseras y pendientes causaba extrañeza al tratarse de simples esclavas, así como la forma poco recatada de vestir causó un gran revuelo. Thomas Gage escribió al respecto:

El vestido y atavío de las negras y mulatas es tan lascivo y sus ademanes y donaire tan embelezadores (sic), que hay muchos españoles, aun entre los de la primera clase, propensos de suyo a la lujuria, que por ellas dejan a sus mujeres […] cúbrense los pechos desnudos, negros, morenos, con una pañoleta muy lina que se prenden en los (sic) alto del cuello a guisa de rebocillo, y cuando salen de casa añaden a su atavío una mantilla de linón o cambrai, orlada con una randa muy ancha o de encajes; algunas la llevan en los hombros, otras en la cabeza; pero todas cuidan de que no les pase de la cintura y les impida lucir el talle y la cadera […] La mayor parte de esas mozas son esclavas, o lo han sido, y el amor les ha dado la libertad para encadenar las almas y sujetarlas al yugo del pecado y del demonio […]

Aunque en la sociedad novohispana el linaje se trasmitía patrilinealmente, las alianzas matrimoniales eran muy comunes para afianzar vínculos de poder. Dentro de los estudios de parentesco realizados por Pilar Gonzalbo se ha demostrado que las mujeres africanas tenían uniones matrimoniales con cualquier sector de la población, pero en un número muy reducido. La mayoría de las madres africanas no tenía una relación con sus hijos, debido a que les eran separados desde una edad muy temprana, y en ocasiones cuando los podían conservar mantenían una maternidad sin apoyo del padre.

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Las consideraciones de jerarquización estuvieron ligadas a la posición económica, al reconocimiento social, al origen cultural, a la ocupación, al género y a los rasgos físicos. Sobre esto escribió el viajero alemán Alexander Von Humboldt escribió: “En España, por así decirlo es un título de nobleza no descender ni de judíos ni de moros. En América, la piel más o menos blanca decide la posición que ocupa el hombre en la sociedad”.

La mezcla que se dio entre los diversos grupos europeos que llegaron desde la conquista española, junto con las numerosas etnias originarias de América, más “los obligados” —una numerosa cantidad de africanos, provenientes de diversos pueblos— crearon en la Nueva España una mescolanza cultural y diversos sincretismos. Durante los primeros años coloniales el cambio paradigmático para las africanas fue muy significativo, se enfrentaron a una nueva dinámica social, distanciada a sus culturas de origen. La violencia física y sexual era parte de la vida cotidiana.

De igual manera las prácticas y costumbres de las sometidas fueron desacreditadas, incluso fueron consideradas como diabólicas que atentaban en contra de los fundamentos de la fe cristiana. Bajos estas circunstancias los modelos de crianza africanos tuvieron que ser casi abolidos y adaptados a lo requerido por los europeos. Por ejemplo, la práctica de hechicería y la magia si bien no fue exclusivamente de las comunidades africanas, si fue algo distintivo. Incluso el Santo Oficio de la Inquisición persiguió a las mujeres africanas acusadas por ejercer hechicería, actos mágicos y de superstición. Si bien los casos de brujería no fueron motivo de cuantiosos procesos inquisitoriales, se relacionaban en mayor medida con la población africana.

Para saber más:

Gonzalbo Aizpuru, Pilar. Familia y orden colonial, México: El Colegio de México, 1998.
Martínez Montiel, Luz María. Africanos en América, La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales, 2008.
Montellano, Alan. “Desarraigo cultural y esclavitud. Comercio de mujeres africanas en la Nueva España. 1519 – 1594”, Siete Miradas Al Comercio En México: Fundación Guendabi’chi ‘. México: Palibrio, 2019.

  • Ilustración portada: fuente / actualidad.rt.com