El amor es necesario para el ser humano, y como lo menciono en mi artículo anterior (un poema de Juan Gelman para cerrar ciclos): es una fuerza motriz, es una especie de energía vital que puede manifestarse por medio de todos nuestros sentidos.
La podemos dirigir y controlar hacia múltiples aspectos de nuestras vidas, como al trabajo (si es que te gusta el lugar donde laboras y con la gente que convives), la familia, la pareja, a las mascotas que tengas, el amor propio (este es él más importante) y del cual hablaré más adelante.
En fin, puedes sentir y manifestar ese amor de diversas maneras, pero ¿que sucede cuando el amor te constriñe y la polaridad en la que te enfocas es la negativa?
El amor construye o destruye, lo que me recuerda a la película ‘Comer, rezar, amar’. En esta, la protagonista atraviesa por tres etapas y cada una de ellas funciona para afrontar distintos cambios en su vida tanto físicos, emocionales y mentales.
Y como todo en la vida tiene una razón de ser (o detonantes), Liz un día se percata de que no es feliz con la vida que lleva. Tenía un matrimonio perfecto, y (o casi siempre) reconfortaba y respaldaba los sueños de su esposo. Sin embargo Liz sentía que le faltaba algo, se sentía sin pulso y carecía de razones para continuar con la vida tan automatizada que llevaba (a pesar de que fuera buena).
En estas tres etapas descubre las carencias que tiene, lo que ella echa en falta y por supuesto, se enfrenta a diversos cambios que devienen en largos períodos de soledad, tristeza y decepción.
El amor de pareja es un complemento
Liz come en Italia, reza en la India y se enamora en Bali, cuando llega a la isla indonesa, Liz ya había atravesado varios cambios que la hicieron crecer espiritual, anímica y mentalmente.
¡Liz conoce a gente increíble y gracias a ello, logra crecer como persona y aumentar su autoestima!
¿Por qué mencionó esta etapa como la más importante? Porque Liz se recuperó así misma y edifico su autoestima para poder estar en paz y completa. Entonces cuando Liz conoce a Felipe, encuentra a este sujeto como una amenaza para su tranquilidad emocional y su paz mental.
Al final Liz se percata y aprende que el amor es un complemento y no una finalidad.
Felipe y ella se quedan juntos porque ambos son seres individuales que han decidido compartir su tiempo, espacio y afecto mutuo, sin perderse a si mismos.
Y mi reflexión es la siguiente…
Entonces ¿cómo puede ser posible que un momento malo o un disgusto con el ser amado pueda derrocar un mundo, un universo en mil pedazos?
La realidad del enamorado debería ser distinta: figurar a la otra persona como parte de un todo y no ese todo en si.
Definitivamente el amor es una fuerza creadora que puede desatar lo mejor o lo peor de nosotros, y nosotros somos los que decidimos hasta donde nos construye o nos afecta.
Debemos recordar (así como en el ejemplo que les escribí arriba) que nosotros no somos media naranja de nadie. Somos naranjas completas, seres independientes e individuales encargados de nuestros logros, nuestras dichas y nuestras miserias.
El amor propio debe ser el más importante. Construirnos a nosotros mismos, crecer como personas y amarnos por sobre todas las cosas.
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Foto portada: María Hesse