Nunca, por nada del mundo se debe jugar con la memoria de los muertos, o de lo contrario las consecuencias que podrían ser desastrosas y duraderas…hasta el final de nuestros días.
-Lo siento -reía discretamente al ver el semblante confundido de sus oyentes- no era mi intención asustarlos. Yo solo me encontraba esperando a mis amigos. Al igual que ustedes, teníamos pensado entrar a esta casa. Pero creo que por la hora, ya no vendrán-miraba el reloj que llevaba en su muñeca izquierda.
– Se hace tarde; deberíamos entrar ya-sugería Hugo entusiasta sin tomar muy en cuenta la presentación del misterioso joven.
– ¿Yo podría acompañarlos? -preguntaba el desconocido-me encuentro muy interesado en poder entrar.
– Por favor, si lo hacen, prometo contarles todo lo que sé sobre este lugar; estoy seguro de que les gustará.
Los amigos se miraban entre ellos, accediendo al final de buena manera para que ese adolescente se les uniera.
– Hace un momento, escuché todo lo que decían sobre esta casa-el misterioso personaje quien de un modo u otro se había atribuido el cargo de guía en ese grupo, al cual adentraba a las entrañas abandonadas de esa vieja morada.
El interior de la casa, era peor de lo que se imaginaban. Estaba rodeado de muebles viejos y polvorientos. Las puertas rechinaban horriblemente, y el viento; ese viento que no dejaba de silbar ni un solo instante.
– Lamento contradecirlos, pero lo que ustedes saben no se compara con lo que yo sé; la mujer que vivía aquí era peor de lo que ustedes piensan, ella realmente era una hechicera, y murió de la peor forma.
– Murió quemada -respondía Hugo con cierta aburrición.
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– Seguro que a la vieja se le olvidó pagar las velas antes de irse a dormir-se mofaba uno de los adolescentes.
– Esto no tuvo nada que ver con velas-respondía sin mostrarse ofendido por la intervención tan poco cordial de ese joven.
– Tuvo que ver con asuntos sobrenaturales-sonreía de forma siniestra-a esa mujer, el diablo se la llevó, ¿Por qué? Porque esa mujer no pudo lidiar con la vejez.
-estaba tan desesperada por recuperar su belleza que decidió hacer uso de los conocimientos tan pobres que tenía de la magia negra. Eso me lo contaron hace mucho tiempo, y yo lo creo.
– Son tonterías -respondía Ivette- nada de lo que se cuenta es verdad.
– Pues solo hay una manera de comprobarlo-sonreía Hugo al sacar de su mochila un tablero ouija. Ese objeto que los había acompañado desde los inicios de tan extraña tradición-empecemos de una buena vez con esto; ya me he cansado de escuchar solo rumores.
– Si fuera tú, no tomaría estas cosas a la ligera; mucho menos en esta noche.
– En Halloween los espíritus obtienen un permiso especial para visitar la tierra; se vuelven más poderosos de lo que piensan.
– En días como estos, la ouija y los espejos se vuelven portales; de verdad, amigo; si quieres un consejo, permíteme decirte que hacer esto es una muy mala idea.
– Cada año hacemos esto y jamás nos ha pasado algo.
– En cuanto a eso de los espejos, me parece una tontería; nunca había escuchado tal cosa.
– Amo todo lo que tenga que ver con lo sobrenatural, pero eso que has dicho, me parece ridículo.
– Está bien-sonreía de forma tenue-solo no digas que no te lo advertí-respondía el guía entre una sonrisa siniestra.
Lo que ellos consideraban como un inocente juego de preguntas sin sentido, comenzó. Con forme la noche transcurría, todos fueron olvidando lo que ese joven les había dado a conocer. Y ese sería un grave error, que terminaría por marcar sus vidas para siempre.
Las historias de miedo, terror y adrenalina, solo terminaron hasta que el sueño finalmente les venció. Todos los integrantes de ese grupo se quedaron dormidos en esa maltratada sala. Algunos en el suelo, y otros en los sillones polvorientos que los rodeaban.
Hugo, sin embargo, pese a que fue el primero en dormirse, no tardó en ser el primero en despertarse de la nada. Agitado, y con el rostro pálido; se trataba de una de esas pesadillas que te hacen saltar de la cama la causante de su tan abrupto despertar. El pobre, se despabila, mirando con alivió su alrededor, sin tomar en consideración que el miedo, se volvería curiosidad; y que la curiosidad, terminaría por hacerlo recorrer la vieja casona.
Quedito, procurando no hacer ruido, Hugo sube las sube los chirriantes escalones que llevaban a las habitaciones. En especial, a ese cuarto en el que había muerto la tan famosa Doña Inés. Una sonrisa traviesa y victoriosa, aparece sobre sus labios al tener la incrédula creencia de que había logrado llegar a donde nadie más había podido.
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