El miércoles 3 de julio de este año Walt Disney Company anunció que la protagonista del live-action de ‘La Sirenita’ será Halle Bailey quien, junto con su hermana Chloe Bailey, forma el dueto de R&B (rhythm and blues contemporáneo) Chloe x Halle. La sorpresa la dieron los usuarios de redes sociales, los cuales no dudaron en hacer explícito su descontento y #NotMyAriel se convirtió en tendencia a nivel mundial en Twitter. Ahora bien, lo más increíble de la situación es que fueron los millenials (personas que nacieron entre 1981 y 1993-1996) quienes más atacaron a la actriz de 19 años. Pero ¿cuál es el origen del descontento?
En primer lugar, es necesario revisar que es una película live-action o de acción real. La definición más sencilla señala que es toda cinta que emplea personas y lugares reales —mayoritariamente— en lugar de animación. El concepto anterior es demasiado amplio, por lo que diversos especialistas en la materia prefieren señalar que el requisito para que se considere a algún trabajo como live-action es que sea una adaptación con actores reales de películas y/o series animadas. Así, encontramos bajo estos parámetros trabajos entrañables: ‘¿Quién engañó a Robbie Rogers? ‘(1988), ‘Los Picapiedra’ (1994), ‘Space Jam’ (1996), ‘Alicia en el País de las Maravillas’ (2010), ‘Maléfica’ (2014), ‘La Bella y la Bestia’ (2017), entre otras.
Basándonos en el párrafo precedente queda claro que las obras live-action son la mezcla perfecta entre seres humanos y fantasía. Lo anterior en virtud de que una de las principales críticas a la futura Ariel es que no cumple con las características físicas de la versión animada; los comentarios llenos de racismo interiorizado fueron aún más lejos y señalaron que la sirenita es danesa. Aquí es necesario hacer unas primeras puntualizaciones: si bien el autor, Hans Christian Andersen, es de origen danés, en ningún momento de la obra señala que la pequeña sirena sea de esa nacionalidad: hasta donde se sabe, el mundo de este ser es de fantasía: un reino subacuático. La necesidad del ser humano por explicar todo en términos que le resulten familiares ha ocasionado que se otorguen nacionalidades a seres de los cuentos de hadas.
Ahora, respecto al color de piel de la sirenita, es cierto que el escritor y poeta danés la describió en el original como de tez blanca y delicada, amén de poseer ojos azules; posteriormente Walt Disney Company agregaría la famosa cabellera roja. No obstante, es necesario reconocer las licencias creativas del inicial ballet danés a lo que se aprecia en la gran pantalla: los puntos principales se mantienen, pero tanto el sacrificio que hace Ariel por tener piernas (además de su voz, la versión en papel sufre de terribles dolores al caminar, los cuales son descritos como pisar sobre espadas/dagas) hasta el final (en el original el príncipe se enamora y se casa con otra chica, lo que ocasionaría la muerte de la sirenita al amanecer siguiente. Para evitar que su hermana menor muera, las otras sirenas pactan con la bruja del mar quien les da una daga con la que Ariel debe asesinar a su amado, aunque es incapaz de hacerlo) tienen cambios significativos.
Así, en lugar de enfocarse en el color de piel o características físicas de los actores y actrices, debe resaltarse su capacidad y cómo superaron las audiciones para obtener el papel. Para el caso de Halle, es innegable su talento para cantar e interpretar; también es necesario señalar que esta bastante cercana a la edad de la sirenita original (ella tiene 19 y la de Andersen 16) y que la hemos visto en papeles donde encarna ternura e ingenuidad: en esencia, Ariel se encuentra ahí. No obstante, se prefiere la discriminación por color de piel, disfrazada con argumentos de “no es la imagen que vendieron en mi infancia” o “rompe con la imagen de la princesa Ariel”. Así, la pigmentocracia sigue vigente en una sociedad cuyos otrora colonizadores y ahora tomadores de decisiones, empresarios y celebridades son de piel blanca.
Además, esta no es la primera ocasión que se presenta una polémica de este estilo: cuando se escogió a Naomi Scott para interpretar a Jazmín en el live-action de ‘Aladdín’, la gente salió a criticar que la actriz fuera británica en lugar de India o de Oriente Medio. En esa ocasión se acusó a la nueva Jazmín de estar apropiándose de una cultura que no era suya y salió en su defensa el protagonista, Mena Massoud (Aladdín), quien señaló que la historia se desarrolla en una ciudad ficticia y que se había intentado darle la mayor representación posible a la gente que identifica al cuento con su cultura.
Estos dos casos (Bailey y Scott) ponen de manifiesto que todavía se discrimina por género: aquí por ser mujeres. Antes de Bailey, otra famosa figura del océano tuvo su filme: ‘Aquaman’ (2018). El atlantiano, rubio y de belleza Occidental, es representado por el hawaiano Jason Momoa. Nadie protestó por este cambio. En el caso de ‘Aladdín’, Mena Massoudd, si bien es de padres egipcios, ha pasado la mayor parte de su vida en Canadá: ningún internauta salió a decir que el primer registro del cuento es de origen sirio, por lo que un sirio debería interpretar al personaje principal. Entonces, en esta sociedad, las mujeres son atacadas por cuestiones que no son problema para un hombre: discriminación por género en una sociedad patriarcal.
Y podríamos seguir el ejercicio una gran cantidad de veces, pues la discriminación se ha normalizado tanto que parece una situación normal: por orientación sexual, lugar de nacimiento, condición socioeconómica, escolaridad y un larguísimo etcétera. Lo más triste es que los reproductores de este sistema de opresión lo perpetúan sin darse cuenta de que el sistema blanco-patriarcal-cisgénero-heteronormado-capitalista también los oprime. Pero es que en la matriz de la medición de privilegios los contrastes entre hombre-mujer, blanco-negro, heterosexual-homosexual son inmensos y la violencia se replica contra las minorías que tengan menos ventajas (para quienes aprovecharon la elección de Bailey como Ariel para acusar de discriminación hacia la población pelirroja).
Por otra parte, las redes sociales han permitido que el ser humano diga cualquier cosa sin tener que hacerse responsable del efecto que se tenga sobre el otro (pues a través de la pantalla no se ve la reacción que tienen las palabras sobre otro ser humano). Y no, no es sólo un comentario en el ciberespacio (Twitter, Facebook, Instagram o la red social de su preferencia), es el inicio y/o continuación de un discurso de odio que se usa para incitar o justificar actos de violencia. En Estados Unidos, la esclavitud se abolió en 1865, pero la segregación racial se terminó legalmente entre 1964 y 1965 (con el derecho de voto) y aun así la población negra estadounidense enfrenta una serie de problemas en el día a día que es impensable para los de tez blanca. Lo mismo pasa con la discriminación por género: basta realizar en internet una búsqueda sobre el tema para encontrar brecha salarial, problemas para el desarrollo profesional y desafíos que enfrentan las mujeres por el simple hecho de ser mujeres.
Y para el caso mexicano la situación es aún más alarmante. La mayoría de los mexicanos actuales somos productos del mestizaje, por lo que deberíamos ser más sensibles al tema. Empero, en la capital del país #NotMyAriel fue tendencia, situación no tan extraña si se toma en cuenta que de acuerdo a la Encuesta Nacional de Discriminación (Enadis), presentada en 2018 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), siete de cada diez personas morenas —y ojo, morenas, porque a los afroascendientes se les ha borrado tanto de la historia como del discurso oficial— ocupan los escaños más bajos del lugar donde trabajan; por si esto fuera poco sólo el 2.8% de este sector poblacional ocupa cargos de jefes de área. Esto, claro está, sumado a que los principales insultos en este país tienen que ver con color de piel o condición socioeconómica.
De la discriminación y violencia de género ni hablar: el Secretariado Ejecutivo señala que en el primer cuatrimestre de este años cada dos horas y media se asesinó a una mujer. Tal vez estas situaciones serían las que deben causar indignación a nivel nacional e internacional y ser la tendencia en Twitter en lugar de estar peleando por la elección de una actriz en un papel de fantasía.
Por esta y otras razones que ya no se enumeran aquí por economía de espacio, se aplaude la elección de Halle Bailey como la nueva sirenita. Más allá de que se acuse a Disney de querer vivir vendiendo nostalgia, su mercado siempre son los niños, quienes en este caso podrán identificarse con una sirena-princesa que tiene su color de piel (con anterioridad ‘Pantera Negra’ y Okoye junto con las Dora Milaje sirvieron de representación de héroes y guerreros negros). Todavía más importante: se lanza el mensaje a todas las juventudes que no cumplen con el estereotipo de belleza patriarcal de Occidente que pueden ser princesas-príncipes, superhéroes-superheroínas, o lo que ellos quieran ser —a diferencia de hace unos años cuando eran sirvientes, delincuentes y papeles de apoyo. Para cerrar, el arte, además de mover sentimientos, se está posicionando más allá de todas las fronteras políticas y raciales, convirtiéndose en una ventana de oportunidad de representación para todos. El teatro ya había dado este paso antes con adaptaciones de grandes clásicos a diferentes latitudes; que el séptimo arte este apostando por esto muestra que se sigue avanzando en la materia: una sirenita negra es un primer paso.