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La humanidad olvidada de Frankenstein, ‘El Moderno Prometeo’

En un frío verano suizo, Mary Shelley y sus amigos se encontraban encerrados en la enorme casa de verano de Lord Byron, debido a la incesante lluvia que azotaba en ese año de 1816. Al no tener nada que hacer, Lord Byron decidió crear un juego donde sus invitados y él crearan historias de terror que después serian leídas en frente de todos y se escogería la mejor.

Fue así como entre relámpagos y un frío que congela los huesos, nacieron dos obras maestras de la literatura fantástica: ‘El vampiro’, de John Polidori –la historia de un seductor aristócrata que deja sin sangre a todas las mujeres que caen en sus redes, antecedente del Drácula de Bram Stoker (1897)–, y ‘Frankenstein’, de Mary Shelley.

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Frankenstein

En ese entonces, Mary, quien apenas había contraído nupcias con su esposo  Percy B. Shelley, apenas comenzaba a dar sus primeros pasos como escritora. Éstos se encontraban constantemente amedrentados por su inestabilidad emocional que le llevaban a tener fuertes episodios de depresión y a tener pensamientos acerca de la vida y la muerte.

Sorprendentemente, este juicio que cargaba y que tanto dolor en vida le causaron fueron los encargados de que en una noche viera en sus sueños su obra maestra visualizada y que esa noche lluviosa en la mansión del Lord, ella terminara de plasmar en tinta y papel.

“Una noche tuve un sueño terrorífico, vi al pálido estudiante de artes impías de rodillas junto al objeto que había armado. Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida, y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural». Sin saberlo aún, Mary Shelley había creado a Frankenstein.


El nacimiento de un ¿monstruo?

En 1831, Mary Shelley dio a conocer al mundo a Frankestein, bajo el titulo de el ‘Moderno Prometeo’, en donde se cuenta la historia de un un científico suizo, el doctor Victor Frankenstein, que tras asistir a las lecciones de un profesor de la Universidad de Ingolstadt, en Baviera, decide exponer sus ideas de ir mas allá de la ciencia y se propone de buscar la manera de infundir vida sobre un cuerpo inanimado a partir de otras partes muertas.

“Una lluviosa noche de noviembre, a la tenue luz de una candela, Frankenstein ve como su monstruo abre un ojo y empieza a respirar”.

Pero las cosas no salen bien, el doctor ve horrorizado su creación y su criatura que lleva su nombre escapa, así es como inicia una intriga novelesca en la que el nuevo ser experimenta la soledad y la hostilidad de la sociedad.

De esta manera Frankenstein se destaca de entre todas las criaturas que el ser humano en su imaginación ha creado, ya que su cuerpo se encuentra confeccionado con restos de cadáveres, lo que hace que resalte deforme y amenazador para quien le vea.

El es el resultado de una mente maestra que quiso alcanzar la perfección pero en el camino al querer emular a ser Dios, condena a la criatura a una vida de sufrimiento sin la posibilidad de recibir ningún tipo de cariño ¿Porque quien querría hacer amistad con un monstruo?

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Mary Shelley nos comparte la narrativa de terror de un monstruo desolado y sufriente, que al crear por si solo una conciencia, se percata de que es una vil imitación del hombre: ni vivo ni muerto.

¡Maldito creador! ¿Por qué me hiciste vivir? ¿Por qué no perdí en aquel momento la llama de la existencia que tan imprudentemente encendiste?

No hay nadie como el monstruo del Dr. Frankenstein, y al ser único en su especie se percata de su soledad absoluta, de manera que le pide a su creador que le haga una compañera, ya que aquel monstruo desea lo que todo ser humano anhela: amar y ser amado.

Pero el Doctor Frankenstein se siente culpable, horrorizado y promete no cometer el mismo error, de manera que la criatura no solo se da cuenta que esta totalmente excluido de recibir cualquier afecto humano sino que al igual que el ángel caído: Lucifer, ve su caída de la gracia de su creador y decide rebelarse.

“Yo, como Satanás, llevaba un infierno en mi interior y, al comprender mi aislamiento, quería destrozar los árboles, esparcir la destrucción a mi alrededor, para sentarme luego a contemplar con fruición aquellas ruinas”.

Es así como Frankenstein responsabiliza a su creador de su infelicidad y decide  entonces, privarlo de todo aquello que ama y a su vez Mary Shelley deja no solo entrever el como se sentía y veía ante los demás sino que deja una serie de consecuencias de lo que es capaz la ambición humana, los excesos a los que puede conducir la experimentación científica, el como todo ser sensible debe y tiene derecho de comunicarse, de recibir amor y ser aceptado.

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“¡Despiadado creador! Me has dado sentimientos y pasiones, pero me has abandonado al desprecio y al asco de la humanidad, en respuesta a tus acciones si no puedo generar amor, causaré terror”

Podemos darnos cuenta conforme vamos conociendo a la criatura del Doctor Frankenstein vemos que en su gesto romántico por excelencia  lleva a cabo una doble rebelión (teológica y científica) pero como resultado hay un castigo implacable para ambos que termina en la muerte.

Sin embargo, entre lineas dentro de la novela de ‘El Moderno Prometeo’ podemos darnos cuenta que hay ecos del pensamiento social de Jean Jacques Rousseau, el filó­sofo iluminista de su obra Emilio o de la Educación (1762), en se sostiene la idea de que el ser humano es bueno por naturaleza y que, si adopta la maldad, se debe a la falta de una educación o a la acción negativa de su entorno social.

“Nací bueno, pero los sufrimientos han hecho de mí lo que soy: un enemigo”

Asimismo esta “criatura” sin nombre del Doctor Frankenstein nos hace cuestionarnos las luces y las sombras de la humanidad, además de que es hermoso contemplar o imaginar como Shelley crea otro tipo de estética a partir de la fealdad y la transforma en otra forma de belleza.

También resulta fascinante ser testigo de la cantidad de vida que emana de algo que esta compuesto de diferentes partes de cadáveres y después termina no solo quebrantando con los modelos  tradicionales de belleza y fealdad sino que resulta ser mas humano que la humanidad misma.

  • Foto portada: Boris Karloff