El levantamiento armado mexicano de 1910, colocó en la mira mundial a nuestro país como la primera nación en configurar mediante una sublevación campesina, el primer movimiento social de la era moderna; el alumbramiento del siglo XX fue totalmente convulso, el derrocamiento del anquilosado mecanismo porfiriano se caía a pedazos para edificar el naciente Estado.
Un mosaico de figuras, piezas fundamentales en la Revolución emergieron y aportaron la herencia política y económica que hasta la fecha es influencia; diversos matices de claro-oscuros permaban el discurso histórico: disímiles facciones con intereses distintos, traiciones, población inocente finada, rurales-citadinos, una execrable violencia, ferrocarriles, armas, corridos, zapatistas, villistas, huertistas, orozquistas, zapatistas, huertistas, carrancistas y un reacomodó nacional intenso.
El cruento embate cesó con la formación del Congreso Constituyente en Querétaro en 1917, donde a través del nacimiento de una nueva Carta Magna Federal, ofreció la solución a las necesidades agrarias, no obstante, al llevar a la práctica las nuevas leyes fraguadas a manos de los carrancistas, estas, dejaron muchas lagunas en cuanto al campesinado, situación que heredaron las administraciones futuras de los gobiernos civiles.
1917, también ofreció a la tierra mexicana la memorable pluma del hijo de la revolución, del padre de la literatura rural, fruto de la tierra en Sayula, progenitor de las obras más importantes de la letras mexicanas a nivel mundial: Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno (1917-1986), nacido el 16 de mayo.
Desde Comala recordaremos al introvertido Juan Rulfo, cuya obra no solo se dió en la magistral narrativa de la novela ‘Pedro Páramo‘ (1955) o la prodigiosa compilación de cuentos inmersos en ‘El llano en llamas‘ (1958), sino también figuró como prolífico fotógrafo, cuyas imágenes son postales del México posrevolucionario.
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Huellas primeras
Jalisco fue el lugar que parió al maestro Juan Rulfo un 16 del efervescente 1917 en Sayula, aunque las disputas por su lugar de nacimiento colocan a las regiones de Apulco y San Gabriel, lugares emblemáticos de su infancia.
Es primordial destacar que la niñez del autor la vive sorteando las vicisitudes de la cruel realidad social de un México revolucionario, por eso es certero tener conocimiento del contexto de la época para entender las figuras literarias plasmadas en sus obras escritas y fotográficas.
El autor es acobijado por la temprana muerte de sus progenitores, a la edad de seis años (1923) fallece Juan Nepomuceno Pérez Rulfo su padre, para ser acompañado por María Vizcaína Arias de Pérez Rulfo finada tan sólo cuatro años después en 1927.
El escritor jalisciense también es testigo cercano de la guerra cristera, enfrentamiento armado entre el gobierno anticlerical callista y la comunidad católica (feligreses y clérigos), pues su formación académica en el Colegio de las Josefinas, fue trunca en 1926 debido al inicio de este conflicto y a la persecución del director, el padre Ireneo Monroy, del cual va a heredar la valiosa biblioteca con la que tuvo sus primeros acercamientos con la narrativa.
Para 1933, no le es imposible el ingreso a los estudios universitarios en su tierra natal, ya que las instituciones de educación superior estaban cerradas a causa de una huelga; sin embargo, en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, Rulfo se empapó de influencias tanto académicas como literarias.
Su gran impulsor fue Efrén Hernández, al que conoció en 1937 cuando obtuvo un trabajo en la Secretaría de Gobernación como clasificador de Archivo, este lo motiva a escribir; Rulfo también se desempeñó como agente de migración; su contacto con Arreola se dió hasta 1941.
«Un pedazo de cielo» uno de sus primeros escritos fue sacado a la luz hasta 1959, en el número 3 de la nueva época de la Revista Mexicana de Literatura; posteriormente Rulfo configuró dos de los títulos más trascendentales de las letras nacionales e hispanoamericanas, incluso mundiales: ‘El llano en llamas‘ (1953) y ‘Pedro Páramo‘ (1955), no obstante, la producción del escritor también da cabida a la creación de magníficas postales que nos heredan la imagen de un México rural.
Memoria de un pasado personal
La pasión de Rulfo también alcanzó la memoria fotográfica. Observador y contundente toma pasajes del México campesino, pobre, olvidado, que rescata con la realización de instantáneas, fundamentales para comprender sus obras literarias.
El oriundo de Sayula, muestra la población nativa nacional, ataviada con sus ropas, calzado y actividades características de la época, lo que nos remonta a la remembranza temporal que mira a través de la lente, impregnándonos de melancolía, remitiéndonos a la búsqueda interior de la historia de nuestro país, nuestras raíces, nuestra gente, nuestro México del pasado presente.
Los paisajes de Rulfo son oscuros, fríos, nos transportan al lugar donde ha sido tomada la imagen, nos inunda de sentimientos, de curiosidad y de nostalgia; utiliza certeramente los elementos naturales para ambientar una atmósfera ya creada por la naturaleza que, en conjunción con lo creado por el hombre, como la arquitectura colonial encarnada en los templos pueblerinos, muy recurrentes en su obra, hacen de las fotografías rulfianas una mezcla de temporalidades, aflorando el mestizaje nacional.
El coqueteo de la naturaleza, la creación humana y la gente originaría, edifican la visión histórica del país rural de la Revolución en contraste con la naciente vida contemporánea producto de la posrevolución.
Ese contraste es notorio al retratar a personajes famosos de la esfera de la actuación y la cultura como María Félix o Pedro Armendáriz, así como los escritores Octavio Paz, Elena Garro y José Gorostiza.
El maestro Juan Rulfo nos ofrece en su producción literaria y fotográfica un paseo por sus recuerdos y por su perspectiva de la vida, la muerte, la precariedad y miseria de sector rural que coteja con la opulencia citadina, más que imágenes, estas instantáneas son el reflejo de sus recuerdos, la manera de observar el tiempo que ha vivido, su trabajo como fotógrafo nos otorga la memoria de un pasado personal.
Rulfo falleció el 7 de enero de 1986, pero heredó a México maravillosas postales plasmadas en obras literarias y fotográficas, que a su vez fungen como fuentes históricas para memoria colectiva de nuestro país, producto de la excepcional visión del fruto de Sayula, hijo de la revolución.