‘Tha Machinist’ (2004), dirigida por Brad Anderson, es una película de suspenso psicológico que nos lleva por el autodescubrimiento de Trevor Reznik (Christian Bale) como culpable de un crimen que ya había olvidado. La cadencia con que se desarrollaría la trama, reflejaría en ciertas instancias las connotaciones de aquel crimen que necesita actualizar por medio de cuestiones alucinatorias. Él ya no habita la realidad, sino el discurso de su propia criminalidad.
En el acceso alucinatorio
Ha realizado un viaje en las tramas endebles de su propia constitución como trabajador de maquinaria, hacerse visible y condenable se hizo posible por medio de una negligencia: oprimir un botón que terminaría por cercenar el brazo de un compañero. ¿Acaso no está exponiéndose como alguien detestable? Asirse a sí mismo desde las tinieblas en las que se encuentra su ser cansado y somnoliento, pues no ha dormido en un año, para que la trama comience: su autodescubrimiento como criminal.
Hace falta la intervención de un tercero, que en verdad sería él mismo, Iván, quien lo pondría en jaque, lo haría dudar, y a su vez, desvariar. Romper los lazos de toda cordura se hacen necesarios para purgar esa peste que trae por dentro, enflacar hasta lo famélico, pues es un fantasma. ¿Acaso a esos seres de la muerte, del otro lado de la línea, alguien los entiende? Así mismo, Reznik, vagaría entre los suyos.
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Se ha gestado el crimen en el trabajo, reiteración de su verdad interna y ser ignorante de la misma; no saber que se carga con la culpa hasta que se accede a sus efectos por medio del laberinto de la vida. Acceder a lo alucinatorio, famélico, agotado, desvariando, es actualizar la ocultación de su propia constitución: ser culpable involuntariamente. En el trabajo fue por un error que terminaría por costarle un brazo al camarada de labores, pero el crimen original implicaría la muerte de un niño, que también fue sin intención maliciosa, pero eso no lo exime del castigo.
La contradicción es lo real
Pasa el tiempo, va buscando compañía en los brazos de una prostituta, quien se va enamorando de él, pero a su vez, él está en deuda con la madre del niño que mató. En su mundo, en ese discurso de la culpa y la alucinación para llegar a la purgación de su falta, ese amor que siente por la huérfana de hijo, es una culpa asumida desde lo compasivo pero negadondo el crimen. Queriéndola, se acerca subterráneamente a ese episodio decisivo; el asesinato del niño. Puede estar cerca del crimen, velándolo en amor, resguardándose de la culpa.
Ha macerado en su ser la peste de sentirse desterrado desde entonces, las vivencias con sus compañeros de trabajo es actualización de esa estancia de extranjero. Su condición famélica es la desnutrición de su interioridad. Ha de vivenciarse como paria hasta que sea orillado a enfrentar la condena. La memoria se trueca por angustia, los latidos por espantos, las decisiones por errores. Reznik va descubriéndose involuntariamente, se va confesando, aún contra su voluntad (aparentemente) hasta llegar a la otra orilla: ser castigado, ser encarcelado.
Necesita dormir, por fin se entrega, está en la celda. Para salirse de las alucinaciones necesita recuperar la tranquilidad, después de por fin llegar a sí mismo, ha decidido entregarse. El sueño lo inunda, lo arropa, le da la bienvenida y lo sacada de esa realidad alucinatoria. Dejar el mundo por el cual tuvo que andar hasta dar con la purulencia de su ser, lo ha agotado. Ahora todo lo que necesita es un profundo olvido de sí. Es el comienzo de su reconciliación consigo mismo. Pero a su vez, el camino de la penitencia aceptada que apenas comienza.