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Ruanda, lecciones del genocidio

Han pasado 27 años desde que la República de Ruanda vivió un genocidio. Si bien no sería el último genocidio del siglo XX -la sociedad internacional aún tendría que presenciar el de los Balcanes en julio de 1995- marcó un antes y un después tanto en la historia de este país como en el Derecho Internacional Público. Ahora, en un momento en el que los nacionalismos (algunos con reivindicaciones independentistas) están agitados, la xenofobia a la alza por la crisis migratoria global, y los discursos políticos se polarizan, es momento de revisar que lecciones podemos sacar de este episodio.

Ruanda ¿cómo se llegó a los 100 días del terror?

La respuesta es corta: tensiones étnicas ocasionaron un genocidio contra los tutsis por parte de los hutus. El resultado de estos días de terror: un aproximado de 500,000 a 2,000,000 de muertos, familias destruidas y un tejido social dañado en exceso (sin contar el drama económico). Sería impensable intentar contar el horror de lo que vivieron estas personas durante 100 días, por lo que en esta ocasión únicamente nos encargaremos de revisar los factores que facilitaron la explosión del conflicto.

Para más de un observador resultó curioso que estos dos grupos que habían convivido por largo tiempo -incluso fueron colonizados por el mismo país- terminaran por zanjar sus diferencias de manera tan violenta. Las ideas que terminaron por favorecer este desastre son de larga data y se remontan al periodo colonial (aunque voces críticas se van incluso más atrás, cuando los tutsis tenían la posición predominante sobre las dos otras etnias: los hutus y los twa, pues al dedicarse a las actividades ganaderas les resultó sencillo hacerse con el poder).

Fuente: elordenmundial.com

Antes de la configuración de los Estados nación modernos, los actuales territorios de Ruanda y Burundi se encontraban en posesión del Imperio Alemán. Sin embargo, tras la Primera Guerra Mundial, la actual Alemania se ve obligada a salir de los territorios que colonizó y Bélgica ocupó el papel de colonizador en la zona. Como dato adicional, cabe resaltar que la Sociedad de Naciones -organismo internacional precursor de la actual Naciones Unidas- en 1924 creó la figura de los mandatos y, dentro de los territorios belgas ocupados del África Oriental, surge la figura del mandato de Ruanda-Urundi (actuales Ruanda y Burundi).

Así, la población asentada en este territorio desde épocas inmemoriales y que no habían resentido el colonialismo alemán en exceso, vieron trastocados todos sus niveles de vida bajo el dominio belga. A riesgo de caer en el reduccionismo, los hutus, tutsis y twa no tenían diferencias en exceso, incluso hablaban la misma lengua. Sin embargo, el intento de crear un “estudio antropológico” por parte de la corona belga ocasionó que se crearan castas artificiales, poniendo en un estrato mayor a aquellos que tenían la nariz más respingada o el cabello menos crespo (llegando incluso a pasar un cepillo por el pelo de las personas en aras de revisar con que facilidad pasaba este).

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Los colonizadores decidieron poner a los tutsis (un 15% de la población total) en el poder, mientras los hutus fueron condenados incluso a trabajos forzados -los twa fueron tratados de mejor forma, pues se les consideraba encima de los hutus en la pirámide social-. Comenzó el resentimiento social. Todo cambió el 1 de julio de 1962, pues se independizaron Ruanda y Burundi del dominio colonial. Los hutus fueron los principales protagonistas de las revueltas por la independencia y, al ser mayoría, se hicieron con el control gubernamental. De esta forma llegó Grégoire Kayibanda (fundador del partido Parmenthu) al poder y parecía que, por primera vez en años, se alcanzaría la prosperidad en Ruanda.

Fuente: france24.com

Muchos tutsis que se habían negado a la fundación de la República huyeron a los países vecinos pero los que se quedaron en el nuevo gobierno no vieron su integridad física comprometida: parecía que por primera vez en la historia, la distribución de la riqueza -principal demanda de los hutus durante el dominio tutsi- sería posible y beneficiaría a todos los individuos sin importar la casta. Sin embargo, los exiliados de los países limítrofes lanzaron ataques contra el gobierno hutu que, aunque no tuvieron éxito, encendieron el ánimo popular. El episodio que ánimo el odio sucedió en 1972, cuando en Burundi los tutsis asesinaron a 350,000 hutus.

La sociedad hutu en Ruanda estaba enfurecida y al ver que los reclamos que le hacían a Kayibanda para aplicar sanciones a los tutsis asentados en la población no tenían eco, el general Juvénal Habyarinama orquestó un golpe de Estado que lo catapultó al poder. A pesar de que este personaje llegó de forma antidemocrática, fue apoyado por Francia y diversos organismos internacionales, pues se consideraba que respetaba los derechos humanos -después de intentar la reconciliación nacional- y porque su estrategia en materia económica estaba siendo un éxito.

Fuente: l-hora.org

No obstante, el terror estaba por comenzar. Habyarinama había concedido el poder económico a los tustsis para mantenerlos apaciguados (aunque es menester resaltar que los que se encontraban exiliados señalaban que no se les permitía volver a Ruanda), pero la crisis de los precios del café de 1989 sumada a los escándalos de corrupción del gobierno ocasionaron que los exiliados tutsis, quienes se habían organizado en el Frente Patriótico Ruandés, comenzaran una invasión a Ruanda desde Uganda en 1990. La invasión fue bastante sangrienta, especialmente porque los fundadores del Frente Patriótico Ruandés eran tutsis que habían formado parte del ejército, quienes no sólo tenían conocimientos de estrategia militar y del país, sino que por años habían entrenado nuevos cuadros.

La guerra civil tiene un momento de cese en 1993, cuando los países involucrados, Ruanda y Uganda firmaron los acuerdos de Arusha, momento en que también se crea un gobierno provisional en el primer país (conformado por hutus y tutsis). Sin embargo, la enemistad seguía latente y, cuando el 6 de abril de 1994 se tira con un misil tierra-aire el avión en donde viajaban el presidente de Ruanda, Habyarinama, y el presidente de Burundi, Cyprien Ntaryamira, se desatan dos conflictos importantes: la Primera Guerra del Congo (1996-1997) y el genocidio de Ruanda (7 de abril al 15 de julio de 1994).

Discurso de odio: realidad de ayer y hoy

¿Y a qué viene tanto recuento histórico si lo que se quiere es saber como es la vida en la Ruanda post genocidio? Para encontrar los paralelismos y los ecos que en el presente con conflictos en desarollo, especialmente en materia de discurso de odio. Primero, la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas era una estación de radio convencional, la cual era reconocida por pasar éxitos de pop y rock. Empero, conforme aumentaban los ánimos comenzaron a subir el tono de sus comentarios.

Así, lo que empezó como programas de “comedia” con marcado tinte racista dio paso, el 6 de abril de 1994, a mensajes en los que se invitaba a los hutus a terminar a los tutsis y a los mismos hutus moderados (aquellos que no estaban a favor de la autoproclamada “limpieza étnica”). Para aquellos que quieran ver el nivel de odio que se promovía desde esta estación de radio pueden encontrar algunos de los mensajes en internet, amén de que la película ‘Hotel Rwanda’ de Terry George reproduce algunas de las transmisiones.

Y ¿cuánto ha cambiado la situación? Si bien los medios de comunicación tradicionales ahora se ven minimizados por internet y los medios digitales, el discurso de odio no se ha esfumado. La crisis migratoria global, apoyada por discursos políticos ultranacionalistas favorecen la reproducción del odio: los migrantes son delincuentes, se roban nuestros trabajos, etcétera.

También en el ámbito nacional existe odio. Por ejemplo, en México existen diversos grupos que se declaran como pro-familia, pro-vida o pro-derechos pero que en realidad lo único que hacen es reproducir el odio hacia el diferente y/o a quien no piense como ellos (como el Frenta Nacional por la Familia). Escudándose bajo la bandera de la libertad de expresión lo que intentan es promover la negación de derechos a sectores minoritarios.

Desde aquí siempre respetamos su libertad de expresión, pero pedimos que se haga la siguiente pregunta cuando opine en contra de reconocimiento de derechos: ¿el que se garanticen los derechos del otro me resta derechos a mí? Si la respuesta es no ¡sorpresa!, su opinión es una reproducción de discurso de odio disfrazado de libertad de expresión. Ya sabe que hacer cuando se enfrente a este tipo de expresiones en comentarios por internet o en los medios de comunicación tradicionales: denuncia por incitación al odio.

Fuente: crimina.es

De ninguna forma se esta diciendo que todos los discursos de odio vayan a terminar como en Ruanda en 1994 —este genocidio sería la máxima expresión de lo que el odio puede promover—, pero por supuesto que vulneran desde individuos (como a Halle Bailey quien fue atacada por ser la nueva sirenita de la versión live action) hasta colectividades (mujeres, pueblos originarios, comunidad LGBTTTIQA). Entonces, en lugar de favorecer discursos de odio que lo único que buscan es restarle derechos al(os) otro(s) para mantener una posición de privilegio, favorezcamos sociedades incluyentes y resilientes. Regresemos a Ruanda para aprender de reconstrucción del tejido social, aunque de forma autoritaria.

Ruanda: 25 años después del genocidio

Una vez acabado el genocidio quedó claro que eran los mismos ruandeses quienes tendrían que reconstruir la vida, pues tanto organismos internacionales (Naciones Unidas) como instituciones locales (como la Iglesia), ignoraron o promovieron el genocidio (que por cierto fue llevado a cabo con machetes). En este tenor, veamos como fue el proceso de memoria y reconstrucción del tejido social.

Fuente: tlsurtv.net

En ‘Ruanda: después del genocidio’, National Geographic señala que «los ruandeses han preservado los sitios donde ocurrieron las matanzas y han construido mausoleos para guardar la memoria de lo que el ser humano es capaz de hacer y evitar que se repita. Uno mira todo con horror y admiración, hubo gente que arriesgó -y muchas veces perdió- la vida por salvar a otros». Esto cumple una doble función: no olvidar lo que pasó para que nunca se vuelva a cometer algo similar, amén de que honra la memoria de los miles de héroes anónimos.

Pero esto sólo fue posible gracias a la reconciliación nacional, que si bien para muchos obligada e impuesta, parece que ha dado resultados. Una vez acabado el genocidio, llegó al poder Paul Kagame —fundador del Frente Patriótico Ruandés, el mismo que invadió y ocasionó la guerra civil en Ruanda— quien lleva a cabo la denominada por Gema Parellada como ‘reconciliación vigilada’. En las escuelas, durante una hora a la semana se toma una clase de ‘cultura’, en el que se habla del genocidio y como «gracias a las actuales políticas del Gobierno, se ha conseguido la paz y la reconciliación».

Fuente: bbc.com

Se ha obligado a interactuar a los supervivientes del genocidio con los perpetradores del mismo y en internet abundan las fotografías de dos personas (una de cada categoría) abrazándose o dándose la mano y, para aderezar, cuentan sus experiencias del episodio. Se olvidan de mencionar a los miles de hutus moderados que también murieron durante el genocidio y una cosa muy importante que los medios de comunicación internacionales parecen no notar. De acuerdo con Daniel Rodríguez Vázquez en ‘El genocidio en Ruanda: análisis de los factores que influyeron en el conflicto’:

 «Todavía existe un odio latente hacia los hutus, máxime cuando el presidente Kagame controla escuelas, libros y medios de comunicación, contándose la historia en un solo sentido […] el control sobre la vida de los ruándeses es enorme, con leyes que obligan a vestir de una determinada manera y donde preguntar por la etnia es tabú, castigándose cualquier atisbo de clasificación».

En resumen, vestirse con las ropas características de la etnia o preguntar por esta se sanciona con cárcel. Ahora surge la pregunta ¿ayuda esto a la reconciliación nacional? ¿Llegará el día en que se pueda hablar libremente de estos temas? Y esta no es la única lucha a la que se enfrenta Ruanda. En ‘La Reconstrucción de Ruanda’ de Rania Abouzeid se ahonda en como este país es considerado como un ejemplo en materia de equidad de género para los demás: con 49 mujeres en el parlamento, este tiene el porcentaje más alto de mujeres en la participación política del mundo: 61%.

Fuente: laopiniondemurcia.es

Sin embargo, en el mismo artículo las políticas entrevistadas señalan que la estructura de las familias del país sigue siendo machista -muchos de los esposos de las parlamentarias esperan que estas además de su trabajo realicen labores de ama de casa-, amén de que dudan estar en la vida política si no estuviera establecido en su constitución que las mujeres tienen que ocupar un 30% de los escaños de votación popular. En este tenor, desde sus trincheras, el 80% de los sobrevivientes del genocidio (es decir las mujeres) buscan construir un mejor país para las futuras generaciones. Esperemos que lo logren y que Ruanda tenga la paz, especialmente étnica, que aún no consigue.

  • Foto portada: Sebastiao Salgado