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‘La Revelación’, un cuento para descubrir las tinieblas de tu propio ser

Para interpretar un texto literario se necesita una previa comprensión, una previa comunicación con el texto para poder definir o identificar los elementos que conforman el mundo del mismo.

Lo que nos permite identificar e incluso ir re descubriendo el texto mismo es la lectura, las pausas que como lector vamos haciendo e ir descubriendo los valores que entran en ese mundo narrativo.

Los valores universales son aquellos que logran que la obra literaria vaya adquiriendo importancia y trascienda.

Gracias a estos elementos nos sentimos familiarizados, y podemos encontrar el sentido de la vida misma.


‘La Revelación’, un cuento de Juan Tovar

El personaje principal se desenvuelve en un ambiente religioso (es padre), en donde (como lectores) vamos descubriendo que sus demonios lo atañen y se le presentan cuando menos los espera.

El camino que va recorriendo Mario Sandoval, es un camino introspectivo y aunque el contexto del personaje es religioso, existen dudas y curiosidades.

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El propósito de Mario es descubrir y redescubrirse a partir de lo que los otros le confiesan, de lo que yace disfrazado como pecado, y la verdadera cara del demonio: el mismo.

El elemento sorpresa del cuento se esconde en aquello que se le va manifestando al personaje, en algo que no sabe o quizás si, pero no es capaz de concretarle, porque le teme.

Se va descubriendo por medio de lo que le atormenta, del propio deseo, hasta que este toma forma, una humana, y para ser precisos esta forma es una figura femenina que confiesa sus pecados ante él.

La confesión o declaración del sujeto femenino se intercala con los rezos de Mario, lo que deviene en signo de enajenación.


El deseo como obsesión

Mario se obsesiona por lo que va deseando y  la construcción narrativa se va ampliando cuando aparece ella, y él se da cuenta que la figura femenina no existe, que ella es parte de él.

El pecado se va permeando por medio de las oraciones, entonces es este elemento el que le está revelando, el que se hace visible a su propio ser.

El tormento del personaje se da y se va avivando a través de lo que escucha, de lo que otros le confiesan, Mario sabe que es algo peor lo que se oculta y que la salvación no se encuentra directamente en la serie de oraciones que el dicta para que los otros se rediman.

De esta manera se va construyendo cierto límite, hay distancia en el confesionario; por una parte está él, que es él que dicta las penitencias e incluso el allegado a Dios y por otra parte están los otros, los que se confiesan: los terrenos.


El deseo como equivalente de pecado

Mario pasa de ser un simple oyente a comprometerse con el pecado mismo por medio de la confesión y de las misas.

Observa que los otros responden con indiferencia, el pecado mismo tiene un perdón fácil; el personaje principal comienza a obsesionarse con eso, se va encapsulando; se va enajenando a partir de lo que los sentidos captan, de lo que oye y de lo que ve del otro lado del pecado, se va aislando, se siente incapaz de poder tomar acción.

La misma impotencia e incluso la empatía que presenta el personaje, va haciendo que el recuerde que nunca se sintió limpio cuando confesaba sus pecados, que la absolución que le brindaba el padre no era siempre suficiente y este acto lo justifica mencionando que siempre pecaba con consciencia de estar obrando mal, pero que nunca extendió el pecado lo suficiente para quedar completamente limpio.

El pecado se encontraba vivo, centelleante en alguna parte de él: sonriendo con cinismo.

Mario necesita el mismo perdón de sus pecados, la quema misma de su propio demonio para «salvar a los otros».

Es en ese instante en el que Mario (ya no como el padre) se da cuenta que primero fue hombre que antes de ejercer su profesión teologal fue y sigue siendo humano, capaz de haber pecado y de reconocerlo.

De esta manera Mario va haciendo un recorrido de lo general a lo particular y su entorno se va minimizando.

El cuento inicia en un jardín, la escena se va reduciendo, del jardín se pasa a la iglesia y de la iglesia al confesionario, haciéndolo cada vez más personal, de escuchar los pecados ajenos para así escuchar el propio:

«No soy dueño del lenguaje. Lo escucho sólo en su borrarse borrándome en él, hacía ese límitete silencioso al que espera ser reconducido para hablar, allí donde falla la presencia lo mismo que falla allí donde el deseo conduce».


Cielo, tierra e infierno 

Mario se va transformando en un elemento de pecado; el cuento tiene tres instancias: la sagrada, la terrena y la del pecado.

En una escala que va descendiendo, se construye el personaje principal, pasando de lo celestial a lo terreno y de lo terreno al infierno, descubriendo poco a poco que es lo que lo acosa, hasta poderlo contrastar en su contexto.

La revelación 

La revelación consiste en la manifestación de algo que el personaje no tiene concluido, de algo que sabe que está presente pero no es capaz de concretar porque le teme.

Así el personaje se va descubriendo por medio del suplicio del propio deseo, hasta que este tomar una forma humana, una figura femenina que le confiesa sus pecados.

Dicha confesión o declaración se va realizando por medio de si mismo.

Se obsesiona por lo que va deseando, la construcción e incluso su propia cosmovisión de va ampliando cuando aparece ella y él mismo se da cuenta de que ella no existe, que ella es simplemente una parte de él que actúa como extensión entre el mundo terrenal, el celestial y de las tinieblas, deseo, iglesia y pecado; de este modo la figura femenina aparece para confirmar  lo que tanto temía, conduciéndolo a las tinieblas de su propio ser.