Dicharachera, grosera, actual y juvenil. Todos esos adjetivos le encajan perfectamente a la literatura de La Onda. Formada por un grupo de escritores que dejaron de lado los cánones estilísticos de la literatura pasada para comenzar su propio estilo que arropara a sus contemporáneos. El pasado era bastante cuadrado. Pasaron de lo anticuado a lo nuevo.
Origen de La Onda
La literatura de La Onda, nombrada así por Margo Glantz en el prólogo a la ‘Antología Narrativa Joven de México’ (1969), fue una escritura hecha por jóvenes y para jóvenes sesenteros que disfrutaban su vida como lo que es: vida. Sin límites y con excesos, las historias de los «onderos» eran de una realidad cotidiana que, tal vez, no era de todos y para todos, pero sí de ellos para contagiar a los demás desde su trinchera. Hicieron textos como anti-manuales de “estar en la onda” fresa, de disfrutar cada momento al máximo.
La Onda pasó de la realidad factual hacia la narrativa y se situó en cuerpos jóvenes que, probablemente, no sabían lo que hacían, pero experimentaban lo que pensaban. No se estancaron en pensamientos como: ¿y si me duele?, ¿y si me pasa esto?, ¿y sí me pasa aquello? No. Los onderos sabían que sólo tenían una vida y debían aprovecharla al máximo, aunque nadie les siguiera la corriente y sólo los vieran como cosas raras que alteraban la normalidad existente. Lo que no sabían esas otras personas es que no estaban en La Onda de los onderos.
Autores en La Onda
Esta literatura desarrollada en México provocó una ruptura total con el pasado. Un giro de 180 grados modificó la forma de leer, de ver, de escribir y de pensar a los jóvenes y lo que realizaban. José Agustín, Parménides García Saldaña y Gustavo Sainz son algunos los autores más reconocidos de este movimiento que desvaneció la línea que separaba la literatura como un «arte» para los fresas. Ahora, decir -chinga tu madre- también puede ser “artístico” en manos de estos caballeros bien hablados, pero mal comprendidos.
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Para generar una primera idea sobre La Onda, Gustavo Sainz mencionó esto al respecto del movimiento:
«Son estas novelas especialmente dialogadas. Los personajes hablan para dejar blancos en una página a imitar la vida, donde el relato se diluye en aras de innumerables conversaciones. Y esto, que es tanto su virtud como su pecado, es lo que más impresionó a un grupo de nuevos escritores que coincidieron más en las desventajas que en las ventajas, al publicar sus primeras y al parecer únicas novelas.»
Los escritores vivían una vida de desenfreno total: fiestas, drogas, alcohol, cigarros, escapadas, sexo, piropos, arrimones, malos pensamientos, placeres. Todo lo que estaba prohibido, legal y moralmente, lo realizaban. No hay que espantarse, pues todo les aportaba ideas para escribir, y eso era lo que plasmaban, nada más; nunca realizaron un código de conducta ondera que obligaba a los lectores a ser como ellos, simplemente proyectaban sus actividades en sus narraciones.
Dos textos en Onda
Por ejemplo, en ‘La reina del metro’ de José Agustín, se narra un momento en la vida de una mujer “fea”: “de rostro horripilante, picoteado por años de barros y remedios para combatirlos.
Gustavo Sainz, pionero de La Onda, escribió ‘Gazapo’, su primera novela que se introduce en este movimiento literario disruptivo. Él, a pesar de manejar un estilo más sobrio, también habla sobre quemar aquellos códigos de ética impuestos por el pasado, los cuales simboliza con figuras paternales, pues los progenitores son quienes provocan el sufrimiento.
Está claro que se rompieron las buenas maneras. Quienes vivían La Onda tomaban sus propias decisiones y se hacían cargo de sus repercusiones, fueran buenas o malas. Ellos, la mayoría del tiempo, sabían lo que hacían, aunque no fuera bien percibido por la sociedad.