El 2020 arrancó, y si bien parece el momento perfecto para hacer un borrón y cuenta nueva, lo cierto es que la humanidad llegó a esta nueva década con senda crisis ambiental. Movimientos telúricos en Perú y Puerto Rico, Australia reducida prácticamente a cenizas, Venecia inundada y un largo etcétera. A reserva de tratar a profundidad la siguiente semana la crisis climática que para algunos es una crisis civilizatoria, hoy nos detenemos en un episodio extremadamente específico: los derechos de los animales.
Desde 2015 se viralizó el festival Yulin, celebrado en la República Popular China durante el solsticio de verano. Sin embargo, el festival no se volvió popular por sus raíces milenarias, sino porque el platillo principal es la carne de perro. La respuesta de Occidente fue inmediata, la sociedad civil y diversos organismos internacionales no gubernamentales (OING) se reunieron para recabar firmas, otros fueron hasta el festival para comprar al mejor amigo del hombre y enviarlo a un albergue provisional, mientras un último grupo se dedicó a cuestionar a los asistentes/consumidores de este festival. Una vez más las costumbres chinas hicieron quedar al país ante el grueso de la población occidental como bárbaros.
Los promotores del evento no se dejaron intimidar ante tales acusaciones, comentando que la carne de perro es igual a la del cerdo, la res o el pollo, consumida en el otro lado del mundo. Si bien es cierto se reconoció este último punto por el grueso de la población americana y europea, se puso especial énfasis en la tortura y el probable robo del que fueron víctimas los perros, amén de mantenerlos en pequeñas jaulas, hacinados sin comida ni agua. Pero ¿habrán olvidado estos defensores de animales del mundo libre el Yulin diario vivido por los animales para consumo humano en sus respectivos países?
Los Derechos de los Animales
A pesar de que ahora es común ver a OING como Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA por sus siglas en inglés), protestando por los derechos de los animales, esta situación es relativamente nueva. Con la llegada de las teorías posmodernas al fin de la Guerra Fría, los efectos de la globalización impactaron en la sociedad civil a una velocidad impresionante. Fue así como el ciudadano de a pie empezó a preocuparse por la devastación ambiental, la desregulación financiera, la poca capacidad de acción del Estado frente a las empresas y por supuesto los derechos de los animales.
Sin embargo, existen discusiones entre los defensores de animales y quienes no lo son. Los primeros consideran a los animales como seres vivos con derechos sobre los cuales nosotros no tenemos poder: es decir, no debemos de matarlos, comerlos, usar sus pieles para diversos fines, ni tenerlos para nuestro entretenimiento. El segundo grupo está dividido entre conservadores, los cuales creen que si se hace de manera sustentable y con respeto no deberían existir problemas con relación al consumo animal, mientras los últimos creen que al estar en la cima de la cadena alimenticia se tiene derecho de depredar como plazca.
Como todo movimiento posmoderno, la principal crítica hecha hacia los defensores de animales es su poca preocupación por el ser humano, no sólo con relación a dejar de consumir carne y condenar a la población a la hambruna (aunque existen grupos que afirman se puede acabar con el hambre mundial si toda la población entra en una dieta vegana, pues el alimento destinado al ganado es mayor a la carne que se obtiene para consumo humano —ya ni hablar de las emisiones de carbono—), sino con la poca preocupación por los problemas de la humanidad como la pobreza, la violencia, la desigualdad en la distribución en el ingreso, el aborto, etcétera.
El Yulin Occidental
Existe una fuerte crítica en contra de las prácticas con relación a la crianza de animales para el consumo humano. Diversos OING han denunciado como se mantiene a los cerdos en pequeñas jaulas donde no pueden ni voltearse, viviendo entre sus propios desperdicios y sin la posibilidad de caminar ni tocar el pasto con sus pezuñas, amén de ser inseminados artificialmente y una vez han dado a luz y cuidado de sus crías por un mes, el proceso se repite hasta que el animal finalmente muere. Destinos similares enfrentan las vacas y aves de corral, con la diferencia de que ha estos se les inyectan hormonas de rápido crecimiento y en menos de un año son sacrificados para su consumo.
Existen centros de entretenimiento cuya principal atracción son animales domesticados o salvajes con los que se puede entrar en contacto. Por ejemplo, ahora es posible ir a ver espectáculos donde las orcas realizan trucos, asistir a eventos musicales donde las morsas y los pingüinos bailan o, si prefieres interactuar con animales puedes nadar con delfines o sumergirte en una jaula para ver a tiburones y cocodrilos de cerca. Todos estos seres vivos fueron sacados de su ambiente natural para ser amaestrados, en la mayor parte de las ocasiones, con base en golpes y malos tratos. A lo anterior se suma el estrés de vivir en entornos artificiales, en ocasiones en espacios reducidos, y sin poder convivir con los de su especie, pues se les mantiene separados.
Además, existen centros de venta de animales, donde es común encontrar perros y gatos, pero también se pueden adquirir aves: desde pericos australianos hasta exóticas guacamayas, reptiles como tortugas (de agua o de tierra), serpientes e iguanas. También hay peces, roedores como ratones, cobayos, hámsteres, e incluso arácnidos como tarántulas. No obstante, existen al menos en México, denuncias contra famosas tiendas de animales porque sus empleados dañan a las futuras mascotas. Y este no es el único riesgo que enfrentan estas criaturas: al ser adquiridos deben de esperar que sus propietarios no les abandonen o, por desconocimiento de sus necesidades, les maten accidentalmente.
Aunado a todos estos problemas, debe considerarse el tráfico de especies, estén o no en peligro de extinción, así como su uso en laboratorios para probar la inocuidad de diversos productos. Este es el festival Yulin al que se enfrentan los animales en Occidente diariamente, y Oriente nunca ha iniciado movilizaciones en contra de todas estas actividades. Lo que es un hecho innegable es que la supervivencia de los animales en cualquier parte del mundo es un desafío diario.
Por estas y otras razones no enumeradas en la presente lista, es sorprendente la reacción de este hemisferio al consumo de carne de perro en la República Popular China. Y es aquí donde se aprecian las diferencias culturales entre las dos partes del globo: el sueño americano nos ha vendido la idea del hombre que se hace a sí mismo, aprovechando las oportunidades del entorno, cuya casa tendrá jardín, y en este jugarán sus hijos con su perro. En los países orientales, especialmente en el gigante asiático (el cual ha buscado la preservación de sus tradiciones), no se tiene esta imagen, pues tanto la historia como los valores son diferentes y por ello no es mal visto comer carne de perro por las personas de mayor edad (en los últimos años con la apertura comercial de China los valores occidentales han permeado en la sociedad milenaria y ahora es común que las nuevas generaciones tengan perros como animales de compañía).
Sin embargo, como se trata de perros y no otros animales los que sufren de maltrato en el continente asiático, los ciudadanos libres y civilizados decidieron intervenir. Sería conveniente preguntarles a los hinduistas su opinión acerca del consumo de vacas en los países americanos y europeos, pues los practicantes de esta religión consideran a este animal como sagrado al representar la fecundidad; quizás sería aún más interesante cuestionar a los españoles la diferencia entre un perro y un toro, pues pareciera que este último es un animal de segunda categoría y sin derechos, porque se cometen atrocidades contra ellos en las corridas, o preguntarle a los franceses si creen que la carne de caballo tenga un sabor parecido a la de perro o a los australianos por el sabor de la carne de canguro.
Aunque parece fácil juzgar y condenar a los chinos por el festival, se deben considerar las diferencias culturales, lingüísticas, religiosas, valores fundamentales, sistema político, historia, entre otros factores para comprender el origen y repercusión del Yulin. Empero, es importante reconocer que si se está luchando por los derechos de los animales, es necesario evitar darle más derechos a otros, pues tanto un ratón con el que se experimente en un laboratorio, un perro o gato de compañía, y hasta un elefante tienen el mismo derecho a la vida. Los occidentales con demandas de acabar con el festival están en todo su derecho, pero primero deberían de revisar su propia ciudad, para ver si no deben tomar acciones primero ahí (de esta aparente paradoja nos ocuparemos la siguiente semana).
Consideraciones finales
El ser humano en más de una ocasión ha demostrado ser el animal más peligroso del planeta: no sólo se ha encargado de eliminar a otras especies de la faz de la Tierra y poner en peligro con su actividad a otras, también es el único que ha cometido incontables muertes de miembros de su misma especie. Por tal motivo, no debería resultar sorprendente el poco valor conferido a la vida de otros seres vivos por parte del animal en la cúspide de la cadena alimenticia.
Hagamos un pequeño ejercicio: imaginemos que aparece una nueva especie en el planeta, cuya inteligencia es superior a la del ser humano. Como estos nuevos especímenes son más inteligentes ¿crees que tienen el derecho de mantener a los humanos encerrados en pequeños espacios en donde los engordarán con hormonas para su posterior consumo? O ¿te gustaría ser amaestrado para realizar cosas consideradas como sorprendentes por esta nueva raza, formando así parte de uno de los espectáculos más vendidos?
Esta es una invitación a la reflexión: no es congruente pedir la eliminación del festival Yulin si se sigue consumiendo animales criados en forma inhumana, se continúa comprando animales de compañía en tiendas donde los trabajadores los maltratan, o se sigue asistiendo a centros de entretenimientos en los cuales otros seres vivos han sido golpeados para aprender trucos. Es entonces momento de replantearse el valor de la vida en su total complejidad, y darse cuenta de que los seres humanos, a pesar de su «inteligencia superior», no pueden convertirla en una mercancía más.