Muchas son las expectativas que genera una Copa Mundial de Futbol o unos Juegos Olímpicos. El deporte es un espectáculo que atrae a millones de fanáticos y la derrama económica que genera un evento así es muy buena. Lo que también es verdad es que organizar este tipo de eventos requiere de una inversión muy fuerte de dinero. Los países llegan a tener deudas que pueden durar décadas.
Ejemplos en la historia de estas deudas hay muchísimos. En México, por ejemplo, se instauró la tenencia vehicular para recuperar el gasto de organizar los Juegos Olímpicos en 1968, se dijo que este impuesto duraría un año; hasta la fecha seguimos pagando ese costo (hoy le llaman refrendo).
Otros ejemplos más actuales puede ser lo sucedido con Grecia o Brasil, quienes después de organizar los Juegos Olímpicos terminaron con una deuda tan grande que afectó a la población en general y siguen sufriendo los estragos por costear eventos de esa magnitud.
El deporte es redituable, pero ¿qué pasa si nuestro equipo no tiene los ingresos suficientes para mantenerse a flote? En última instancia el equipo desaparece, ¿y el estadio que administraban?. Mantener un estadio requiere de un gasto altísimo y una institución en bancarrota es imposible pueda mantenerlo. Estos edificios y complejos son conocidos como elefantes blancos.
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Estos son algunos ejemplos de malas administraciones que no supieron que hacer con las instalaciones deportivas después de terminar un evento. Algunos de estos complejos hoy son basureros, estacionamientos y hasta cementerios. La empresa que los soportaba terminó en bancarrota, hubo malos manejos en sus construcciones, la guerra los volvió inservibles y hasta desastres nucleares los dejaron en el olvido.