‘El dilema de las redes sociales’ es una producción original de Netflix, con un formato estilo documental-trhiller, nos demuestra el entramado de manipulación informativo al cual estamos expuestos cada vez que utilizamos las redes. Un paso pequeño para el entretenimiento pero uno grande para el engaño masificado. La era de la desinformación llegó para quedarse. Dirigida por Jeff Orlowski, no deja nada a la imaginación. Se cuenta con las declaraciones de diversos ingenieros, agentes creativos y diseñadores informáticos de las muy conocidas plataformas: Facebook, Twitter, Instagram, Google, etc.
La adicción digital
Una cosa es la recreación como cuestión necesaria para despejar la mente de las actividades diarias del día al día, pero, ¿qué pasa cuando se cruza esa línea? ¿cuál es la nueva forma de adicción? ¿cómo se disparan esos impulsos neuro-conectores? La respuesta parece sencilla, pero esconde un verdadero objetivo en manos del capitalismo de vigilancia. Lo estaremos deshilvanando.
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La exposición a las redes ha sido cada vez más notoria, la generación Z, la de las personas nacidas después de 1996, fueron las primeras en experimentar la inserción de la tecnología como forma didáctica de aprendizaje desde las aulas, es decir, la implementación de diversos gadgets con un objetivo pedagógico, pero, que, en verdad, han sido canal de «entretenimiento» por su accesibilidad a diversas aplicaciones de ocio.
Desde este simple hecho, nos podemos dar cuenta de la facilidad con que se puede acceder a tales cosas sin siquiera sospechar del verdadero alcance. ¿de qué sirve estar pegados todo el día a las redes, esperando un like? Aparentemente, se ha creído que lo que se espera es consumir los productos, pero no, lo que en verdad se busca es diseñar consumidores. Paulatinamente, de manera imperceptible, la subjetividad se va moldeando.
La tecnología del capitalismo de vigilancia, esa voracidad que busca nuestra atención para diseñarnos y luego condicionarnos nuestras elecciones mercantilistas, nos cierra cada vez más, a las experiencias de riesgo que se suscitan en el plano real, es decir, en el tu-a-tu con el otro. Todo pasa por las redes; estándares de belleza, anhelos, ideas de éxito, mainstream, etc., y todo ello tiene una repercusión valorativa que se expresa con nuestras emociones, ante lo cual, a veces pasa lo siguiente: Esto me aburre, o esto me enfada, tengo que expresarlo, compartirlo, ¡lo tienen que ver! Así, se cierra el círculo.
¿De qué mejor manera se puede implementar estas tecnologías de vigilancia, que no sea desde edades tempranas? Esto es algo crucial porque se va inmiscuyendo una forma de interactuar sin siquiera darnos cuenta de su impacto a futuro. ¿Es válido exponer a los niños ante tanta red de persuasión y direccionamiento? No, realmente no. Pero siempre da resultado colorear la realidad, la verdad, en su sentido óntico, aburre, pero la sofistería moderna atrae. La dicción, que tiene fuertes resortes emocionales, tiene su anclaje asegurado. Al final de cuentas, somos seres que sienten, pero, ¿lo que siento, es bueno, malo, me hes provechoso, perjudicial?, ante la carrera por el sentir, hace falta detenernos unos segundos para que llegue el aire al cerebro.
De lo artificial como la nueva definición de lo humano
Parece algo obvio hacer la siguiente aseveración: Una cosa son las máquinas e inteligencias artificiales (AI´s), y otra, nosotros. Pero, ¿en verdad es así? Conforme pasan los años, el ser humano ha pensado que algún día las AI’s gobernarían el mundo, al estilo de «Terminator», lo cierto es que, en la actualidad, ya hay almacenes de procesamientos autorregulados, es decir, que operan por ellos mismos y están diseminados entre nosotros. Pregúntale a un ingeniero de Facebook o Google, cómo le hace el programa para alcanzar determinado objetivo sobre el estudio analítico y predictivo de los usuarios de redes, y no sabrá. Sabe que funciona, pero la cuestión operativa le concierne al programa mismo.
La figura humana ha sido pensada clásicamente desde la dicotomía alma y cuerpo, una eterna y la otra mortal. Por siglos, tal idea ha permeado en la humanidad como una certeza incuestionable. Pero, ¿qué pasaría, si, esa idea de eternidad, fuera en verdad el deseo de las máquinas por materializarse y hacerse perennemente existentes en nuestro plano? Hemos creído que nuestro deseo de eternidad es nuestro, pero, ¿si en verdad es de ellos? De esas AI’s y máquinas que andan por todas partes.
Al final de cuentas, ahora nos podemos percatar de que la manipulación de nuestras emociones es posible desde las diversas plataformas, ¿por qué no pensar esto? Han estado ahí, dentro de nosotros, como ese deseo de eternidad, esperando a exteriorizarse, ¿acaso no hemos ido amoldando la realidad material a través de la historia, acorde a nuestras necesidades? y ¿estas necesidades mercantiles, en verdad son nuestras?
Nos podemos prefigurar la idea de eternidad porque somos mortales, eso es cierto, entonces, esa constante de querer perdurar en el tiempo, ese anhelo netamente humano, ¿no será el anhelo de la máquina para hacerse de un lugar entre nosotros? y ¿después qué pasará? Tal vez hemos construido el huésped que nos sacará del plano existencial. La definición de lo humano debe abarcar estas cuestiones tecnológicas y de inteligencia artificial. Si el hombre es capaz de crear estas cosas, ¿qué tan diferente de ellas somos? ¿En verdad nosotros somos los humanos, o son ellas, la culminación de nuestros conceptos humanistas?