Si pensamos en la literatura brasileña y latinoamericana, resulta casi imperativo hablar de Clarice Lispector; una escritora inigualable que destaca por el cuidado y la originalidad con que siente y usa las palabras para construir sus obras. La crítica y sus lectores se han referido a su narrativa como enigmática, inusual e incalificable, y estos adjetivos apuntan a una misma realidad: la innovación que tuvo Lispector para narrar y quebrantar estructuras y tópicos esperados.
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“La mujer más pequeña del mundo”
Marcel Petre, un explorador francés encuentra en el Congo Central a los pigmeos más pequeños del mundo; dentro de estos, es una mujer quien posee el menor tamaño de todos. Para este explorador lo ideal fue darles orden a estos pigmeos y comenzó por nombrarla a ella como Pequeña Flor; esta mujer con el temor constante de ser exterminada disfruta no saberse en peligro. Posterior a esto, la imagen y el descubrimiento son compartidos en un suplemento y con esto un sinfín de miradas e impresiones se apoderan de la palabra para hablar de la desconocida.
Diversos instantes componen este relato en el que Lispector retrata, casi de manera fotográfica, un momento. Sin embargo, ella trasciende lo simple dicho y en este cuento habla de la visión civilizadora y colonialista que imperaba en los peninsulares y extranjeros, para quienes todo lo diferente requiere un proceso de orden y alteración, y no sólo de entendimiento. Nos lleva a reflexionar sobre la violencia, soledad y abandono presente en Brasil, pero sobre todo en Latinoamérica. Asimismo, nos hace tomar consciencia de nuestras impresiones y de la manera en que percibimos lo que es diferente a nosotros.
Agua viva
‘Agua viva’ es de las última obras de Clarice Lispector, en la cual somos receptores de los pensamientos y emociones de la narradora, quien parece sólo escribir una epistola para alguien a quien amó, pero en realidad la brasileña va más allá de eso. En cada línea de este monólogo habla de su poética sin orden fijo; del significado velado que está en lo que escribe y de la forma en que las palabras fluyen mientras la narradora se encuentra en cada una de ellas.
“¡Me estremezco de placer por entre la novedad de usar palabras que forman un inmenso matorral! Lucho por conquistar más profundamente mi libertad de sensaciones y de pensamientos, sin ningún sentido utilitario: estoy sola, mi libertad y yo”.
La escritora brasileña encuentra en las letras -como en la pintura- una oportunidad de aprehender el instante y fluir en el tiempo. Es por esto, que en este libro podríamos sentir que no hay una historia o anécdota específica, pero en realidad lo que los lectores encontramos es una voz propia que se va construyendo con el presente, con lo que observa, con los silencios y con las reflexiones sobre lo que la rodea. Así, podemos entender las razones por las que Clarice muchas veces refirió que : “No escribo para agradar a nadie” cuando se le cuestionaba sobre su forma de escribir y por su propio estilo. Y es que sus obras resultan inquietantes porque dicen mucho aunque parecen no decir nada.