La catalepsia —del griego katálêpsis, ‘sorpresa’— es una condición que se caracteriza por la falta de respuesta a los estímulos externos, así como por la rigidez muscular. El cuerpo se mantiene en una misma postura sin importar lo incómoda que ésta sea.
Además de la ausencia de movimiento, tanto la respiración como el pulso se desaceleran y la piel empalidece. Sin embargo, los fenómenos psíquicos no sufren alteración alguna, como sí ocurre en un estado comatoso —el cual consiste en una «anulación total de la conciencia». La catalepsia se distingue de la muerte —real y definitiva— en tanto que la primera no implica putrefacción muscular.
Esta condición puede ser desarrollada por la aplicación de fármacos o por uso de drogas como la cocaína. De igual manera, suele ser consecuencia de trastornos psicóticos como Parkinson, epilepsia y esquizofrenia.
Doble muerte
Abundan las historias sobre personas que han sido enviadas «a descansar» antes de tiempo debido a su aparente ausencia de funciones vitales. En 2015 se dio a conocer el caso de Nelsy Pérez Gutiérrez, una mujer hondureña que fue sepultada cuando tenía tres meses de embarazo. Su diagnóstico médico expresaba muerte por ataque cardiaco.
La joven —de 15 años de edad— sufrió fuertes dolores de cabeza días antes de su deceso; se medicó y se acostó a dormir, pero no volvió a reaccionar. Al día siguiente de la sepultura, Nelsy fue desenterrada porque su pareja y un trabajador escucharon ruidos provenientes de la tumba. Un nuevo diagnóstico informó a la familia que la joven tenía más de 19 horas de haber fallecido. A pesar de ello, sus parientes afirmaron que, al sacar el ataúd, una parte del panel de cristal estaba roto y que Nelsy tenía moretones en los dedos. Además, «su cuerpo no olía mal».
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En 2011, Niurka Guzmán Reyes, una bailarina dominicana de 23 años, murió dos veces. El 7 de julio, sus familiares la encontraron «sin vida» en su habitación. Llevaron a la joven al hospital local de Bonao, pero una doctora les indicó que la llevaran a la morgue. Su familia afirmaba que ella seguía con vida, mas no consiguieron que fuera revisada. Niurka sufrió un ataque de catalepsia, pero las autoridades sanitarias la declararon muerta por infarto de miocardio. El 9 de julio, una de las amigas de Niurka presintió que ella seguía con vida. Alertó a la madre de la joven y consiguieron el permiso para la exhumación. El vidrio del féretro estaba roto, el cuerpo de Niurka seguía tibio y blando. Un médico forense la revisó: «ella tiene dos horas y media de fallecida. Se asfixió en el ataúd».
¿Cuándo morimos realmente?
Los antiguos griegos comprendían que las funciones vitales de la naturaleza humana radicaban en el tórax. De ello se deriva que, para ellos, la muerte significase «la pérdida del espíritu vital», ubicado en el corazón; es decir, se consideraba que alguien moría cuando carecía de pulso y de respiración. De manera similar, para la comunidad judía, la respiración era el aspecto fundamental de la vida; por ello, en el Halajá se establece que «la muerte coincide con la cesación de los movimientos respiratorios».
En 1546, Miguel Servet —médico y teólogo español— expuso por primera vez en el Occidente cristiano la existencia de la circulación pulmonar o menor, la parte del sistema circulatorio que traslada la sangre desoxigenada desde el corazón hasta los pulmones para devolverla, ya oxigenada, al corazón. Más adelante, en 1628, el médico y biólogo inglés William Harvey propuso y comprobó que la sangre circulaba por todo el cuerpo en un movimiento incesante. Esto significó el descubrimiento de la circulación sistémica —proceso mediante el cual la sangre oxigenada se envía desde el ventrículo izquierdo al resto del cuerpo a través de la arteria aorta. Con lo anterior «se estableció científicamente el latido cardiaco como signo de vida». La muerte pasó a ser entendida como la cesantía de los latidos cardiacos.
En 1799, Xavier Bichat, biólogo y fisiólogo francés, elaboró la primera definición científica de la muerte: «la detención funcional del sistema nervioso, de la circulación, de la respiración y de la temperatura corporal».
Muerte encefálica
En 1959, los franceses Pierre Mollaret y Maurice Goulon establecieron el término «coma sobrepasado» para catalogar a los pacientes con un grave daño cerebral, expresado por un coma profundo con «ausencia de reactividad frente a cualquier estímulo». Después de cierto tiempo, estos pacientes caían en paro cardiorrespiratorio definitivo.
Fue hasta 1968 que el Comité de la Escuela de Medicina de Harvard planteó el concepto «muerte encefálica», condición equivalente a la muerte del individuo total. Por primera vez había un segundo criterio diagnóstico de muerte —además del paro en las funciones cardiocirculatoria y respiratoria.
Actualmente se utiliza este concepto para referir el cese rotundo de todas las funciones en las estructuras neurológicas del encéfalo. A esta condición se suman la ausencia de respiración y flujo sanguíneo, por lo que desaparece cualquier aparente manifestación de vida.
Condena tortuosa
El vínculo recurrente entre los más insufribles castigos y la Edad Media no es gratuito. En la Antigua Roma se utilizó el enterramiento prematuro —en cuevas— para las vírgenes vestales que rompieron su voto de celibatos, así como para quienes violaban a jóvenes castas. Sin embargo, fue en la Italia medieval en donde esta condena se manifestó con el aparente objetivo de provocar el mayor suplicio posible: a los asesinos se les enterraba vivos con la cabeza hacia abajo y con los pies sobresaliendo del suelo. Durante la misma época, en Alemania este castigo era aplicado a las mujeres que cometían infanticidio, mientras que en Dinamarca se condenaba así a las mujeres que robaban —los hombres ladrones, por otro lado, eran decapitados.
¿Resurrectos o falsos muertos?
La epidemia de peste negra, así como otras que azotaron diversas poblaciones de Europa, generó una sensación colectiva de pánico, que se expresó con el enterramiento prematuro de muchas personas para evitar la dispersión de la enfermedad.
Tal fenómeno contribuyó a la construcción y difusión de leyendas como los vampiros, quienes son la encarnación del miedo humano a la muerte y al regreso a la vida de los fallecidos. Desde la idiosincrasia cristiana, los vampiros eran vistos como almas en pena, como «cuerpos indebidamente ocupados por almas del Purgatorio», en contraste con los revenant o «retornados», espíritus inofensivos revestidos con un cuerpo humano.
Tanto en Europa como en algunas regiones de Estados Unidos, los vampiros eran temidos por su capacidad de dañar a los vivos dada su condición de no-muertos. Durante el siglo XVIII se creía —en Italia, por ejemplo— que estos seres abandonaban sus tumbas par alimentarse de las personas. Por otro lado, en Nueva Inglaterra prevaleció la idea de los vampiros como magos que perjudicaban a la gente desde la tumba.
Por si acaso
El temor a ser enterrado vivo dio lugar al diseño y creación tanto de artefactos como de mecanismos para evitar que la gente sepultada prematuramente falleciera.
Los ataúdes de seguridad incluían medidas precautorias para posibilitar la supervivencia de los «difuntos» —mediante la inclusión de compartimentos con comida y agua— así como su comunicación con la superficie.
Algunos elementos comunes eran cables conectados a campanas y banderines para atraer y alertar a las personas ubicadas alrededor. Otro mecanismo recurrente era una estructura que proveía aire al interior del sarcófago.
En 1868 el alemán Franz Vester, además éstas medidas, incluyó en su diseño una caja que conectaba al ataúd con la superficie, desde donde se suspendía una cuerda que el «difunto» podría utilizar para salir.
Tan solo en Estados Unidos, entre 1868 y 1925 se registraron 22 solicitudes de patente para ataúdes de seguridad. En Alemania se registraron más de treinta diseños durante la segunda mitad del siglo XIX.