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Bufones, los críticos camuflados

Sócrates consideraba la risa como una reacción que mezcla el placer y el dolor: la envidia, que es un «dolor del alma», ocasiona que la desgracia ajena nos parezca cómica y nos provoque una risa placentera. Los bufones son los máximos representantes del carácter dual de lo humorístico.

Fueron la encarnación de la ironía. En ellos se escondían la crítica ingeniosa y la disidencia. Se burlaban de la sociedad para que el público comprendiera lo corrupta que era esta. Sus coloridas prendas eran sólo un formalismo, un adorno. Su verdadero disfraz fue la presunción de una inocente estupidez.

Bufones de corte

Es difícil rastrear el origen de estos personajes. Uno de sus antecedentes data de la Dinastía V de Egipto (2500 a.C.-2350 a.C.), en la cual el faraón Dadkeri-Assi gozó con las muecas y actuaciones de un pigmeo. Por otro lado, la corte islámica de Harun al-Rashid, gobernante de la Dinastía Abasí en el período de 786 EC a 809 EC, contó con los servicios del bufón Balhul.

El Medievo es, sin embargo, el período en el cual adquirieron  mayor relevancia, pues formaron parte de las cortes reales. Uno de los primeros bufones en Europa fue Antoni Tallander, alias ‘Mosén Borra’, quien vivió de 1360 a 1446 y estuvo a los servicios de Martín ‘el Humano’, Fernando de Antequera y Alfonso ‘el Magnánimo’, en la casa real catalano-aragonesa.

Osario del bufón Antoni Tallander, junto a la capilla de Santa Lucía en Barcelona. Foto: La Vanguardia

Estos locos por contrato tenían como función principal entretener a los soberanos a cuyas órdenes estaban. Generalmente provenían de familias rurales pobres y eran reclutados por miembros de la corte durante sus viajes para ponerlos al servicio del rey. Esto, lejos de representar una tragedia para la familia, significaba una gran alegría, pues un potencial bufón, al no poder proveer a sus consanguíneos, era una carga.

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No todo era risa

El trabajo de los bufones no se limitaba a simplemente divertir a los monarcas. Algunos se desempeñaron también como consejeros y heraldos. Muchos reyes, incluso, establecieron una relación de confianza con sus bufones, lo que permitía a estos ser los únicos que expresaran una opinión distinta a la del soberano en ciertos temas. Se atrevían a decir en la corte cosas que hubieran sido impronunciables por cualquier otra persona. Poseían una inmunidad que resultaba de la subestimación de estos personajes, pues al ser aparentemente tontos y provenir de un estrato social inferior, los bufones no representaban una verdadera amenaza al poder.

Hacia el año 221 AEC, Qin Shi Huang, primer emperador de la China unificada, ordenó la agrupación de varias murallas locales en una sola (precedente de la Gran Muralla China) para defender al país de los pueblos del norte que se habían resistido a la conquista. Esta obra implicó el transporte y manejo de enormes bloques de piedra.

Alrededor de diez millones de trabajadores fallecieron durante el proyecto debido al cansancio y a las extremas condiciones laborales. Posteriormente, el emperador planeó que la muralla fuera pintada. El bufón Yu Sze fue el único que se atrevió a expresar su crítica a la idea del soberano. A partir de bromas y burlas, lo convenció para que desechara tal proyecto, con lo cual evitó la posible muerte de miles de obreros.

Stanczyk en un baile en la corte de la Reina Bona tras la pérdida de Smolensk, óleo de Jan Matejko, 1862.

Triple identidad

Triboulet es un sobrenombre emblemático para la figura del bufón en la Edad Moderna. Victor Hugo bautizó con este nombre al protagonista de su obra teatral Le roi s’amuse’ (El rey se ríe) de 1832. Comúnmente se piensa que en la historia existió un solo bufón con este nombre, pero en realidad hubo tres.

Uno trabajó para Renato I de Nápoles en la segunda mitad del siglo XV. Su papel en la corte fue tan relevante que el rey encargó que fuera inmortalizado en una representación. Podemos observar su efigie en una medalla hecha por Francesco Laurana en 1461.

Medalla con la efigie de Triboulet.

El segundo fue bufón en la corte de Luis XII. Lo único que se conoce de él es gracias a su epitafio, escrito por Jean Marot: «era igual de sabio a sus treinta años que el día en que nació […] tenía la frente pequeña, los ojos y la nariz grandes, y caminaba encorvado».

El tercer Triboulet trabajó para Francisco I de Francia. De él sólo existe un retrato, hecho por Jean Clouet. La anécdota más popular acerca de este bufón es la manera en que logró salvar su vida: un día, Francisco I decidió condenarlo a muerte. Preguntó a Triboulet de qué manera elegía morir y él, sencillamente, respondió que quería morir de viejo.

No sea payaso

Cabe resaltar que un bufón no es lo mismo que un payaso. Este último intenta generar simpatía con el público y su función se limita a divertir a los espectadores. El bufón, mucho menos armónico, pretende externar sus reflexiones acerca de la realidad para que los demás comprendan las desgracias de las que es testigo.

Los payasos expresan la locura a través de más locura. A los bufones se les pagaba para manifestar las barbaries, locuras y verdades que los «sabios» no podían.