Las Pampas es una de las regiones más extensas del continente americano y una de las menos densamente pobladas. A través de sus cientos de kilómetros de extensión, se despliegan largas llanuras y pastizales que crean un paisaje plano y lineal casi infinito. Entre estos paisajes, se levantan pequeños pueblos ortogonales que son casi tan planos como la naturaleza. A pesar de su aislamiento y su monotonía, en medio de estos pueblos se alzan monumentales estructuras de aspecto masivo, brutal y futurista que rompen completamente con la estética del lugar.
Todas estas construcciones, ubicadas en decenas de municipalidades de la provincia de Buenos Aires, tienen un único autor. Francisco Salamone fue el arquitecto encargado de proyectar estos diseños extravagantes. Que a pesar de su notoriedad y estilo único, pasaron desapercibidos en la historia de la arquitectura latinoamericana y se perdieron entre las llanuras pampeanas. Así como la carrera del mismo Salamone, cuya vida está llena de incógnitas y rumores que han creado todo un culto moderno en su nombre.
Las obras
A mitad de la década de los 30, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Manuel Fresco, lanzó un proyecto de renovación de arquitectura e infraestructura en toda la provincia. La misión de Fresco era rediseñar los edificios y espacios públicos de todos los pueblos de la provincia para consolidarla como la más próspera y moderna de toda Argentina. A su vez, también buscó mostrar a través de las construcciones la fuerza y la ideología de su nuevo gobierno conservador y autoritario, tachado incluso a veces de fascista.
Se lanzó una convocatoria para varios arquitectos, y entre los elegidos para participar en el proyecto estuvo Salamone. Mientras que algunos otros les tocó encargarse de los pueblos y ciudades más grandes de la provincia como Mar del Plata, donde podrían construir obras de gran relevancia a nivel nacional, Salamone se quedó con una tarea diferente. Se encargaría de la construcción de estos espacios en decenas de pequeños pueblos del interior de la provincia. Ayuntamientos, cementerios, mataderos y plazas públicas serían sus futuras obras en estos pueblos.
Las obras iniciaron en 1936, y todas se finalizaron a principios de 1940. Un tiempo bastante corto e insólito para la construcción de casi 60 obras en 15 pueblos diferentes. Cuando se terminaron, estas causaron un fuerte revuelo entre los habitantes de los pueblos donde se levantaron. Esto debido a su extravagante, imponente y casi terrorífico estilo, así como también por su extenso tamaño y su altura. Esto provocó el rechazo hacia las obras por parte de muchos habitantes, quienes inclusive llegaron a tacharlas como «obras del diablo».
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Entre las construcciones se destacan los cementerios de Salliqueló, Saldungaray, Laprida, Balcarce y Azul. También las municipalidades de Tornquist, Laprida y Pellegrini, y los mataderos de Carhué, Chillar y de Villa Epecuén. Este último es conocido por ser uno de los pocos edificios que quedaron en pie tras la fuerte inundación que provocó que el pueblo donde se alza quedara completamente abandonado.
El estilo
Aquella aversión por parte de los pueblerinos puede ser entendida al observar la estética de los edificios y compararla con el monótono paisaje arquitectónico de estos lugares. Las obras de Salamone, además de ser monumentales, son de un estilo ecléctico masivo que impacta al solo verlo. El brutalismo y la geometría exacta son de los principales componentes de estos edificios. Paredes y columnas enormes y otrso elementos constructivos destacan en el panorama, todos hechos de un concreto gris duro y frío.
De igual manera, el futurismo y el art decó también están presentes, ya que fueron gran tendencia en el tiempo en que las obras fueron construídas. Elementos repetidos como remetimientos, columnas y salientes, y la función del edificio marcada en su estética es lo que hace que se identifique con estos estilos.
Además, como lo deseó el gobernador Fresco, el simbolismo está fuertemente presente en la obra. Las construcciones tienen una fuerza y un impacto innegables que atraen la vista de los paseantes pero a la vez se impone e intimida. Aquel miedo que sentían al inicio los habitantes no era coincidencia. Los edificios debían intimidarlos, y darles a saber, quién tenía el poder. Y ya saben, el gobernante puede llegar a ser dios, o el demonio.
El autor
Muy poco se sabe sobre la vida de Francisco Salamone fuera de sus icónicas obras. Sin embargo, se cree que fue un tipo casi tan excéntrico como sus obras. Salamone nació en la isla de Sicilia en 1898, y unos cuantos años después emigró a Argentina junto con otros miles de italianos que se reubicaron en este país. Se sabe que él y su familia se instalaron en la ciudad de Buenos Aires, y luego éste se movió a la ciudad de Córdoba para estudiar arquitectura. Posteriormente no se sabe casi nada de sus inicios como arquitecto. Sin embargo, se sabe que incursionó en la política de derecha, siendo un declarado conservador y afiliado al partido de Unión Cívica Radical, igual de derecha.
Se cree que esta ideología, así como su historial político fueron lo que le valió para que fuera elegido por Manuel Fresco para el proyecto. Éste último vació todos sus conceptos ideológicos en Salamone, quién los proyectó y los llevó a la existencia física. Fresco formó parte de una nueva ola de gobiernos autoritarios y corporativistas que surgían en Argentina y en toda Sudamérica. Enmarcó las palabras «Orden, disciplina, jerarquía» como nuevo lema de la provincia, y realmente las aplicó. Rozando el fascismo, impuso la enseñanza religiosa, doblegó cualquier rebelión y manifestó su simpatía con los regímenes de la Alemania Nazi y la Italia Fascista.
Salamone obedeció cada orden del gobierno provincial, y a su vez, pudo por fin consolidar su trabajo de la manera que él quería. Nadie se esperaba tales resultados, y aquel revuelo causado por estas le fue benéfico, ya que no pasaron desapercibidas. Después de terminar sus «óperas primas», ya no se volvió a saber de él. Es sabido que por problemas legales tuvo que huir hacia Uruguay, y en sus últimos días regresó a Buenos Aires para morir ahí. Otros no confirman del todo esto, y realmente no saben que le pasó, tal vez «simplemente desapareció» o «se lo tragó la tierra».
Actualidad
Sin embargo, las obras de Salamone parecieron haber desaparecido junto con él. Con el tiempo, aquella extravaganza se quedó atrás y los habitantes de los pueblos se acostumbraron a ellas. Poco a poco, tales estructuras enormes se volvieron parte de la extensa pampa y quedaron en la irrelevancia. Además, los gobiernos posteriores de izquierda se encargaron de quitar relevancia a los trabajos de los gobiernos conservadores de los años 30.
En los últimos las obras han vuelto a cobrar relevancia, y Salamone ha recibido el reconocimiento y la atención que no tuvo en vida. Hace no mucho se creó la Ruta de Salamone, como una forma de promocionar los trabajos del arquitecto y llevar algo de turismo al interior de la provincia. De igual manera, en 2002, los edificios de Salamone fueron declarados patrimonio de la provincia de Buenos Aires, y son cuidados y preservados ante cualquier daño.
Entre la pampa húmeda se alzan escondidas torres blancas enormes que parecen desafiar el cielo. Ángeles de piedra y de concreto gigantes observan desde arriba a los pequeños transeúntes. Así como estructuras tétricas y descomunales se meten en la vista y parecen haber sido traídas del futuro, o tal vez, del infierno. La obra de Francisco Salamone es polémica, así como también es bella y única. Al final, es parte ahora de la identidad de las extensas pampas, y quién sabe si los fascistas o el mismísimo diablo tuvieron algo que ver.