Aguirre, la ira de Dios, es una película de Herzog, producida en 1972, con la actuación estelar de Klaus Kinski. Se apertura lo incierto desde lo selvático, recordatorio de la pequeñez humana ante la naturaleza. Bajando las cordilleras vienen los exploradores cargados como las nubes borrascosas, de conquista, de encontrar esa promesa valedera de su andanza andariega.
Hacinados a lo inhóspito en una zona repleta de vegetación y fauna, sería la paradoja de la sequedad humana en medio de una plétora de riquezas. Aquí, lo inevitable sería el otro; desde esas aldeas de indígenas; hombres enraizados a sus costumbres, a su hogar, vendrían a representar la dicotomía entre el amo y el esclavo. Esa vieja amalgama hegeliana que resalta la potencia libertaria del oprimido, pero a costa de mantenerse con vida, prefiere seguir encadenado.
Lo inhabitable de la zona para los extranjeros, sería lo inhóspito de su lugar como conquistadores ante el otro, ante los hombres originarios de la región. La premisa se cierne como miel derramándose ininterrumpida, cadencia de deseo dirigiéndose hacia la tierra, esa misma que se aguarda en la promesa; ir a El Dorado. La promesa del paraíso se desliza como herencia eclesiástica, la locura se vaticina necesaria. ¿qué otros seres en el mundo persiguen obsesivamente una idea? El hombre es una bruma, un misterio dentro de un sueño.
La actuación de Kinski como Aguirre
¿Quién ha de vivificar esa locura? Aguirre (Kinski), su trabajo expresivo relata la experiencia de un imposible: cundir en el deseo sin llegar a puerto. Sus ojos abiertos y de intención profunda, le roban todo lugar a la escena. Su mirada es la narración condensada de una condena: caer en locura.
Se vislumbra penitente en sus palabras, haber desafiado a la corona es una proeza para algunos, una insensatez para otro. Ningún hombre ha logrado nada que valga la pena siguiendo las reglas, al menos, eso se esboza en las intenciones de Aguirre. Perdiendo uno a uno a los hombres de la expedición, como se va perdiendo la esperanza; temple de un ánimo ya menoscabado por la voracidad de la región. Aguirre perdura en su búsqueda. Más vale morir intentándolo, no importa lo que pase.
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La pericia de los exploradores se va mermando conforme avanzan en el terreno del otro; inhabitable para su constitución, es el sino de la rebeldía. Poco antes de que todo acabe, y el rostro de Kinski pronuncie la desesperación y locura de su intento, un ejército de monos se sube a la embarcación a golpear por última vez las intenciones del conquistador; la sed de dominio está siendo devorado por la naturaleza.
El azote de dios se percibe en sentido doble, sobre la individualidad de Aguirre, como el rebelde y a su vez, como una especie de prototipo del destino trágico de los hombres que han ido en contra de la divinidad que acaban mal: locos o muertos. Kinski, como siempre, nos deja sorprendidos con su trabajo. Pese a las dificultades que tenía Herzog con el temperamento artístico del actor, lograron hacer una gran obra.
¿Qué tan loco estaba Aguirre?
La figura de Aguirre es intransigente. Es un conquistador indómito que se ha revelado ante la corona española para hacer su propia voluntad, una cuestión que atenta contra la realeza y la iglesia: doble transgresión. Aunado a su conducta belicosa y sin remordimientos, además de la obsesión con la que perseguía sus objetivos, y paranoia, se le tachaba de <loco>.
Como lo señala Ayala Tafoya en su texto de Posgrado de Historia, Lope de Aguirre, rebelión y contraimagen en Perú, el vasco afirmó que su plan es la emancipación de Perú de Castilla, seduciendo a los hombres con promesas de riquezas y tierras. Obviamente, que él sería el cabecilla de todo. La oposición era rápidamente reprimida, muerte a quien dijera algo en contra, aún si era el más leve susurro de contragolpe.
La fama de Aguirre no solamente se remonta a su sed de conquista, también mantuvo el desprecio por la casta clerical, de la cual decía eran unos codiciosos que, auspiciados por la protección de la Iglesia, mantenían sus prácticas sin tacha. Innegablemente el vasco tuvo sus excesos. Ante los abusos de la corona y los de la Iglesia, junto con las actividades rapaces del clero, ¿qué rebelde no es tachado de loco por sus opresores?
Sin lugar a dudas un personaje enigmático, el cual necesita analizarse más allá de la clasificación inmediata. Ir a los matices de su contexto con lupa y objetividad para poder entender mejor a la figura de Aguirre desde una óptica diversa al de la fama granjeada.
Para terminar, en palabras de Ayala Tafoya: «Aguirre estaba convencido de que el éxito de la empresa sólo se aseguraría si toda su gente se emancipaba o “desnaturaba” de Castilla, negando el vasallaje a Felipe II y repudiando su autoridad»