Nosferatu es una película de Werner Herzog de 1979, creada en el género del Terror y adaptada de la obra de Bram Stoker, Drácula. Con las actuaciones de Klaus Kinski, Isabelle Adjani y Bruno Ganz. Lo que sería un simple viaje de negocios para Jonathan Harker hacia el castillo de Drácula, se convierte en una travesía lúgubre vaticinadora de algo terrible: la peste llegaría a Transilvania, y con ello, el hombre ya no sería el mismo. El film obtuvo el Oso de Plata como logro individual sobresaliente, y un premio del cine alemán para Kinski como mejor actor.
El rol del castillo de Nosferatu
Una topología de lo imaginario; lugar en donde se instala el límite del goce ante la pregunta irresoluble: ¿qué es la muerte? Recubierto por la estética mortuoria de Nosferatu: el muerto eternamente penitente que disfruta eróticamente desde las sombras.
La erótica transhumana se perpetua desde lo oscuro, lo profano y hasta lo blasfemo. Nosferatu es una criatura que va en contra de la creencia de un alma, él se granjea un lugar desde lo terrorífico porque en sí mismo es el deseo de la muerte del dogma eclesiástico, ¿qué otra criatura sobre el mundo puede inventarse tales fantasías en las que las leyes de Dios se han suspendido?
El deseo penitente de Jonatan está transfigurado en el claustro de Nosferatu; encerrado en su ataúd, aislado y rodeado del temor humano, es la criatura irreverente de la apetencia por saber lo prohibido: no hay Dios. Los límites entre lo muerto y lo vivo se disuelven profusamente, encareciendo el destino del protagonista con una cadencia perniciosa y erótica. La persecución del vampiro y su ámbito seductor reflejan el deseo oculto del hombre que lo roe constantemente; acontecer en la pregunta por la muerte invadido del terror de saber que no hay nada.
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El hombre construye fantasías y criaturas imaginarias para soportar teatralmente el vaivén de la vida. No poder soportar la realidad interna de la existencia lo ha conllevado a refugiarse en el castillo de Nosferatu, rodeado de la pregunta por la muerte, padeciendo la muerte de Dios, reanimando a su verdugo por el deseo de sangre, que vendría a ser el acto blasfemo de traer a la vida humana la verdad velada en el reino de los muertos.
Jonatan se resguarda en el castillo padeciendo el mal, lo que parecía el sufrimiento involuntario, es en verdad el colocarse a sí mismo en el topos de la transgresión erótica: gozar del terror de saberse expuesto a la patencia de un reino sin Dios. En una escena, mientras Lucy está esperando a Jonatan, llegan sus amigos a consolarla por la ausencia de éste.
Lucy presiente que algo malo le ha pasado a Jonatan, su amiga trata de consolarla diciendo: “Sé fuerte Lucy, Dios escucha nuestras plegarias”, a lo cual ella responde: “Dios está lejos cuando lo necesitamos”.
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La peste de las ratas
Se aproxima presuroso el barco cargado de peste y maldición, arrinconado en unas cuatro paredes del tamaño de un hombre promedio va el señor de las ratas: Nosferatu. Traen los ataúdes para el cuerpo maloliente de Dios; la putrefacción de su dogma se ventila entre los hombres. Hay que darle sepultura para liberarnos del contagio. La peste nihilista se asoma en el horizonte, trae una vela hinchada por el viento del nuevo mañana: la tierra de las ratas, el hombre expuesto ante la realidad.
¿Quién es la verdadera peste? ¿El nihilismo que revela un acontecer sin dogma, o el hombre que construye castillos de fantasía erótica-mortuoria? La locura del jefe de Jonatan es entendible desde el discurso a-teológico vaticinador, entre lo profético del día final y lo terrenalmente absurdo. Él ha visto la verdad, la anuncia desde la risa desbordada que es síntoma de una razón dislocada, la cual, ahora se encuentra en un nuevo sentido en proceso de materialización.
Nosferatu viene en camino, con él, la peste y la verdad. Los ataúdes han de enterrar la herencia cristiana. El loco rodeado de policías es la voz vaticinando el porvenir que se quiere ignorar. No es de extrañar que su falta de cordura sea el reflejo de una nueva lógica aguardando su tiempo: el sentido de la tierra sin miedo a habitar sin lo divino. Encerrado a su contexto permanece incomunicable, intraducible y clausurado para los oídos contemporáneos.
¿El final? Bueno, habrá que hacer rituales al Júpiter de Sartre, a ese mismo que describe en su obra de teatro Las Moscas. Él es el dios de los muertos y la peste, encargado de cumplir el designio siniestro entre los hombres.