Pasar por Avenida Río Churubusco suele ser una tortura. Ya sea manejando o en transporte público, el trayecto es un completo martirio debido al intenso tráfico, a la gran contaminación auditiva y a la mala educación vial de muchos chilangos. Quién hubiera dicho que hace unos 100 años esta monstruosa vialidad era un tranquilo caudal en las afueras de la ciudad.
Al igual que Río Churubusco, muchas vialidades importantes en la CDMX llevan el nombre de “río”, y esto no es una simple coincidencia. Esto debido a los muchos canales y flujos que existieron en la zona y que aún existen, escondidos entre la inmensidad de la urbe o debajo de esta, como vestigios de lo que en la antigüedad eran los grandes lagos del Valle de México.
Para las generaciones modernas de capitalinos, resultaría sorprendente la presencia de ríos y canales a media ciudad sin que estos se encuentren entubados y con el agua de color negro. Muchos de nosotros conocemos Río San Joaquín, Río Consulado y el Canal de La Viga como masivas líneas de asfalto. Y otros como el Río de los Remedios, preferimos evitarlos a toda costa debido a la intensa contaminación e inseguridad que hay en la zona en que corren.
Todos esos cuerpos de agua surgieron tras el desecamiento de los lagos en los que antiguamente se asentó la ciudad. La mayoría se crearon artificialmente como flujos de riego para las zonas periféricas de la ciudad donde se practicaba la agricultura. Otros se emplearon como vías de navegación y comunicación entre distintos puntos de la ciudad (Caso del Canal de La Viga), o sirvieron para establecer las fronteras de la ciudad con los pueblos aledaños.
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Con el tiempo, los ríos y canales se convirtieron en elementos comunes de la ciudad. Al norte, el río Consulado marcaba los límites de la ciudad con asentamientos como Santa María la Ribera. Al oriente se encontraba el río de La Piedad y el conocido canal de La Viga. En este último navegaban chalupas y canoas dirigidas por comerciantes que provenían desde los canales de Xochimilco y del Canal Nacional al sur de la ciudad. Igualmente, por occidente corrían los ríos de San Joaquín y Tacubaya, que fueron parte importante del desarrollo de los antiguos pueblos como Tacuba y Tacubaya respectivamente.
La cosa cambió a mediados de siglo XX cuando todos estos ríos terminaron enterrados por la misma ciudad entre las décadas de los 40 y de los 60. Ante el enorme e inevitable crecimiento que sufría la Ciudad de México, se optó por construir vialidades de alta intensidad sobre lo que fueron estos cuerpos de agua. Esto hecho para resolver el intenso flujo vial que surgió junto con el crecimiento de la población. A su vez, muchos de estos ríos se encontraban ya en un estado deplorable. La gran cantidad de casas, industrias y fábricas que se construyeron en la ciudad, desembocaron sus drenajes en los ríos en mayoría.
El crecimiento de la metrópoli fue inevitable y el Valle de México se tornó de color gris. Los ríos, las haciendas, las faldas de los cerros y muchos otros elementos naturales tuvieron que morir para que nosotros viviéramos. Aunque muchos aún no han muerto. Siguen ahí, debajo de la gran mancha, aún existen pero ya no son lo que eran.
Es díficil imaginarlos hoy en día en la superficie. Es difícil imaginar el ver correr el Río de los Remedios con algún navegante sobre éste, o ver los cerros de la Estrella y de Zacatenco con una naturaleza impoluta, que recuerde a los días que los mexicas pisaron esas mismas tierras. Al recorrer las grandes avenidas de la Ciudad de México, vale la pena tratar de imaginarlo, y apreciar esos ríos y esa naturaleza que ya no está para que nosotros pudiéramos estar.