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‘Climax’ de Gaspar Noé: nacer, vivir y morir en francés

¿Te has preguntado por qué cuando un humano bosteza frente a ti, tú lo haces también? La imitación abraza nuestro ADN convirtiéndonos en mecanismos predecibles y dispuestos a ceder en las trampas de creadores como Gaspar Noé. La fórmula en ‘Climax’ es clara: si un cuerpo frente a nosotros se libera, estaremos complacidos en imitar.

En su último largometraje, Gaspar Noé hace un uso poderoso de la toma cenital, observarás cómodamente y desde un plano superior los movimientos sincronizados de cada personaje, creerás estar habitando un espacio ajeno, como un niño contemplando un hormiguero.

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En ‘Climax’ solo escucharás a los personajes sostener un diálogo con la finalidad de revelar un punto centelleante en la psique de cada uno, un punto que se volverá cada vez más luminoso y más constante hasta terminar siendo el artífice de sus acciones cuando una cantidad considerable de LSD haya penetrado en sus cuerpos y tú, sin haberte dado cuenta, ya no estés mirando desde arriba como un extraño, sino transitando en el mismo terreno que las hormigas.

Como ya se ha expuesto, el cast está conformado exclusivamente por bailarines y, en palabras de Gaspar Noé, el filme fue escrito durante el rodaje, aunque basado en hechos reales que tuvieron lugar en Francia en la década de los 90.

Más allá de una coreografía grabada, ‘Climax’ es un viaje lisérgico, algo no hecho para ser entendido y en este sentido sí que tiene mucho de dancístico, porque la médula del arte escénico es lo efímero, lo fugaz. Uno asiste al teatro, mira una coreografía y se abandona a sentir, no se puede racionalizar la danza, no te la puedes llevar a casa para estudiarla ni puedes comprarla para exponerla, es cuestión de un instante que llega, se va y no vuelve a suceder.

La danza es la excusa que Gaspar Noé utiliza para abofetearnos con su ya famoso “arte de la provocación”, porque nunca habrá algo más provocador que ver un cuerpo violentado, ya sea por el horror, el ritmo o el placer. Todos habitamos un cuerpo y es éste el espacio común que nos coloca en igualdad de posibilidades.

“Nacer es una oportunidad única”, “vivir es una imposibilidad colectiva”, “Morir es una experiencia extraordinaria” son frases que acompañan al filme; nacer, vivir y morir, un recorrido que hacemos con el cuerpo como vehículo y que los bailarines drogados de Noé exploran de una manera tan única como lo son sus movimientos, tan rebelde como lo es Francia.

En un colegio abandonado, la corporalidad de cada personaje comienza a marcar territorio con demostraciones de flexing y vouguing y sus característicos duckwalks, runaways y spins-dips, hasta que el vaivén de los cuerpos renuncia al autocontrol para que sea la danza quien tome posesión de los personajes en una orgía sinestésica. Uno a uno, los bailarines serán arrastrados a un infierno húmedo y neón en el que serán delatados como incestuosos, asesinos, abusadores, suicidas y libertinos mientras se funden en una masa dúctil que se remueve con ademanes grotescos empapada en sudor tóxico.

No es la primera vez que Gaspar Noé regala una advertencia a sus espectadores sobre lo que están apunto de presenciar y aquí no pasan desapercibidos los libros y cintas que decoran la primera escena y que son una inspiración para el cineasta argentino: lo obsceno de ‘Saló’ o Los 120 días de Sodoma’ de Pasolini; lo indeterminado de Un perro andaluz’ de Buñuel; la danza y paranoia de Suspiria’ de Argento y la violencia de Posesión’ de Zulawski. Inclusive los primeros diálogos de los personajes son un presagio venenoso de lo que para muchos será su propia muerte.

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