¿Jamás te has preguntado el porqué de que la afirmación: «todo lo bueno proviene del amor» es algo, aparte de universal, verosímil?
Bueno, partiendo (como sitio de inserción sobre el punto medular de la conversación) desde Descartes, el cual nos indica, en su ‘Discurso del Método’, que todos tenemos o dotamos de, ‘buen sentido’ pero que es labor del hombre (como único ser concebido bajo el nombre de anthropos) discernir entre lo verdadero y lo falso: «no basta con tener el ingenio bueno; lo principal es explicarlo bien».
Ahora, que con el tiempo eso principal: «bueno y malo», haya cambiado de piel, tal serpiente que es lo dicotómico, y, desde antes que Descartes, pero retomado por la época de la apariencia: desvela bajo los conceptos «bello y feo» la condición y orientación moral que adopta la sociedad en el transcurso de las epistemes que lo revisten.
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Pero, ¿qué demonios tiene que ver el amor con todo este discurso? Bueno, como decía al principio: todo lo bueno nace o sale del amor. Para ello es necesario y hermoso remontarse al diálogo griego titulado ‘Banquete’ en el cuál se trata de realizar una búsqueda ontológica (por medio de discursos en pro de Eros) sobre el amor y el porqué es el Dios más longevo a la par de benevolente con el humano.
Una de las páginas más poéticas de Platón exhibe tal condición de Eros de esta manera (en ella sitúa a Eros como hijo de Penía, personificación de la pobreza, y de Poros, personificación del perpetuo deseo; naciendo el mismo día que Afrodita, diosa de la belleza):
«Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es, más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista».
Y remata con lo siguiente:
«No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre».
«Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia».
Valga el paralelismo, Eros es el Dios más cercano a la condición mortal del hombre. Algo que nos remarca Descartes a través de su Discurso. Una condición siempre falta de razón (deseo) y que jamás se cansará de autodestruirse (tercera parte del discurso) con tal de seguir el camino.
Lo bueno siempre nace de lo malo, porque estando consciente de lo perverso, precario y punzante que llega a ser aquel estado de plena oscuridad, el amoroso comprende que puede existir un lugar que le haga contrario a esto. Sino, ¿qué sentido tendría la vida? (Sísifo). Sería un gran absurdo si esto a lo que yo concibo como negro no tenga una contra parte que me haga sentir: esperanza.
Y justo es ello, inclusive hasta el peor pesimista (en concreto, la filosofía existencial que, a mi gusto, se ganó malamente esa popularidad) tiene en su haber una pizca de ello.
Por eso la filosofía es clave en estos contextos. El amor inagotable por la sabiduría. Porque el filósofo comprende su estado, condición de humano y ve, en ello (su mortalidad e imperfección) lo más hermoso que le pudieron dar los dioses (Eros) ante esto: una interminable resaca por conocimiento.
Esto se puede aplicar al amor (concebido desde las relaciones personales) al verlo como una pobreza que tenemos nosotros y la virtud de querer anhelar, poseer y convivir con la virtud. La virtud del otro por ser como es y de convertirnos en algo mejor. Porque, al saber que el otro nos hace bien estamos declarando nuestra pobreza y condición afectiva antes de la llegada del otro.
El amor es ese lazo necesario con el exterior; ver los campos y sonreír; ver los amaneceres y agradecer. Estoicismo.
Ver a esa persona y sonreír, llorar, enojarse, reflejarse, sentir lo que es y representa en nosotros. El símbolo recaído en un cuerpo que nos hace compañía aún cuando estamos rodeados de eso oscuro que es la vida.
El amor como afecto indestructible en el tejido social porque justo es ello lo que nos conduce a la revolución: a la violencia mesiánica. A nuestra emancipación.
Amar y jamás dejar de amar.
Y podría seguir hablando sobre el amor pero es momento de parar y preguntarte, ¿has amado con tal fuerza en tu vida?