Poco a poco vas perdiendo los sentido, primero el olfato, luego el gusto y después el oido. No hablo de los síntomas iniciales del Covid-19, aunque bien podrían serlo. Hablo de los síntomas de un virus sin nombre que acecha a la población en la película ‘Perfect Sense’.
En el principio fue el caos.
El primer sentido en irse es el olfato. Desaparece de un día para otro como si nunca hubiera existido. Con él se va la memoria olfativa; recuerdos que no volverán, recuerdos que están atados irremediablemente a una época, a un lugar y que llegan de forma poderosa e inesperada, como olas en un mar en calma. El olor a limpiador de pisos, a tierra mojada, a vegetación. Se pierde la memoria que no sabía que existía, que estaba al borde del olvido y atada solamente a esas partículas que la nariz puede percibir.
[Te puede interesar ‘‘Soul’, una película de Disney para generar emociones‘]
Después se va el gusto, la comida ya no sabe, es una bola de texturas que se mezclan sin sentido en la boca. El deseo por sobrevivir es tan poderoso que el alimento pasa a pesar de no disfrutarlo. El sabor de la mermelada de guayaba, del café bien fuerte y con mucha leche, el té de limón por las mañanas. Ya nada existe y los recuerdos a los que están atados los sabores se han ido también.
No hablo de los síntomas iniciales del Covid-19, aunque bien podrían serlo. Hablo de los síntomas de un virus sin nombre que acecha a la población en la película ‘Perfect Sense’.
Susan y Michael, una inmunóloga y un chef, se conocen y se enamoran poco antes de que el virus los prive uno a uno de sus sentidos.
Susan es una de las investigadoras que busca respuestas para el mal que acecha a la humanidad, pero no saben nada. La gente empieza a enfermarse y los síntomas son muy claros: a la pérdida del sentido la precede una emoción abrumante.
Cuando Susan y Michael pierden el olfato están juntos, Michael cocina para ella y justo cuando prueban el primer bocado ambos empiezan a llorar desconsolados, abrumados por la pena de recuerdos de un pasado ya inexistente, sofocados por todo lo que perdieron, por todo lo que no existió, penando por sus muertos y a sus vivos. Después ya nada huele.
Poco a poco la vida regresa, la gente aprende a convivir con el virus. Michael adapta su técnica culinaria a la nueva normalidad y al poco tiempo llega otro golpe: la humanidad pierde el gusto. Pero antes sucede algo: el hambre se apodera de ellos, aunque no cualquier hambre, un hambre voraz. Como si el sentido del gusto supiera que pronto dejará de existir y quisiera aprovechar todos y cada uno de los segundos que le quedan en la mente de su inquilino. ¿O será en su boca?
Susan y Michael afianzan su relación… mientras el mundo arde ellos se aman.
Uno a uno los sentidos desaparecen, luego del gusto pierden el oído, y con la pérdida del oído la ira se apodera de ellos. Todos los sentimientos reprimidos, todos los sucesos dolorosos llegan de golpe y algo arde en sus pechos. Después no hay más que silencio y soledad. El mundo se desmorona y aunque todos quieren regresar a la nueva normalidad cada vez parece ser que nunca lo lograrán. A los enfermos se les aísla en sus casas, un grupo de empleados del gobierno se encarga de llevarles alimento y agua. Parece ser que todos están esperando a que llegue el siguiente golpe, a perder el uno de los dos últimos sentidos que les quedan. ¿Qué es más atemorizante? Perder la vista o el tacto. La apuesta está en el aire y no hay mucho que hacer más que esperar a que llegue esa emoción desbordada y después la nada.
‘Perfect Sense’ es una película que habla de cómo el otro se convierte en otredad, de la distancia que nos interpone el miedo a la enfermedad y a la muerte, y cómo incluso en los momentos desoladores podemos encontrar en los brazos del otro consuelo y redención.
Ver ‘Perfect Sense’ durante la pandemia es una experiencia curiosa: la película aunque habla de un virus con síntomas totalmente diferentes a los del Covid-19, nos muestra las consecuencias emocionales del miedo constante, del aislamiento y de considerar a la enfermedad en el otro como una fuente del mal.
Afortunadamente el final de la película nos da la respuesta.