Durante semanas enteras, la respuesta de esa niña me dejó perplejo. Tan inquieto que, al terminar mis clases no hacía otra cosa más que enfocarme en salir rápidamente de esa escuela. La simple idea de encontrarme con la tal Josefita me daba pavor. Realmente llegué a pensar que la pobre niña se encontraba trastornada. Y que todo lo sucedido esa noche, había sido un buen logrado plan suyo para asustarme. En días posteriores, afortunadamente conseguí recuperar un poco de paz, gracias a que aquella niña se había ausentado. Pronto llegó octubre y con ese mes, los preparativos para el «Día de Muertos». Los niños se mostraban alegres con la idea de festejarlo y de asistir disfrazados a la escuela, así que francamente la presencia de esa extraña niña no se añoraba en lo más mínimo.
Claro que, esos instantes de tranquilidad se verían opacados días antes de la tan esperada celebración. En el preciso instante en el que ya se montaba la enorme ofrenda que cada año sobresalía colorida a mitad del patio principal, y sobre la cual se distinguían las fotografías que anticipadamente se les pedían a los alumnos, con la única finalidad de honrar a sus familiares fallecidos. Yo francamente jamás me he caracterizado por ser una persona observadora, y sin embargo; algo cambió en mí ese día. Fue cuando me acerqué a la ofrenda que pude contemplar un rostro que al instante me hipnotizó. El de una niña de largos cabellos rubios y ojos ojerosos que, parecía mirar a la cámara con un semblante que dejaba entre ver una desmedida tristeza. Entre sus manos, las cuales acercaba al pecho, entrelazadas en señal de rezo, sobresalía un singular rosario. Un rosario conformado por cuentas pequeñas de intenso color rojizo.
– Su mamá le regaló ese rosario…-explicaba una repentina y voz situada junto a mi brazo derecho.
– Ella me lo contó hace mucho…
– Pero qué manía tienes tú de aparecerte así-respondía visiblemente nervioso. Deseoso de escapar de su tétrica presencia.
– Cristina dice que es mejor no hacer ruido…para que los adultos no nos regañen. A ellos no les gusta el ruido.
– Josefita, no puedes seguir diciendo estas cosas. Esa niña ya no está más aquí, y no volverá.
– Claro que regresará…ella se lo prometió a su mamá…
– Y si no la obedece…la regañará…como antes solía hacerlo-añadía la consternada niña-Cristina no quiere que su mamá se vuelva a enojar con ella. Tiene miedo de que si lo hace…pueda volver a suceder…
– ¿Suceder qué? -le interrogaba temeroso por la respuesta, pero curioso a la vez por seguir escuchando la historia que de la nada, comenzaba a cosechar gran intriga en mi interior.
– Es que su mamá dice que fue su culpa-contestaba sin aparente coherencia-ella conducía y Cristina no dejaba de hablar…ella hablaba muy fuerte…gritaba y su mamá no le hacía caso.
– Ella la regañó, dejó de ver por donde iba…y…el coche…
– Josefita-suspiraba profundamente, interrumpiendo su relato en medio de un intento forzado por recuperar la calma- ¿Cristina te dijo eso?
– Sí, lo hizo…
– Su mamá le dijo que tenía que regresar para ayudarla…para hacerla volver a ella también. Con ayuda del rosario que en su cumpleaños le dio.
– Pero es que, ¿Cómo podrían hacerlo, Josefita? -insistía con desconcierto- ¿Cómo podría ese rosario ayudarlas?
– Su mamá dijo que podría. Porque ese rosario funciona con ayuda de alguien más…
– Ni ella y ni su mamá…creían en Dios…ni en nada que tuviera que ver con él…pero sí creían en otras cosas. La verdad no entiendo muy bien qué significa…Cristina jamás ha querido decírmelo.
– Solo sé que ella regresará…y que me ha pedido ayuda para hacerlo…
– Lo que dices no tiene sentido, niña.
– Sí lo tiene, porque dentro de poco usted y todos los demás profesores podrán verla…
Mi reacción fue mucho más obvia que la última vez. Sin querer saber más sobre la información que esa niña poseía, me doy la media vuelta. Emprendiendo la huida rumbo a la salida. Después de ese encuentro, y al cabo de unos días, el tan esperado «Día de muertos» llegó. Y de Josefita no volvería a saberse nada. Su ausencia, esta vez se mostró mucho más extensa. Pronto me enteré que una repentina y desconocida infección la llevaría hasta el hospital, sitio en el que permanecería internada de gravedad durante unas semanas. No sería hasta dos meses más tarde en que esa niña volvería a la escuela. Con un semblante mucho más vivaz, regocijante, extrañamente recuperada. La diferencia entre esa Josefita que había conocido y la que ahora se plantaba frente a mí, era abismal. Tan grande que ni siquiera parecía tratarse de la misma niña.
– ¡Josefita!, ¡Has hecho un excelente trabajo! -le felicitaba luego de haberla visto ejecutar uno de los saltos más impresionantes sobre aquella colchoneta que había puesto encima del piso minutos antes.
– Muchas gracias, profesor-respondía la chiquilla con gentil sonrisa.
– ¡Josefita! -interrumpía una de las profesoras tras ingresar al pequeño gimnasio- ¡Rápido!, ¡Tu mamá ya llegó por ti! -exclamaba la mujer desde la entrada.
– ¡Sí!, ¡Ya voy! -respondía entusiasta, corriendo en dirección a las gradas, justo en donde su mochila se encontraba.
– Josefita, hoy te vas temprano…-decía curioso ante aquel suceso.
– Sí…hoy es mi cumpleaños…y he pedido ir al cementerio.
– ¿Al cementerio?
– Sí…-sonreía, acomodándose la mochila sobre el hombro y haciendo que sin intención un objeto saliese disparado de su interior ante tan brusco movimiento.
Mis manos , guiadas por la inercia y el buen gesto de querer ayudarla, recogen ese objeto al que no me había dado la tarea de observar con detenimiento. Mis dedos, sin embargo, comienzan a temblar en cuanto sienten la temperatura gélida que esas cuentas rojizas despedían. Cuando mis ojos se clavan en cada detalle familiar de ese rosario.
– ¿ya ve, profesor?
– Josefita le dijo que dentro de poco podría verme…-respondía con siniestra sonrisa.