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‘Joker’, entre risas, lágrimas y locura

Joker‘ de Todd Phillips, nos muestra lo alucinatorio contrastado contra la sociedad lacerante que se asoma en la risa desbordada de un curioso ser, que a costa de mantenerse de pie en esa realidad que le ha tocado vivir, ha aprendido a eludirla por medio de la risa. Esta película es protagonizada por Joaquin Phoenix (Arthur Fleck), Robert De Niro (Murray Franklin), Zazie Beetz (Sophie Dumond), Brett Cullen  (Thomas Wayne) y Frances Conroy (Penny Fleck, madre de Arthur).

Joker (2019) - Todd Phillips


La risa como síntoma de trauma

Se ha gestada temprana la dolencia que cargaría a cuestas como saco de temores que lo llevarían a vagar errante, esa alma lacerada por el triturar constante de la palabra ajena, lo albergaría en la condición alucinatoria para poder abrirse camino por medio de la risa; esa patología rítmica que se decanta abierta cuando más alejado está de sí mismo. El Joker, es el reflejo de lo que pasa cuando no hay hospitalidad en el mundo.

Maniatado contra el radiador, negligencia dramática de la madre al permitir que su pareja golpee a su sangre; llantos de una infancia quebrada, así es como Arthur Fleck conoció el mundo. El niño se ha convertido en el héroe de su obra de teatro, ¿el culpable? Todos, porque nadie estuvo ahí para salvarlo. Esa risa que refleja la sobrecarga afectiva, ese no poder lidiar con lo que le acontece, sería la herida abierta de su infancia. No poder lidiar con la realidad, no poder nada contra su agresor ni contra la madre negligente.

¿Es sorprendente que su vida sea una comedia? Un mal chiste en donde su remate se un crudo final. Así como lo que intentó con Murray durante el show, ¿y que hicieron los demás? Nada, porque en su propia teatralidad, ellos son esa voz indiferente pero condenatoria. Condenan al hombre, cuando lo dañado por mano ajena es el niño. «Culpable no es el que comete el pecado, sino el que pone la oscuridad en el alma» diría Víctor Hugo.

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Como destello alucinatorio cae en su ser el acceder a esos escenarios en donde es aplaudido y reconocido. La figura paterna, notoriamente faltante, sería esbozada por su amigo de trabajo, quien sería un traidor, y por Murray, quien se burlaría de él. ¿qué espacio le han dejado al niño maniatado contra el radiador? Esa cara apaleada por los golpes de la negligencia se voltearía vengativa para tomar la justicia por sus manos.


Entre lo real y lo alucinatorio

Esa risa que lo ha ayudado a salvarse de la realidad que lo sobrepasa, también sería el fiel reflejo de su condena; anidado al trauma como serpiente enroscada que muerde su propia cola, cada actuar sería amalgamar ese estado interno, ese niño de madre negligente y narcisista.

Hacernos ver para luego quitar la mirada, a eso se antoja el intento del director cuando vemos soberanamente dolido a Arthur en el psiquiátrico de Arkham, fumando y lúcido, como si el santo sí (esa alucinación beatífica) se hubiera posado sobre su ser, decir sí a todo lo acontecido y esbozar una sonrisa, ese último alivio de los derrotados, de los que no pudieron cambiar nada, porque todo les pasó por encima.

Hacerse de su propia tragedia como si fuera un logro, haber matado no es más que quitar a los personajes de escena. Aquí se cierne lo peligroso, ¿en qué medida el hombre es responsable de sí mismo, de sus actos, si en muchas ocasiones estos tienen un origen ajeno a él mismo?

¿Qué es el actuar durante toda la vida del hombre, sino actualizar el error? ¿Qué es la vida de Arthur, sino la maduración y actualización de esas relaciones rotas? Con nadie pudo mantenerse, en ningún lugar establecerse, habitó en la sociedad como un extraño, un paria, y se hizo notar a costa de darle muerte a otros. Sus delirios y la necesidad de sentirse escuchado desde esa voz indiferente, como lo fue en aquella edad temprana, lo han orillado en muchas ocasiones. Ser catalogado, aunque sea en un bribón o en un sin vergüenza es un alivio, otorga identidad, hubiera dicho Dovstoievsky.

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