Existe una gran diferencia entre ocupar un espacio y habitar en él. Puede parecer lo mismo, pero no; habitar implica vivir y no sólo llenar un lugar. Bajo esta premisa, y otras, Brenda Navarro escribió ‘Casas vacías’, una novela que habla sobre el dolor y el vacío que deja la desaparición de un hijo, así como la violencia y soledad dentro de una familia.
Dos historias, entrelazadas entre sí, componen la trama de este libro. Una mujer pierde a su hijo en el parque, pero con él también se va su futuro, su maternidad, el deseo de sentir y de vivir. Otra mujer roba un niño del parque e intenta, a través de este, formar la familia que siempre quiso.
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“No importa lo que se diga al respecto: muerto es mejor que desaparecido. Los desaparecidos son fosas comunes que se nos abren por dentro y quienes las sufrimos lo único que ansiamos es poder enterrarles ya. Dejar de desmembrarnos tendón por tendón, hilo de sangre por hilos de hiel, porque incluso cada gota es un calvario caer”
Este fragmento es el reflejo de una realidad que sale de estas letras: la búsqueda de un desaparecido se convierte en un hilo interminable, pues nunca cesa, pero acaba poco a poco con quienes nunca dejan de esperar. En esta novela, esta mujer también se enfrenta a otras pérdidas y desapariciones, tal como la de su esposo Fran; un hombre que se encarga de proveer la casa y que comparte el mismo espacio y dolor que la madre, pero que se convierte en una presencia más y no en una compañía de esa casa y cuerpo vacío.
Por otro lado, está la historia de otra mujer, una que creyó que la solución a su relación vendría con la llegada de un hijo. Ante la negativa y desinterés de Rafael, su pareja, en tenerlo, decide robar a un niño en el parque. Esta mujer, envuelta en una relación basada en la violencia, el engaño y la falta de compromiso, creía que al convertirse en madre tendría una familia y una casa llena. Sin embargo, sólo se convirtió en la cuidadora de dos personas que finalmente la dejan.
“Y Daniel lloraba como el hombre que sabía que podía comer, dormir y llorar a la hora que se le antojara porque nosotras, aunque cansadas y somnolientas, estaríamos a sus pies. Finalmente, la realidad fue que Daniel se convertía en el carroñero que nos devoraba el tiempo y nos dejaba sudar la putrefacción que emana cuando lo humano se evapora ante el cansancio y luego, otra vez, nos volvía a comer”.
Por su parte, la otra mujer veía en la maternidad la posibilidad de ser con alguien más lo que nunca tuvo: una familia que educara con amor. En este libro una casa vacía remite a la ausencia y desaparición de alguien, pero también al sentimiento de deshabitar un cuerpo y un espacio.