Gregorio Cárdenas Hernández, mejor conocido como el «Estrangulador de Tacuba» fue el primer asesino serial en la historia de México acusado por homicidio e inhumación clandestina.
Graciela Arias Ávalos salió de su casa para dirigirse a la Escuela Nacional Preparatoria como todos los días. Vestida de verde seco, medias de seda color beige y unos choclos color guinda. Jamás imaginó que fuera la última ocasión que estaría con vida. Con 21 años de edad e hija del abogado penalista Miguel Arias Córdoba había retrasado extrañamente la hora de su llegada a casa, por lo que su padre acudió a levantar la denuncia a la estación correspondiente.
De tez blanca, pelo negro, la frente chica, ojos cafés, nariz roma, la boca mediana, de 1.60 de estatura y de complexión robusta, Gracielita, como la conocían en la escuela accedió a subirse al carro de Gregorio para que la llevara a su casa, en la Calzada de Tacubaya 63. Él, que había estado cortejándola desde hace tiempo y que había declarado su amor por ella, decidió besarla. Graciela se opuso, trató de defenderse a bofetadas, pero el Monstruo de Tacuba, enfurecido por el rechazo, se abalanzó a golpes sobre su víctima, asesinándola en su Ford la noche del 2 de septiembre de 1942.
Esa misma noche la llevó a su casa, número 20 de la calle Mar del Norte en el barrio de Tacuba, en donde la enterró junto con otros 3 cuerpos de jóvenes mujeres a las que había estrangulado semanas antes.
Vecinas chismosas, Diosito me las guarde
La denuncia del extravío de Graciela se había hecho el 2 de septiembre a las 17 hrs. El Agente No. 35, José Acosta Suárez, había sido encomendado y comisionado para averiguar su paradero. Se realizaban las investigaciones del caso cuando se percató de las declaratorias de dos vecinas que habían reportado un hedor cerca de su casa.
Las vecinas, costureras de oficio, que tenían su taller de modas en el número 18 de Mar del Norte, percibieron un olor a carne en descomposición desde hace 3 o 4 días. Un hedor peculiar que inclusive había atraído grandes moscas que se identificaban en la fauna cadavérica.
“Había subido a tender ropa lavada y me di cuenta que había zapatos enlodados, 2 de hombre y uno de mujer. Tenían muchísimo lodo. Las plantas del jardín estaban movidas de lugar y la tierra estaba suelta. ¡Ave María purísima! , a un lado se asomaban los pies de un cadáver por encima de la tierra”
Vecinas
El Agente 35 ya tenía conocimiento de la amistad de la desaparecida con Gregorio Cárdenas y que éste residía en la casa contigua del taller de las costureras. Era cuestión de tiempo.
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Un recorrido Hitchcockniano
Las autoridades se dispusieron al desenterramiento de un cadáver que presuponía dos delitos: Homicidio e inhumación clandestina. La diligencia se dispuso a efectuar las averiguaciones en la 20 de Mar del Norte, narrando cuarto por cuarto lo que iban observando.
“Se levanta en un lote cuadrado de terreno, siendo la distribución la siguiente: Apenas traspuesto el zaguán que es angosto y de dos hojas de madera, se comienza a caminar por un corredor techado que se desarrolla por una serie de piezas…”
Diligencia Ministerial
En el primer cuarto nada, solo desorden. Buscaban manchas de sangre que indicaran lucha. Un par de prendas enlodadas. Segundo cuarto, libros ordenados, un escritorio, un librero y una silla al centro. En el tercer cuarto se hallaban materiales de experimentos químicos, tubos de ensaye, probetas, frascos con sustancias liquidas en las que se especificaban su contenido.
En la cocina se hallaron trastos, una lamparilla de alcohol y un brasero, nada fuera de lo normal. El problema era el jardín.
¡!Vaya, vaya , el de Tacuba!
Días antes de que se hicieran las investigaciones en su vivienda, Gregorio Cárdenas se había internado por voluntad propia en el Hospital Psiquiátrico ubicado en la calle de Calzada Tacubaya esquina con Primavera, a cargo del Dr. Gregorio Oneto Barenque. El motivo fue que su novia le había robado unos libros y había desaparecido con ellos y no quería que la policía le hiciera interrogatorios en su casa. ¡Háganme el maldito favor!
Al día siguiente, el investigador Estrada del Servicio Secreto acudió al Hospital para interrogar a Gregorio. Fingió que había inventado y creado unas pastillas que hacían invisibles a los hombres y que de esa forma se le podría ganar la guerra a los alemanes. Cuando el jefe Estrada observó que eran pedazos de gis, endureció el interrogatorio y puso nervioso al asesino haciéndolo confesar todos y cada uno de los feminicidios cometidos.
Le preguntaron acerca de los 3 asesinatos cometidos y el Goyo, cínicamente, dijo: ¡Son cuatro, no sean brutos! Las cabezas de los tres cuerpos estaban enterradas más profundamente, cuando el peritaje observó las caras de las 3 se notaban deformidades producidas por las incidencias del terreno. Exploradas con el tacto hallaron que estaban en descomposición, puesto que la primera de ellas había ocurrido 30 días antes de su detención.
“¡Sólo Gracielita era niña bien, las otras 3 eran mujeres galantes, heteras, hacían su rodeo, no valían nada, sólo Gracielita era una niña bien!”
Gregorio Cárdenas
En su declaratoria, el estudiante de química, dijo que su laboratorio también era su casa de placer, en donde llevaba mujeres para sus prácticas sexuales. Refirió que hace tiempo tuvo una mujer a la que le había dado trato de esposa, mujer que le abandonó y que desde tal suceso comenzó a odiar a las mujeres de forma para el inexplicable y que se acentuaba cuando lo “aguijoneaba” el deseo carnal.
Declaró que hacía uso de la hembra y que una vez concluido el coito sentía impulsos irrefrenables de matarlas. Al día siguiente le causaban asco y sentía por ellas un odio cada vez mayor y así fue como una por una fue matándolas y enterrándolas en su jardín, estrangulándolas usando únicamente sus manos.
Los cuerpos fueron identificados como: Graciela Arias Ávalos, Rosa Reyes Quiroz, Raquel Martínez León y María de los Ángeles González alias Berta. Las autoridades llevaron a Cárdenas al Hospital Juárez y al Puesto de la Cruz Verde para que identificara y ratificara a los cadáveres, acto que fue imposible de llevar a cabo debido a que los familiares de las víctimas querían lincharlo. Gregorio suplicaba que lo llevaran al 3er. piso de la Jefatura de la Guardia Especial para suicidarse, ya no quería vivir porque le atormentaba el recuerdo de sus víctimas.
Ya con la confesión y la exhumación de los cadáveres, Gregorio Cárdenas fue sentenciado y dictaminado el auto de formal prisión en el Palacio Negro de Lecumberri el 13 de septiembre del mismo año.
¡Ámonos pa’la playa!
A un año de su encarcelamiento, los abogados del asesino de Tacuba lograron que lo transfirieran para el Manicomio de la Castañeda, alegando que se trataba de un enfermo mental y que se le tratara como tal.
Confinado al Hospital, recibió terapia de electroshock como parte del tratamiento para su padecimiento mental. Inclusive se le administraba vía intravenosa el suero de la verdad, pentotal sódico, ya que había mostrado interés por la psiquiatría tan sólo para confundir a los médicos.
A 5 años de su estancia, Gregorio logró escapar del manicomio. Se cuentan varias versiones de cómo burló la seguridad. Unos cuentan que se había hecho de romances con algunas enfermeras del lugar y que había sido una que le ayudó en su fuga, otros dicen que se había convertido en confidente de algunos celadores. El caso es que el Goyo se fue para Oaxaca, en donde lo reaprendieron 20 días después, alegando que no se había escapado, que solo había ido de vacaciones. Muy asesino y todo , pero honesto. Debido a esto, las autoridades decidieron regresarlo a Lecumberri en diciembre del ’48 y esta vez para siempre.
Ahí, en el Palacio Negro, Gregorio mostró una conducta impecable. Atendía todas las tareas que le encomendaban. Escribió libros, realizó historietas, pintó cuadros, tocaba el piano, trabajaba en una miscelánea, leía poesía; bueno, hasta contrajo matrimonio y tuvo hijos. Se había convertido en el claro y vivo ejemplo de la reinserción social.
En 1976, a 34 años de su detención y encarcelamiento, su familia apeló al entonces Presidente de la Republica Luis Echeverría que le otorgara el indulto y fue así, que el 8 de septiembre de dicho año, el asesino de prostitutas y “una niña bien” salió libre.
Fuente: eluniversal.com.mx
Tiempo después de su salida, ingresó en la ENEP Aragón de la UNAM, en donde cursó la Licenciatura en Derecho. Concluyó sus estudios, litigó, y hasta montó una exposición con los cuadros que había pintado durante su estancia en la cárcel. Fue invitado a la Cámara de Diputados en donde brindó un discurso de su vida y experiencia en la cárcel de Lecumberri, hoy Archivo General de la Nación, acudió a entrevistas y querían homenajearle con su propia estatua en bronce.
Gregorio Cárdenas se había convertido en toda una celebridad. Era el estandarte de carne y hueso de la eficiencia del Sistema Penitenciario Mexicano. Era aquel personaje surrealista del siglo pasado que había asesinado a por lo menos 4 mujeres que ahora caminaba y estrechaba manos del Presidente. Manos rehabilitadas que habían escrito libros y pintado cuadros, manos que también habían apretado sogas y cuellos hasta la muerte. Manos que habían empuñado una pala para cavar 4 fosas en un jardín. Manos que podían disfrutar del abrazo de sus hijos, que podían disfrutar de una vida en familia, cosa que en algunos otros hogares jamás podría volver a ser.