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’12 hombres sin piedad’: juicio, odio y crimen

’12 hombres sin piedad’ (1973). Adaptación al teatro español por Gustavo Pérez Puig para Estudio 1, de la obra original del estadounidense Reginald Rose. La intensidad de los diálogos de esta película, las expresiones faciales, los humores al borde del colapso, todo escenificado por doce hombres. ¿El objetivo? Deliberar si un supuesto criminal es culpable o no; de suceder lo primero, iría a la cámara de gas, en el otro caso… ¿La culpa de creer que han dejado en libertad a un verdadero criminal los dejaría en paz?

Doce hombres sin piedad - Portada


En las manos del juicio, una narrativa unilateral

El jurado está reunido, saben que tienen en manos un caso fácil, todas las pruebas apuntan a que el acusado es culpable, hay dos testigos. Votan, y once de los doce hombres han emitido su juicio: culpable. ¿qué pasa con ese hombre que no sigue la inercia? La inconformidad se aparece. «Siempre hay uno que da la lata», se escucha decir. Les han quitado la potestad de dar muerte con un simple movimiento de mano.

La voz serena pero firme de este hombre, Jurado No. 8 (José María Rodero), ha decidido preguntarse los motivos que han llevado a este acusado a tales actos atroces. Tal iniciativa lo conduce por un camino espinoso, ¿Acaso hay otra vía cuando la oleada del entorno parece gritar «así tiene que ser»? Este hombre se ha atrevido a algo, como diría Dovstoievsky: «Todo hombre tiene miedo de una misma cosa, decir sus propias palabras».

Con el tiempo acabándose, y el enojo de los otros miembros del jurado, se va exponiendo los prejuicios, las intenciones ocultas… ocultas hasta para ellos mismos. ¿por qué empecinarse tanto en dar muerte? Muchos pasan la vida sin tener notoriedad, este es el momento ideal para hacerse de un mote «el que fue capaz de decidir sobre la vida de otro». Así, el juicio se convierte en casería.

La pregunta por la posible inocencia del chico, se vuelve en molestia constante. No quieren preguntarse nada, buscan un culpable. Todo está armado, ¿para qué hacer preguntas cuando todo parece tan obvio?

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Un paso atrás, la vida no tiene precio

Enojo, resentimiento, serenidad, astucia, rencor, complejos de inferioridad, toda esa gama emociones se posa sobre las geniales actuaciones que nos traen, a fidelidad y con gran profesionalidad, el infierno que corresponde el simple hecho de decidir. ¿Somos bestias u humanos? Ahí radica la capacidad de agenciarse la responsabilidad. Pero ¿De qué tipo y con qué actos? Así se define la clase de persona.

Los hombres, ya gastados como el ultimo cigarrillo de la noche, han revaluado los testimonios; un anciano que no pudo haber llegado a tiempo para escuchar los atropellos del crimen; una mujer, que tiene problemas de vista, por lo cual, ambos convergen en una afirmación, sí, hay criminal y crimen, pero no hay seguridad de que en verdad fue el chico que han señalado.

Las palabras atraviesan el cuarto. Cuando la defensa de una vida se torna sobre la capacidad del discurso, cada siseo, movimiento de labio, argucia de la lengua, cuenta. Es un juicio colectivo sobre la vida de un muchacho, pero algunos olvidan eso y salen a flote sus problemas personales. Los viejos recuerdos y emociones ancladas son dañinas para el buen discernimiento. Esto último, se vería claramente con el Jurado No. 3 (José Bodalo).

La exposición de un crimen, en las manos de gente que no sabe discernir, contrae una tortura para el pensamiento sereno de aquel hombre que se atrevió a dudar de la culpabilidad del joven. ¿Qué nos puede indicar esto? Sed de muerte, de ver materializado el rencor de algunos sobre un chivo expiatorio. No lo conocen, no saben en verdad quien es el chico, pero tienen la posibilidad de darle muerte.

El asunto es tan impersonal como personal; por un lado, es un alguien totalmente ajeno, por el otro lado, alienable a los deseos de muerte, se convierte en una persona sin rostro. Un hombre sin voz, que es capaz de albergar todas las intenciones del jurado desde su ausencia.

Afianzarse de un lugar en el discurso unilateral se convierte en imposible, salvo por la intervención de un tercero, como sucede aquí. Las voces son emanaciones de suposiciones, de meras posibilidades. Las sentencias son, en su mayoría, brotes de ira y desespero. ¿qué importa la vida de un extraño?

Una vez que se prueba lo falseable de los testimonios, nos damos cuenta de la fragilidad de una sentencia. Tan poderosa como dudable, tan mercenaria como reversible. Eso es lo atractivo del <poder dar muerte>, todos han participado sobre el destino de un solo hombre. El supuesto criminal, con su ausencia, se presta la oportunidad de entrar en los juegos del poder crudo. Lo atrayente de tal situación, es la posibilidad de revertir la corriente inercial del juicio unilateral. Hace falta cierto tipo de estomago para pararse frente a once hombres y mantener un juicio claro.

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